Marta Lamas
Exigen justicia para las mujeres desaparecidas, asesinadas, violadas... Foto: Eduardo Miranda |
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Nos desnudamos todos los días, al entrar a la regadera
y cuando tenemos relaciones sexuales. Nos desnudamos a solas, o en
compañía de quienes nos aman o nos desean. La desnudez está vinculada a
la intimidad, aunque un caso excepcional es el nudismo, una postura
existencial que implica una búsqueda de contacto con la naturaleza. La
desnudez incomoda cuando se sale de ciertos marcos o contextos, cuando
algo que se hace en privado se exhibe públicamente. Y aunque en México
el fotógrafo Spencer Tunick logró que miles de mexicanos se desnudaran
en el Zócalo para tomarles una fotografía, existe un rechazo
generalizado a desnudarse en público.
Son escasos los momentos
en que la desnudez de alguien no incomoda a otras personas: en un
quirófano o en el vestidor de un centro deportivo. En el marco de
ciertas situaciones, como la de médico/paciente, o madre/hijo, se acepta
la mirada de una persona vestida hacia otra desnuda. De criaturas
fuimos vistas desnudas cientos de veces, pero hubo una edad en que
empezamos a resistirnos a que nos bañara mamá, o a que papá entrara
cuando nos estaban bañando. Excepcionalmente hay padres y madres que se
muestran desnudos frente a sus hijos. Desnudarse ante otra persona suele
producir vergüenza. El Génesis dice que Adán y Eva vivían desnudos en
el Paraíso hasta que comieron la fatídica manzana, y al cobrar
conciencia de su desnudez sintieron vergüenza.
Probablemente una
vergüenza similar es la que sintió una joven abogada en Tabasco a quien
una expareja sentimental traicionó al exhibir en las redes sociales
fotos de ella desnuda. Fue vergüenza lo que ocasionó su renuncia al
puesto público al que había sido nombrada. Pero esa vergüenza que
comunicó a sus amigas hoy se ha transformado en indignación compartida
por la vileza de ese tipo. Y somos muchas quienes queremos que ella se
reintegre a su trabajo.
El espacio privilegiado de la desnudez es
la intimidad amorosa. Supongo que un varón también se indignaría si su
expareja lo exhibiera desnudo en una fotografía subida a internet. Por
la doble moral existente en nuestra sociedad, la agresión que significa
traicionar la intimidad tiene consecuencias distintas en las mujeres y
en los hombres. La desnudez de una mujer puede ser utilizada en su
contra, y puede provocar una situación de humillación social, ya que las
mujeres están insertas en mandatos culturales más estrictos que los de
los varones respecto a mostrar el cuerpo.
La exposición a la
mirada de los demás de las partes “pudendas” del cuerpo femenino ha ido
variando históricamente. Basta recordar, en nuestra cultura, los
escándalos producidos por la longitud de las faldas cuando mostraban los
tobillos, las rodillas y, finalmente, por la minifalda. Entre los
primeros trajes de baño y el bikini actual, entre los calzones y las
tangas de hoy, se ha ido desarrollando un proceso cultural de
flexibilización ante la desnudez de la carne femenina. Y aunque ninguna
mujer iría a su oficina en bikini, aunque se lo ponga en la playa, hoy
ciertos escotes causan escozores en el ámbito laboral. Y, hablando de
trabajo, sigue siendo todo un tema para las actrices si aceptar o no una
escena con “desnudo total”.
Aunque las personas nudistas
subrayan la desexualización de su práctica naturista, no hay forma de no
ver la conexión entre la desnudez y la sexualidad. Nos desnudamos para
tener relaciones sexuales, y la sexualización de la cultura actual
muestra un giro público hacia más permisividad visual. Hay un quiebre
aparente de reglas, categorías y regulaciones diseñadas para mantener a
raya la desnudez, pero estamos rodeados de imágenes obscenas y existe
una irrupción de escenas pornográficas con desnudos de una vulgaridad y
explicitación brutales. La legitimidad de representar a cuerpos desnudos
tradicionalmente la ha monopolizado el arte (y muchas obras de arte han
sufrido ataques por considerarse pornografía). Pero hoy se perfila un
aspecto nuevo de la disputa legal: la violación a la intimidad. ¿Acaso
no es un delito hacer uso de una fotografía, hecha en la intimidad
amorosa, para atacar, denigrar, humillar?
La desnudez femenina
está rodeada de cuestiones contenciosas, pues el contexto en que aparece
una mujer desnuda es determinante. Hay usos y costumbres, hay códigos
de decencia e indecencia, y hay transgresiones y delitos. No creo que la
decisión de la revista Playboy de ya no publicar fotos de mujeres
desnudas tenga que ver con una reflexión sobre la doble moral y la
desnudez. Pero tal vez esa noticia y la vileza cometida en Tabasco
deberían servirnos como un punto de partida para debatir sobre varias
interrogantes: ¿Dónde radica la obscenidad, en la mirada o en la propia
desnudez? Kenneth Clark decía que el arte es capaz de transformar una
figura sin ropa en un desnudo artístico, pero ¿quién decide cuándo es
arte y cuándo pornografía? ¿Es posible, es legítimo, es legal,
representar al cuerpo desnudo, sin que influyan códigos moralistas, sin
censura, pero sin obscenidad? Y, finalmente, y tal vez eso es lo más
urgente, hay que debatir en serio sobre qué debe hacer el Estado ante la
violación de la intimidad por un uso indebido en las redes de material
fotográfico íntimo
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