Francisco López Bárcenas
El miedo es como
el frío: primero inunda el espacio, después penetra los poros y sin que
uno se dé cuenta comienza a calar los huesos. Se siente en lo tenso del
ambiente igual que se mira en los rostros y los comportamientos de
quienes lo resienten. Según su intensidad puede paralizar o generar
reacciones inesperadas. En estos días eso se nota entre la mayoría de
los habitantes del estado de Chihuahua. Sólo a los rarámuris de
Huetosachi, ubicados en la parte alta de la Sierra Tarahumara, parece
tenerlos sin cuidado. Al menos eso mostraban el sábado 25 de marzo,
cuando organizaron un yúmari para celebrar que la Suprema Corte
de Justicia de la Nación negó el amparo al industrial Federico Elías
Madero, representante legal de Fomento Agropecuario Campo Lindo SA de
CV, quien reclama en propiedad las 253 hectáreas del predio El Madrono,
con lo cual quedó firme la sentencia dictada por la segunda sala del
tribunal de justicia del estado, reconociendo su propiedad sobre las
tierras donde viven.
El yúmari es una ceremonia con la cual los rarámuris
dan de comer a dios, en agradecimiento por los favores recibidos de su parte. En esta ocasión le agradecían que después de ocho años de litigio, finalmente se reconociera que las tierras que habitan son de ellos porque las han poseído ancestralmente; que no pertenecen al particular que las reclama aunque tenga papeles, porque éstos se los extendió el estado violando sus derechos a ser pueblo y tener un territorio. Por eso para su ceremonia invitaron a las personas y organizaciones que los han acompañado en su lucha. Ahí estaban con ellos los representantes de las comunidades de Mogótavo, Bacajípare y San Rafael, que mantienen luchas similares; ahí estaba también la Asociación Civil Consultoría Técnica Comunitaria (Contec), que los ha acompañado en su lucha; la licenciada Alma Verónica Chacón Márquez, su asesora jurídica en el juicio, y el magistrado Gabriel Armando Ruiz Gámez, quien firmó la sentencia que ahora los tenía festejando.
El yúmari es de origen rarámuri, aunque al paso del tiempo
le han incorporando rasgos de la religión católica. Como hace siglos,
cuando ellos ya habitaban las tierras que ahora les han confirmado como
suyas, la ceremonia dura un día, una noche y parte del día siguiente.
Esto es así porque hace siglos le rezaban al sol y la luna; aunque ahora
las ofrendas se entregan a dos cruces, una grande y una chica, que
representan a aquéllas. Cuando los rayos del sol comienzan a cambiar el
color verde del horizonte por otro rojizo los músicos hacen sonar sus
instrumentos, arrancándoles notas que inundan el bosque y van a rebotar
contra las rocas, después vienen las ofrendas de comida y tesgüino
preparadas especialmente para esta celebración. A las ofrendas les sigue
el baile del yúmari propiamente, al que se suma el de matachines y pascol. El tesgüino y el pascol duran toda la noche.
Todos son conscientes de la trascendencia de la sentencia,
aunque pocos saben lo que implicó llegar a ellas: integrar el expediente
buscando antecedentes registrales de los actuales habitantes, localizar
los límites del predio que ocupan y georreferenciarlos, elegir la vía
civil como la idónea para demandar ya que los habitantes de Huetosachi
no querían ser ni ejidatarios ni comuneros –
somos comunidad indígena, insistían– dos sentencias de primera instancia recurridas porque el juez encargado de dictarlas no entendía más que de derecho privado, hasta que la segunda sala del tribunal de justicia del estado decidió dictarla aplicando los contenidos del bloque de constitucionalidad en materia indígena; un amparo instaurado contra dicha resolución por el particular que reclama en propiedad las tierras y la atracción de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la cual finalmente declaró que el amparo era improcedente. Todo esto en nueve años de trabajo constante.
En la Sierra Tarahumara los rarámuris de Huetosachi están alegres con
este triunfo que, dicen, les da seguridad de que no serán desalojados y
les permitirá reclamar servicios básicos como educación, salud, agua
potable, luz eléctrica, que sólo ven pasar en las tuberías de los
acueductos y cables que cruzan su territorio, pero no disfrutan de
ellas. Saben que la lucha no ha terminado, que la sentencia favorable a
ellos es un avance importante, pero que falta mucho camino que recorrer.
Por eso de dan ánimos entre ellos mismos. Sobre todo las mujeres, que
en voz de María Monarca, la gobernadora que inició los procedimientos
legales y sigue acompañando a las actuales representantes dice que esta
lucha es de todos, pero más de las mujeres, pues son ellas quienes
buscaron asesoría y se movilizaron para que llegaran a este término.
Para corroborar sus palabras, antes de que la ceremonia termine
informa que cuatro mujeres se comprometen a realizar la fiesta cuatro
años seguidos, recordando a sus compañeros e informando a los de fuera
que las mujeres rarámuris tienen cuatro almas, por eso son más fuertes
que los hombres y pueden dar vida, no como ellos que sólo tienen tres.
Con esa decisión se explica en parte por qué ni el frío ni el miedo que
cubren la Sierra Tarahumara amedrenta a las comunidades rarámuris, que
en medio de la inseguridad y la violencia, a su manera, resisten el
despojo de su patrimonio por los chabochis –mestizos–, como lo han hecho por siglos: realizando el yúmari, que es su forma de resistir.
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