El primer asunto a discusión es el de la supuesta infalibilidad de las alianzas y, en particular, en una entidad como el estado de México. El planteamiento más modesto es que, si van solos en la elección, de seguro se perderá; el más disparatado es que si se va en alianza con el PAN, de seguro se ganará. Sobre el primero, no hay nada que objetar. La maquinaria del PRI en esa entidad es de tal manera poderosa y omniabarcante que resulta difícil, ya en lo general, imaginar que se la puede derrotar. Con la reconquista que en las elecciones del año pasado hizo de los antiguos reductos panistas y perredistas en el estado, su capacidad de dominio se ha vuelto abrumadora. Todo depende, entonces, de los objetivos que se puedan plantear, vale decir, qué se busca en la lucha por el Edomex.
Todo mundo parece dar por un hecho que según resulten las elecciones en ese estado en el 2011, así serán las de 2012. Pero, cuando se discute la naturaleza de las alianzas, ese planteamiento se diluye para sólo quedar la derrota necesaria e indispensable del caciquismo priísta. En caso de que se diera, ¿creen, realmente, que derrotando al PRI en el Edomex se obtendrá el triunfo en 2012? A veces lo plantean, pero no muy en serio, porque lo que sostienen como prioridad es la derrota de Peña Nieto. El objetivo de la lucha por el poder en aquella entidad, no cabe duda, va a influir poderosísimamente en los resultados del 2012. Pero yo me negaría a hacer derivar un resultado del otro.
Volvamos al planteamiento de Ebrard: todo dependerá del candidato que se elija. Eso es de lo que las propuestas de Camacho y de Ortega no dicen ni media palabra. ¿Qué candidato puede elegir la hipotética alianza PRD-PAN? Si, en sus filas no hay nadie que pueda competir por todos con éxito, ¿de dónde van a sacar los aliancistas un buen candidato? Hay que recordar que en Oaxaca, Puebla y Sinaloa el candidato fue un priísta reciclado, haciendo de Gabino Cué todas las excepciones que se quiera. Ni el PAN ni el PRD están en condiciones de ofrecer un buen candidato. Como dijera el viejo cacique Figueroa, la caballada está más que flaca.
López Obrador ha exigido de los dirigentes del PRD que nos digan qué es lo que han negociado con el PAN y, hablando en plata, con Calderón, porque aunque éste se haga el tonto y diga que las alianzas con los chuchos le sacan roña, él es el que ha decidido lo que el PAN está proponiendo. Es necesario que se diga, aparte de que es necesario derrotar a los cacicazgos priístas locales, sobre qué base se va a estipular la alianza. A eso nadie parece prestarle atención, pero es vital para cualquier partido. ¿A qué le está jugando cada uno de los aliancistas y qué es lo que persigue? Ya el designar a un candidato viable es el primer punto inevitable de un buen acuerdo para todos. De eso ninguno nos ha dicho nada.
La pobreza de la política mexicana radica, justamente, en el hecho de que ninguno se hace cargo de la necesidad de explicar a los ciudadanos la razón de los actos ni, mucho menos, de los fines. Por lo demás, no hay persona moral o física capaz de obligar a ello. Derrotar al PRI en su terruño es lo único que se ofrece. Eso es poca cosa si no se explica el porqué y el para qué. Suponer, por cuenta propia, que así se le impide al futuro candidato priísta conquistar la Presidencia de la República en 2012 es sólo eso, una suposición (o un supositorio). Nada garantiza que así sucederá ni se dan razones que siquiera lo justifiquen. El Edomex lo han ganado Cárdenas en 1988 y López Obrador en 2006 y no fue decisivo. ¿Lo será sólo porque Peña Nieto es el seguro candidato de la oligarquía? Eso está por verse.
Peña Nieto no es sólo, ni de lejos, el candidato de ese estado. Es el candidato de la entera oligarquía mexicana y eso parece ser, a pesar de la sombra que le puedan hacer Beltrones o la Paredes (ésta, por lo demás, tiende a rendírsele sin condiciones cada vez que se le presenta la ocasión). Aun perdiendo su estado en las próximas elecciones, cosa que está muy en duda, sigue siendo un muy probable ganador de las presidenciales. Lo que resulta, en todo caso, un absurdo es que se nos machaque que es sólo a través de las alianzas que se puede vencer al PRI.
Centrémonos por un momento en los partidos. No me queda claro qué ganarían ni el PAN ni el PRD. Del PAN, los más avispados han dicho que lo que en realidad busca es obligar al PRI a que apoye las propuestas de gobierno de las que él mismo es coautor y que el gobierno panista ha postulado, en primer término, todas sus propuestas de reformas estructurales
que los priístas han tratado con actitudes de verdad burdeleras. La tesis de la necesaria derrota del caciquismo regional priísta la ha adoptado de Camacho y los perredistas. Una bandera vergonzosamente oportunista y de ocasión que, en el fondo, no significa absolutamente nada cuando el objetivo es el poder nacional y el dominio, también nacional, de la oligarquía.
Se trata de fuegos fatuos, para distraer a los desprevenidos. Pero ese es el caso de los panistas. De los perredistas es difícil desentrañar el misterio. Muy pronto se revela que es sólo una bandera entreguista de lucha interna que no saben o no quieren enfrentar en sus términos. Los chuchos saben que son unos usurpadores de la dirigencia partidista y que, internamente, es el principal cuestionamiento que se les hace. Se han adueñado de los órganos de dirección y de los puestos de elección popular y sólo buscan justificarse y, si se puede, prolongar su usufructo de esas esferas de dominio. No tienen ningún programa y, a nivel legislativo, nunca han sido capaces de plantear ninguna alternativa. Sólo quieren seguir gozando de sus canonjías.
De los panistas no me interesa saber qué piensan, pero, con respecto a los chuchos, ¿de veras creen que con una alianza con los panistas van a desterrar el caciquismo priísta del Edomex y, más todavía, van a asegurar un triunfo en las presidenciales del 2012? Ellos han adoptado una bandera de verdad poquitera: todos los que cuestionan sus muy cuestionables alianzas con la derecha le están haciendo el juego a Peña Nieto. No diría que están ciegos, más bien carecen de todo sentido de la vergüenza y de la dignidad.
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