El escritor lusitano y premio Nobel de Literatura José Saramago durante una entrevista con La Jornada, el 1 de marzo de 2001Foto Heriberto Rodríguez
El
hombre se llama artur paz semedo y trabaja desde hace casi veinte años
en el servicio de facturación de armamento ligero y municiones de una
histórica fábrica de armas conocida por la razón social de producciones
belona s.a., que era el nombre, conviene aclararlo ya, pues son
poquísimas las personas que se interesan por estos saberes inútiles, de
la diosa romana de la guerra. Nada más apropiado, reconózcase. Otras
fábricas, mastodónticos imperios industriales armamentísticos de peso
mundial, se llamaron krupp o thyssen, pero esta producciones belona
s.a. goza de un prestigio único, ese que otorga la antigüedad, basta
decir que algunos peritos con opinión autorizada en la materia
sostenían que ciertos pertrechos militares que encontramos en museos,
escudos, corazas, yelmos, puntas de lanza y capacetes, tuvieron su
origen en una modesta forja del trastevere que, según la voz popular de
aquella época, la mismísima diosa había fundado en roma. No hace aún
mucho tiempo, un artículo publicado en una revista de arqueología
militar llegaba al punto de defender que algunos restos recién
descubiertos de honda balear procedían de esa mítica forja, tesis
inmediatamente rebatida por otras autoridades científicas que alegaron
que, en tan remotos tiempos, la temible arma lanzadera a que se dio el
nombre de honda balear o catapulta todavía no había sido inventada.
A
quien esto pueda interesarle, artur paz semedo no es ni soltero, ni
casado, ni divorciado, ni viudo está simplemente separado de su mujer,
no porque él lo hubiese querido, sino por decisión de ella, que, por
ser convencida militante pacifista, acabó no pudiendo soportar ni un
día más sentirse ligada por los lazos de la obligada convivencia
doméstica y el deber conyugal a un oficinista del departamento de
facturación de una empresa productora de armas. Cuestión de coherencia,
así de simple, explicó entonces. La misma coherencia que le hizo
cambiarse de nombre, pues, habiendo sido bautizada como berta, nombre
de pila de la abuela materna, pasó a llamarse oficialmente felícia para
no tener que cargar toda la vida con la alusión directa al cañón
ferroviario alemán que se hizo célebre en la primera guerra mundial por
bombardear parís desde una distancia de ciento veinte kilómetros.
Volviendo a artur paz semedo, hay que decir que el gran sueño de su
vida profesional es ser nombrado responsable de facturación de una de
las secciones de armas pesadas en vez de las menudencias de municiones
para material ligero que han sido, hasta ahora, su casi exclusiva área
de trabajo.
Los efectos psicológicos de esta asumida y no satisfecha
ambición se agudizan hasta la ansiedad cuando la administración de la
fábrica presenta nuevos modelos y lleva a los empleados a visitar el
campo de pruebas, herencia de una época en que el alcance de las armas
era mucho menor y que ahora es impracticable para cualquier ejercicio
de tiro. Contemplar esas relucientes piezas de artillería de varios
calibres, esos cañones antiaéreos, esas ametralladoras pesadas, esos
morteros con la garganta abierta al cielo, esos torpedos, esas cargas
de profundidad, esas lanzaderas de misiles conocidas como órgano de
stalin, era el mayor placer que la vida podía ofrecerle. En el catálogo
de la fábrica se notaba la ausencia de tanques, pero ya era público que
se estaba preparando la entrada de producciones belona s.a., en el
mercado apropiado con un modelo inspirado en el merkava del ejército de
israel. No podían haber elegido mejor, que lo digan si no los
palestinos.
Tantas y tan fuertes emociones casi le hacían perder el
conocimiento a nuestro hombre. A la vera del desmayo, por lo menos así
lo sentía él, balbuceaba, Agua, por favor, denme agua, y el agua
siempre aparecía, pues los colegas ya estaban prevenidos e
inmediatamente le asistían. Aquello era más una cuestión de nervios que
otra cosa, artur paz semedo nunca llegó a perder el conocimiento por
completo. Como se está viendo, el sujeto en cuestión es un interesante
ejemplo de las contradicciones entre el querer y el poder. Amante
apasionado de las armas de fuego, jamas ha disparado un tiro, ni
siquiera como cazador de fin de semana, y el ejército, ante sus
evidentes carencias físicas, no lo quiso en sus filas. Si no trabajara
en una fábrica de armas, lo más seguro es que siguiera viviendo, sin
otras aspiraciones, con su pacífica felícia. No se crea, sin embargo,
que se trata de un hombre infeliz, amargado, disgustado con la vida.
Muy al contrario. El estreno de una película de guerra le provoca un
alborozo casi infantil, es cierto que nunca plenamente satisfecho, ya
que lo que ve siempre le parece poco, sean ráfagas de ametralladora,
combates cuerpo a cuerpo, bombas de racismo, tanques disparando y
arrasando todo lo que encuentran a su paso, y hasta algún que otro
ejemplar fusilamiento de desertores.
En verdad, ante la convulsa y
tumultuosa pantalla, con el aparato de sonido marcando el máximo de los
decibelios, artur paz semedo, por lo menos en espíritu y con perdón de
la contradicción de términos, es la perfecta encarnación de la diosa
belona. Cuando en la cartelera de los cines no hay películas bélicas,
recurre a su variada colección de videos, organizada desde lo antiguo a
lo reciente, siendo la joya del conjunto el gran desfile, de mil
novecientos veinticinco, con john gilbert, el galán de bigotito al que
el sonoro le arruinó la carrera pues su voz aguda, casi chirriante, a
la manera de un mal tenor ligero de opereta, no era apropiada para un
héroe de quien se espera que levante un batallón de las trincheras sólo
con gritar Al ataque. La mayor parte de los filmes de la colección son
norteamericanos, aunque haya también algunos franceses, japoneses y
rusos, como es el caso, respectivamente, de la gran ilusión, de ran y
de el acorazado potemkin. Pese a todo, la producción de hollywood es
mayoritaria en la colección, de la que saltan a la vista, por ejemplo,
títulos como apocalypse now, el día más largo, además de la delgada
línea roja, los cañones de navarone, cartas desde iwo jima, la batalla
de midway, destino tokio, matton, pearl harbor, la batalla de las
ardenas, salvar al soldado ryan, la chaqueta metálica. Un auténtico
curso de estado mayor.
Un
día artur paz semedo leyó en el periódico que la cinemateca de la
ciudad iba a exhibir la película espoir, sierra de teruel de andré
malraux, una obra sobre la guerra civil española rodada en mil
novecientos treinta y nueve. Sería una buena ocasión para informarse en
detalle de lo que sucedió en el conflicto del país vecino, cuando el
frente popular que gobernaba entonces fue vencido por una coalición
fascista en la que participaron camisas pardas alemanes, camisas negras
italianos, la caballería mora y los viriatos, como se conocía a los
portugueses voluntarios o contratados dispuestos a disparar unos tiros.
No había visto la película, ni siquiera sabía que se trataba de la
adaptación de un libro del mismo título, también de andré malraux.
Hombre de números y de facturas, de este artur paz semedo no se puede
decir que alguna vez haya sido lector entusiasta, como muchos debemos
considerarlo un lector relativamente aplicado, de esos que, de vez en
cuando, por una u otra razón, o incluso sin ninguna razón especial,
consideran que como ciudadanos tienen obligación de leer tal o cual
libro y, lanzados al loable trabajo, podremos tener la seguridad de
que, salvo motivo de fuerza mayor, no se saltarán ni una sola línea.
Pese a que, como ya más o menos se habrá deducido de lo que viene
siendo relatado, no abundasen las coincidencias entre su manera de ser
y pensar y la historia que la película narraba, más bien al contrario,
se emocionó hasta las lágrimas con la simágenes de la bajada de la
sierra de teruel que se muestran, esos muertos y esos heridos
transportados a hombros por los compañeros, pasando entre las filas de
vecinos con los puños cerrados que, desde las aldeas próximas, habían
acudido al rescate. Por eso, con lógica o sin ella, decidió que era su
obligación de adicionado a las películas de guerra y de empleado de
producciones belona s.a, leer un libro que precisamente trataba de una
guerra. Lo buscó en las librerías pero no lo encontró.
Que era una obra
ya antigua, sin demanda de público que justificara nuevos encargos, le
dijeron, tal vez la descubra por ahí, en las librerías de viejo. Artur
paz semedo siguió el consejo y por fin, en el tercer establecimiento,
el hombre, como suele decirse, acabó en empacho, porque le fueron
mostrados nada menos que dos ejemplares, uno en francés, otro
traducido, ambos en estado de conservación y limpieza bastante
razonable, Cuál de ellos se va a llevar, le preguntó el librero. Artur
paz semedo conservaba algunas luces de la lengua de molière, herencia
difusa de sus tiempos de instituto, pero tuvo miedo de que la escritura
del autor estuviera por encima de sus capacidades de comprensión y optó
por una solución salomónica, Me llevo los dos.
Los libros no eran
caros, pero, pese a ello, el librero le hizo una pequeña rebaja. En la
venta de armas también era habitual que se hicieran descuentos, de esa
materia lo sabía todo, existía una variedad tal de comisiones que, en
algunos casos concretos, se ponía en riesgo el propio margen de libro
de la empresa. En fin, como no dice la sabiduría popular, pero podría
decirlo, Si quieres tener cosecha un día, arremángate y siembra ahora.
Cada negocio tiene sus saberes, también este librero, con la rebaja,
estaba apostando por la posibilidad de que el nuevo cliente volviera a
llamar a la puerta de la tienda.
La idea de artur paz semedo al comprar
los dos ejemplares del libro era tan obvia como brillante, tendría
siempre a mano la traducción para que le ayudara a vencer las
dificultades que pudiera encontrarse al descifrar el original. Esa
misma noche, tras la cena, se sentó en su sillón favorito, abrio l’
espoir y se adentró en la guerra civil de españa. Ya en las primeras
líneas comprendió que sin el auxilio de la traducción nunca iba a
lograr llevar a buen término la aventura literaria en la que se había
metido.
Antes de su muerte, el premio Nobel de Literatura lusitano José
Saramago (Azinhaga, 1922-Tías, Lanzarote, 2010) dejó escritas 30
páginas de lo que sería su próxima novela, una reflexión sobre la
violencia, el negocio de las armas y la responsabilidad personal. Su
última voluntad narrativa se complementa ahora con los textos del
periodista y escritor italiano Roberto Saviano y del poeta y ensayista
español Fernando Gómez Aguilera. Con autorización de la editorial
Alfaguara, presentamos a nuestros lectores un adelanto del libro Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas,
cuya edición especial está ilustrada con grabados del también premio
Nobel de Literatura Günter Grass, y que en estos días circula ya en
librerías del país.
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