7/03/2016

Riviera Maya Film Festival 2016


Carlos Bonfil
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Así es como el público gozó de las proyecciones que ofreció la quinta edición del encuentro fílmico en Playa del Carmen y CancúnFoto cortesía del festival

Cero y van cinco. La apuesta del Riviera Maya Film Festival de ofrecer una combinación de cine mainstream y una selección muy rigurosa de cintas de autor es, en su quinta edición, todo un éxito.
Un éxito que no se mide evidentemente por una gran afluencia en sedes de acceso no siempre cómodo para mucha gente, o por el desfile de grandes luminarias internacionales en alfombras rojas. Se trata de un festival de dimensiones modestas, con recursos financieros muy limitados y cuya oferta anual apenas rebasa los 60 títulos. Su fortuna radica, sobre todo, en el entusiasmo de sus jóvenes organizadores, exigentes cinéfilos todos ellos, conscientes de la necesidad de mantener un óptimo nivel de calidad en lo seleccionado y un contacto muy directo con un público de curiosidad insaciable, ayuno todo el resto del año de un cine de calidad en sus pantallas.
Este festival en Playa del Carmen y Cancún es un espejo fiel de la situación a que se enfrentan más de 100 pequeños festivales a lo largo del país, desde el Festival del Desierto, en Hermosillo, Sonora, hasta el Festival de Mérida, en Yucatán. Todo un territorio nacional surcado por proyecciones fugaces de películas de grandes autores y por una plataforma mexicana con títulos de cineastas emergentes que los públicos del interior del país no tendrían oportunidad de ver de otro modo. Así, el público del Riviera Maya tuvo este año la ocasión de descubrir cintas mexicanas tan interesantes como Tempestad, de Tatiana Huezo, y Parque Lenin, de Carlos Mignon, o La caridad, de Marcelino Islas; Epitafio, de Rubén Imaz y Yulene Olaizola, y Maquinaria panamericana, de Joaquín del Paso. O los documentales El paso, de Everardo González; Margarita, de Bruno Arnaldo Santamaría, o la cinta finalmente ganadora del certamen, La balada del Oppenheimer Park, de Juan Manuel Sepúlveda. Películas que, con toda evidencia, ese público habrá visto ahora por única y última vez en pantalla grande antes de su azaroso tránsito al mercado, formal o informal, del video digital.
Algo parecido puede decirse de una oferta internacional de cine de autor que, de modo estimulante y temerario, propuso la maratónica proyección de Un arrullo para el penoso misterio, del filipino Lav Díaz, con una duración de ocho horas: un hipnótico y alucinante viaje por la selva en busca del rastro de Andrés Bonifacio, padre de la in-dependencia filipina, en una mezcla tan rica de registros históricos y poéticos que le confieren a la obra una insospechada fluidez narrativa. Otro momento formidable fue la exhibición de Tarde, el trabajo más reciente de Tsai Ming Liang, larga conversación entre el cineasta y su actor fetiche Lee Kang-sheng, donde el tono con-fidencial expone la intimidad afectiva y profesional de los dos personajes con una franqueza inusitada: desde la hipocondria y la homosexualidad del cineasta hasta la fidelidad sin falla del comediante que ve toda su existencia indisolublemente ligada al realizador de Viva el amor o El río. Filmada en cinco planos fijos de media hora de duración cada uno, y con cineasta y actor como únicos protagonistas, la película es una experiencia límite, si bien no única en el cine actual, sí profundamente emotiva y enriquecedora.
No home movie, última película de la desaparecida cineasta belga Chantal Akerman, sorprende de modo similar con el retrato de su madre que es a la vez la radiografía mínima e intensa de la época de plomo del nazismo al que sobrevivió la anciana y un paralelismo con los duros tiempos que su hija advierte en Europa poco antes de morir. Todo ello narrado a través de un video casero que, por su insistencia en la noción de desarraigo, se vuelve un auténtico No home movie. Otra propuesta novedosa es Francofonía, del veterano ruso Aleksandr Sokurov. A través de una singular visita al Louvre, el director propone la anécdota histórica del acuerdo entre Jacques Jaujard, director del museo bajo la ocupación nazi, y Wolff-Metternich, oficial nazi encargado de cultura, para preservar los tesoros artísticos amenazados por la guerra. El documental pronto se vuelve una original alegoría sobre el poder y sus excesos, y la compleja relación entre una abdicación de la soberanía nacional y los impulsos libertarios que siempre la reivindican vigorosamente.
Otros trabajos notables fueron el documental En Jackson Heights, del imprescindible Frederick Wiseman; Canción del atardecer, del británico Terence Davies; Ta’ang, de otro maestro del documental, el chino Wang Bing; Schneider contra Bax, del neerlandés Alex van Warmerdam, cintas que con toda probabilidad serán presentadas en las Muestras o en el Foro de la Cinética de este año. Algo que importa destacar: inclusive en su propuesta para grandes públicos, el Riviera Maya Film Festival no hace concesión alguna al siempre hegemónico cine hollywoodense. Con la suma de pequeños festivales como éste, siempre será posible imaginar, para el buen cine, una larga y enorme difusión cultural.
Twitter: @CarlosBonfil1

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