Carlos Bonfil
Así es como el público gozó de las proyecciones que ofreció la quinta
edición del encuentro fílmico en Playa del Carmen y CancúnFoto cortesía del festival
Cero y van cinco. La apuesta del Riviera Maya Film Festival de ofrecer una combinación de cine mainstream y una selección muy rigurosa de cintas de autor es, en su quinta edición, todo un éxito.
Un éxito que no se mide evidentemente por una gran afluencia en sedes
de acceso no siempre cómodo para mucha gente, o por el desfile de
grandes luminarias internacionales en alfombras rojas. Se trata de un
festival de dimensiones modestas, con recursos financieros muy limitados
y cuya oferta anual apenas rebasa los 60 títulos. Su fortuna radica,
sobre todo, en el entusiasmo de sus jóvenes organizadores, exigentes
cinéfilos todos ellos, conscientes de la necesidad de mantener un óptimo
nivel de calidad en lo seleccionado y un contacto muy directo con un
público de curiosidad insaciable, ayuno todo el resto del año de un cine
de calidad en sus pantallas.
Este festival en Playa del Carmen y Cancún es un espejo fiel de la
situación a que se enfrentan más de 100 pequeños festivales a lo largo
del país, desde el Festival del Desierto, en Hermosillo, Sonora, hasta
el Festival de Mérida, en Yucatán. Todo un territorio nacional surcado
por proyecciones fugaces de películas de grandes autores y por una
plataforma mexicana con títulos de cineastas emergentes que los públicos
del interior del país no tendrían oportunidad de ver de otro modo. Así,
el público del Riviera Maya tuvo este año la ocasión de descubrir
cintas mexicanas tan interesantes como Tempestad, de Tatiana Huezo, y Parque Lenin, de Carlos Mignon, o La caridad, de Marcelino Islas; Epitafio, de Rubén Imaz y Yulene Olaizola, y Maquinaria panamericana, de Joaquín del Paso. O los documentales El paso, de Everardo González; Margarita, de Bruno Arnaldo Santamaría, o la cinta finalmente ganadora del certamen, La balada del Oppenheimer Park, de
Juan Manuel Sepúlveda. Películas que, con toda evidencia, ese público
habrá visto ahora por única y última vez en pantalla grande antes de su
azaroso tránsito al mercado, formal o informal, del video digital.
Algo parecido puede decirse de una oferta internacional de cine de
autor que, de modo estimulante y temerario, propuso la maratónica
proyección de Un arrullo para el penoso misterio, del filipino
Lav Díaz, con una duración de ocho horas: un hipnótico y alucinante
viaje por la selva en busca del rastro de Andrés Bonifacio, padre de la
in-dependencia filipina, en una mezcla tan rica de registros históricos y
poéticos que le confieren a la obra una insospechada fluidez narrativa.
Otro momento formidable fue la exhibición de Tarde, el trabajo
más reciente de Tsai Ming Liang, larga conversación entre el cineasta y
su actor fetiche Lee Kang-sheng, donde el tono con-fidencial expone la
intimidad afectiva y profesional de los dos personajes con una franqueza
inusitada: desde la hipocondria y la homosexualidad del cineasta hasta
la fidelidad sin falla del comediante que ve toda su existencia
indisolublemente ligada al realizador de Viva el amor o El río. Filmada
en cinco planos fijos de media hora de duración cada uno, y con
cineasta y actor como únicos protagonistas, la película es una
experiencia límite, si bien no única en el cine actual, sí profundamente
emotiva y enriquecedora.
No home movie, última película de la desaparecida
cineasta belga Chantal Akerman, sorprende de modo similar con el retrato
de su madre que es a la vez la radiografía mínima e intensa de la época
de plomo del nazismo al que sobrevivió la anciana y un paralelismo con
los duros tiempos que su hija advierte en Europa poco antes de morir.
Todo ello narrado a través de un video casero que, por su insistencia en
la noción de desarraigo, se vuelve un auténtico No home movie. Otra propuesta novedosa es Francofonía, del
veterano ruso Aleksandr Sokurov. A través de una singular visita al
Louvre, el director propone la anécdota histórica del acuerdo entre
Jacques Jaujard, director del museo bajo la ocupación nazi, y
Wolff-Metternich, oficial nazi encargado de cultura, para preservar los
tesoros artísticos amenazados por la guerra. El documental pronto se
vuelve una original alegoría sobre el poder y sus excesos, y la compleja
relación entre una abdicación de la soberanía nacional y los impulsos
libertarios que siempre la reivindican vigorosamente.
Otros trabajos notables fueron el documental En Jackson Heights, del imprescindible Frederick Wiseman; Canción del atardecer, del británico Terence Davies; Ta’ang, de otro maestro del documental, el chino Wang Bing; Schneider contra Bax, del
neerlandés Alex van Warmerdam, cintas que con toda probabilidad serán
presentadas en las Muestras o en el Foro de la Cinética de este año.
Algo que importa destacar: inclusive en su propuesta para grandes
públicos, el Riviera Maya Film Festival no hace concesión alguna al
siempre hegemónico cine hollywoodense. Con la suma de pequeños
festivales como éste, siempre será posible imaginar, para el buen cine,
una larga y enorme difusión cultural.
Twitter: @CarlosBonfil1
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