Hombres por la igualdad
Mariano Nieto Navarro
La mayoría de los varones que conozco, de muy diversa edad y condición, afirman que las mujeres en España en estos momentos tienen prácticamente las mismas oportunidades que los hombres para hacer lo que quieran. Implícitamente, lo que se dice es que la desigualdad es cosa del pasado y que las mujeres que protestan se quejan de vicio.
Esta opinión refleja una resistencia profunda, consciente o inconsciente, a reconocer que los hombres seguimos teniendo multitud de privilegios odiosos (“que perjudican a otros”, DRAE, 22ª edición) por el simple hecho de ser hombres. O, dicho de otra forma, que en un mundo de supremacía masculina o patriarcado, hay cosas de las que seguimos disfrutando todos los hombres que son injustas porque las conseguimos a costa de y en perjuicio de las mujeres. Muchas de esas ventajas las disfrutamos independientemente de que las queramos o no, y se superponen a otros tipos de privilegios que cada uno puede tener por su procedencia, extracción social, raza, etc.
Hay abundante literatura al respecto, no solo especializada sino también de divulgación, de forma que quien no se haya enterado todavía de los variados mecanismos sociales y habilidades aprendidas —perfeccionados y transmitidos de generación en generación— que nos permiten a los hombres mantener la supremacía y sacar ventaja de la misma, es porque no quiere. Aunque los hombres no seamos culpables de haber heredado esos privilegios, sí somos responsables de lo que hacemos con lo que hemos recibido. Y esa responsabilidad empieza por reconocer la propia situación de privilegio odioso. Y continúa por tratar de cambiar las cosas renunciando a las ventajas injustas que se pueda y denunciando públicamente aquellas otras de las que nos beneficiaremos de todas maneras.
La renuncia supone asumir preocupaciones y tareas no deseadas (empezando por el 50%, al menos, de las tareas domésticas y de cuidado de niños, ancianos y enfermos), perder poder, dinero, posición social y laboral (¿renunciar a un ascenso para estar más en casa y que promocione una mujer?), etc. Y la denuncia comprometida (pero no chulesca, porque ello supondría caer en lo mismo) seguramente puede implicar serios problemas con muchos otros hombres. Un ejemplo de privilegio que puede parecer irrelevante, pero que no lo es: a los hombres, desde pequeños, se nos presta mucha más atención cuando hablamos en público y en general se da más crédito a nuestras palabras (por contra, las mujeres “están mejor calladitas”).
El planteamiento anterior, la renuncia a y denuncia de los privilegios masculinos odiosos, no supone una nueva edición de la típica actitud heroica varonil de salvar a las pobrecitas mujeres. Las mujeres están hartas, con razón, de hombres salvadores que hagan las cosas “por ellas”. Por otro lado, las mujeres han demostrado y siguen demostrando que se pueden salvar perfectamente por ellas mismas.
De lo que se trata es de que los hombres, cada hombre, nos salvemos a nosotros mismos de nuestra propia indignidad. Segunda década del siglo XXI: es hora de que los varones miremos de una vez la realidad cara a cara y nos comprometamos masivamente en la ruta de la igualdad. Por supuesto, es necesario estimular el cambio “desde fuera”, con leyes, medidas políticas, campañas educativas y de comunicación. Pero el verdadero cambio tiene que venir de dentro de cada uno (exigencia ética) y de la participaciónsocial de los hombres detrás de las mujeres feministas (exigencia política).
Mariano Nieto Navarro
La mayoría de los varones que conozco, de muy diversa edad y condición, afirman que las mujeres en España en estos momentos tienen prácticamente las mismas oportunidades que los hombres para hacer lo que quieran. Implícitamente, lo que se dice es que la desigualdad es cosa del pasado y que las mujeres que protestan se quejan de vicio.
Esta opinión refleja una resistencia profunda, consciente o inconsciente, a reconocer que los hombres seguimos teniendo multitud de privilegios odiosos (“que perjudican a otros”, DRAE, 22ª edición) por el simple hecho de ser hombres. O, dicho de otra forma, que en un mundo de supremacía masculina o patriarcado, hay cosas de las que seguimos disfrutando todos los hombres que son injustas porque las conseguimos a costa de y en perjuicio de las mujeres. Muchas de esas ventajas las disfrutamos independientemente de que las queramos o no, y se superponen a otros tipos de privilegios que cada uno puede tener por su procedencia, extracción social, raza, etc.
Hay abundante literatura al respecto, no solo especializada sino también de divulgación, de forma que quien no se haya enterado todavía de los variados mecanismos sociales y habilidades aprendidas —perfeccionados y transmitidos de generación en generación— que nos permiten a los hombres mantener la supremacía y sacar ventaja de la misma, es porque no quiere. Aunque los hombres no seamos culpables de haber heredado esos privilegios, sí somos responsables de lo que hacemos con lo que hemos recibido. Y esa responsabilidad empieza por reconocer la propia situación de privilegio odioso. Y continúa por tratar de cambiar las cosas renunciando a las ventajas injustas que se pueda y denunciando públicamente aquellas otras de las que nos beneficiaremos de todas maneras.
La renuncia supone asumir preocupaciones y tareas no deseadas (empezando por el 50%, al menos, de las tareas domésticas y de cuidado de niños, ancianos y enfermos), perder poder, dinero, posición social y laboral (¿renunciar a un ascenso para estar más en casa y que promocione una mujer?), etc. Y la denuncia comprometida (pero no chulesca, porque ello supondría caer en lo mismo) seguramente puede implicar serios problemas con muchos otros hombres. Un ejemplo de privilegio que puede parecer irrelevante, pero que no lo es: a los hombres, desde pequeños, se nos presta mucha más atención cuando hablamos en público y en general se da más crédito a nuestras palabras (por contra, las mujeres “están mejor calladitas”).
El planteamiento anterior, la renuncia a y denuncia de los privilegios masculinos odiosos, no supone una nueva edición de la típica actitud heroica varonil de salvar a las pobrecitas mujeres. Las mujeres están hartas, con razón, de hombres salvadores que hagan las cosas “por ellas”. Por otro lado, las mujeres han demostrado y siguen demostrando que se pueden salvar perfectamente por ellas mismas.
De lo que se trata es de que los hombres, cada hombre, nos salvemos a nosotros mismos de nuestra propia indignidad. Segunda década del siglo XXI: es hora de que los varones miremos de una vez la realidad cara a cara y nos comprometamos masivamente en la ruta de la igualdad. Por supuesto, es necesario estimular el cambio “desde fuera”, con leyes, medidas políticas, campañas educativas y de comunicación. Pero el verdadero cambio tiene que venir de dentro de cada uno (exigencia ética) y de la participaciónsocial de los hombres detrás de las mujeres feministas (exigencia política).
PLANTA CARA A LA VIOLENCIA MACHISTA
PONLE CARA A LA IGUALDAD
Manifestación contra la
violencia machista.
Sevilla, 21 octubre 2011
Red de Hombres por la Igualdad
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