El Salón Rojo
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El aspecto más interesante en Godzilla, segundo largometraje de Gareth Edwards, es que se trata de un filme que reniega de su propia naturaleza. Enfundado en un presupuesto millonario y con el peso que implica llevar el nombre de una de las bestias más famosas en la historia del cine, Edwards pareciera tenerle miedo al gigante prehistórico, al presupuesto exorbitante, a las exigencias del blockbuster; y por ello, en un movimiento osado pero inútil, el director de origen británico hace una película sobre Godzilla evitando a toda costa mostrar a Godzilla.
Esto, de hecho, es una táctica que hemos visto incontables ocasiones en el cine -ni el Tiburón de Spielberg ni el Alien de Ridley Scott se mostraban a cuadro hasta más allá de la primera hora-, pero a diferencia de Edwards, tanto Spielberg como Scott saben construir escenarios de auténtica tensión mediante el trazado de personajes relevantes para la historia y para el público.
Un aspecto muy aplaudido por la crítica norteamericana es cómo el director elude una y otra vez mostrar a su monstruo en plena acción. En alguna escena, Godzilla finalmente está frente a una de las gigantescas criaturas que amenaza el planeta (asumo que ustedes saben que en la película hay más de un monstruo, de lo contrario lo siento, acaban de leer un spoiler), y justo cuando esperamos una pelea de proporciones épicas, el director corta al interior de una casa donde una madre e hijo ven lo que sucede en una diminuta televisión; después de ese corte -que acepto es ingenioso- el director no regresa al campo de batalla, sino que hace una elipsis hasta el día siguiente, con una toma aérea que muestra la destrucción provocada por una pelea que jamás vimos.
El efecto para el espectador es el mismo que el que consigue Michael Bay con su famosa edición frenética: confundir y de paso ocultar el pésimo manejo del espacio cinematográfico; Edwards peca de lo mismo, su manejo espacial es por demás precario aunque -más flojo que Bay- se ahorra cortes y resuelve con un simple “imaginen la pelea, al fin que han visto lo mismo en incontables filmes de acción”.
En War of the Worlds (2005), Steven Spielberg hace algo similar, aunque el quid de la trama es la invasión alienígena, el director evita regodearse en la destrucción, lo que le importa son las consecuencias de esa destrucción proyectadas en una familia que es el centro del filme. Esto funciona porque Spielberg sabe armar personajes, sabe construir tensión, sabe manipular emociones, logra que el destino de sus personajes nos importe. En cambio, los personajes de Godzilla son tan relevantes como lo puede ser la historia en una película porno.
Edwards desperdicia de manera criminal a sus mejores actores; Binoche, Hawkins, Cranston, Watanabe, Strathairn, todos son rápidamente desechados o convertidos en botargas que recitan explicaciones neo-científicas sobre lo que sucede en la película, dejando a un inexpresivo Aaron Taylor-Johnson la misión (ya para estas alturas imposible) de llevar esto a buen puerto.
Atrapada entre su origen de cine tipo B (al que intenta infructuosamente homenajear), un guión que lastimosamente pretende hacer más “seria” (atención detractores de Nolan) una trama que claramente no lo permite y su necedad por no reconocerse como un blockbuster veraniego, la cinta tiene el mismo resultado que una película de Michael Bay: mucha pirotecnia (las pocas escenas donde vemos a la bestia, aunque obscurecidas por el pésimo uso del 3D, son impresionantes) y muy poco fondo.
Ante el desastre sólo queda preguntarse: ¿en serio era tan mala la versión de Roland Emmerich?
Godzilla (Dir. Gareth Edwards)
2 de 5 estrellas.
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