Olga Pellicer
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Terminó el proceso de aprobación de leyes secundarias
para la reforma energética. Frente a una intensa propaganda
gubernamental sobre los beneficios que tal reforma proporcionará a la
nación, se alza el escepticismo comprensible de la ciudadanía. Por una
parte, hay en ella omisiones e interrogantes que no encuentran
respuesta; por la otra, se da un apresuramiento notable para ponerla en
práctica, lo cual no deja tiempo para fortalecer, con conocimientos y
capacidad de ejecución, las múltiples agencias reguladoras que se están
creando.
Dentro de las interrogantes
que no tienen respuesta se encuentra cuál es la vinculación entre el
mayor peso que México busca en el panorama mundial de energía y la
política exterior. Mucho se han mencionado “las mejores prácticas a
nivel internacional” como un referente que ha inspirado la reforma
energética y asegura sus beneficios. Pero nadie, al parecer, se ha
preguntado sobre el papel de las cancillerías, u otras agencias del
gobierno, en regular, orientar o determinar la relación con el exterior
en materia de energía.
En Estados Unidos esa regulación es estricta. Ninguna
compañía petrolera puede decidir libremente a quién exporta petróleo.
Por su importancia estratégica, los hidrocarburos no son asuntos que se
dejen totalmente en manos de las empresas privadas. El gobierno tiene
sus objetivos prioritarios, relativos, entre otros aspectos, a la
seguridad nacional.
En el Departamento de Estado existe una Subsecretaría
para Desarrollo Económico, Energía y Medio Ambiente, de la cual forma
parte la Oficina de Asuntos Energéticos, uno de cuyos propósitos es
manejar la geopolítica de la energía en los tiempos recientes mediante
una diplomacia fortalecida con los principales importadores y
consumidores.
En el caso de Brasil, durante la época del presidente
Lula se estableció al interior del poderoso ministerio de relaciones
exteriores conocido como Itamaraty una dirección especial para asuntos
de energía, que ha cumplido su responsabilidad de lograr una buena
coordinación con Petrobras. La posición de la cancillería y la empresa
estatal no siempre marchaban por los mismos canales. Por lo tanto, era
urgente coordinar los puntos de vista de ambas dependencias. Desde
entonces, Petrobras participa activamente en diversas actividades de
Itamaraty, incluyendo visitas de Estado al exterior y participación en
delegaciones para asuntos multilaterales.
Más allá de la relación institucional entre la
cancillería y las empresas petroleras, la importancia de los
hidrocarburos en la economía obliga a pensar en la conveniencia de
participar en instituciones significativas para la marcha de los
mercados petroleros, como es la Agencia Internacional de Energía. Uno
de sus propósitos es implementar medidas coordinadas de respuesta a
emergencias, como la racionalización del uso de combustibles o
limitación de la producción.
Sería un error valorar a esta institución únicamente como
un freno eventual a la libertad para decidir sobre volúmenes de
producción. La ventaja es que supone aceptar y desempeñar un papel en
la gobernanza internacional en materia de energía. Objetivo que sería
necesario para quien, como ocurre con el gobierno de Peña Nieto, se
presenta como “actor con responsabilidad global”. Asimismo, permite
convivir con el conocimiento y las preocupaciones que tienen otros
Estados petroleros.
Desde la perspectiva de la congruencia entre política
exterior y política energética, el punto central es el del medio
ambiente. El año entrante es altamente probable que se logre un
documento jurídicamente vinculante sobre cambio climático. México,
líder en la política internacional sobre el tema, seguramente lo
firmará. Estas y otras preocupaciones a nivel mundial indican que el
avance hacia energías alternativas será prioritario en política
internacional, a un ritmo más acelerado de lo que se prevé en la
reforma energética mexicana, cuyo centro de gravedad son los
hidrocarburos.
Finalmente, no se puede dejar de lado la reflexión sobre
los recursos energéticos como instrumento de política exterior. Mucho
puede contribuir a determinar el posicionamiento de México en las
relaciones de poder internacionales el factor energía. Es una riqueza
que puede apoyarnos en la diversificación de las relaciones exteriores
del país, o integrarnos, aún con mayor firmeza, a la región de América
del Norte. Puede ser un factor que contribuya a la mayor independencia
de México en materia de ciencia y tecnología, o que nos someta más al
saber de empresas extranjeras que sólo comparten parcialmente sus
conocimientos. Puede ser un factor que promueva la formación de capital
humano para ser líderes en el mundo del petróleo, o que nos deje como
actores de segunda línea en búsqueda de inversiones.
Ahora bien, hasta ahora nadie ha volteado los ojos a la
Secretaría de Relaciones Exteriores ni se ha referido al aspecto
político de la relación con el exterior en materia de energía; no se
encuentra, en ninguno de los dictámenes que apoyaron las leyes
secundarias, reflexión sobre el particular. Posiblemente ello indica
que los únicos líderes de la nueva etapa del México petrolero serán
“las fuerzas del mercado”. Frente a ellas, no existe proyecto para
orientarlas y contrarrestar sus limitaciones. Desde esa perspectiva,
las omisiones sobre la política exterior en la reforma energética son
un motivo más para verla con escepticismo.
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