Cristina Pacheco
Sobre
el escritorio está la nueva agenda. Sus tapas impecables son como el
frente de una casa recién construida aún desierta. Las líneas en sus
páginas sugieren caminos que no se sabe adónde llevarán. Las fechas en
el ángulo superior remiten a sucesos del pasado porque aún no tienen
memoria propia: hibernan en espera de que la vida cronometrada se aloje
en su blancura.
Tapas, líneas, fechas suscitan curiosidad, incertidumbres, temores,
esperanzas. También avivan el recuerdo de acontecimientos que
ocurrieron en las horas de días que nunca volverán.
En el cajón del escritorio se acumulan agendas de años anteriores.
Tienen las cubiertas maltratadas y las abultan los papeles guardados
entre las hojas llenas de números, nombres, direcciones, frases
incomprensibles, tachaduras, iniciales, reflexiones, desahogos:
1º. de abril: En resumidas cuentas, no sé cómo resolverlo.
Julio 12: Me dio pena confesar que nunca he sacado un pasaporte.
Octubre 31: Valió la pena.
Diciembre 11: Otra vez me tocó hacer la lista del intercambio de regalos. ¡Ni modo!
II
De entre las viejas agendas, Eugenia selecciona una al azar.
1999. La hojea de prisa. Aunque no alcance a leerlas, sabe que las anotaciones en cada página corresponden a momentos de su vida. No logra recordar ninguno en especial, ni siquiera está segura de que en ese año haya viajado a Cancún para la boda de Lourdes, su mejor amiga. La anotación inicial en su libreta 2015 podría ser:
Llamar a Lulú para felicitarla por el año nuevo.
Eugenia retrocede a la primera página. Allí siguen escritos sus
propósitos para el año 1999 que hoy considera remotísimo. Pronto verá
del mismo modo el 2015, que tiene algunos días de comenzado.
Reflexionar sobre la fugacidad del tiempo la incomoda y opta por leer
la lista que escribió con muy buena letra y tinta violeta hace l6 años
(¡quién lo diría!):
Huir de los recuerdos tristes. Reconciliarme con mi hermana Carla. No esperar a que las soluciones me caigan del cielo. No perder el tiempo en reuniones que no me interesan. Pedir que me aumenten el sueldo. Salirme de la casa de mis papás y alquilar mi propio departamento. Poner orden en mis cosas. Menos tele y más lectura. Aceptarme como soy (subrayado tres veces). Hacer ejercicio, aunque sea en la casa.
Esa aclaración le recuerda a Eugenia su mala racha del 99, que la
obligó a renunciar al gimnasio y sustituir las rutinas bajo supervisión
profesional por caminatas en los andadores de la colonia. Recorrerlos a
buen paso era grato a pesar del pavimento desigual, los ciclistas en
contrasentido, la suciedad de los perros, el desenfado de los
menesterosos drogándose en las bancas, las bolsas negras desbordando
basura y la triste imagen de los pepenadores hurgando en ellas.
Entre ese grupo había una mujer pequeña, musculosa, acompañada de
tres perros flacos y largos. Obedientes y fieles, se echaban a los pies
de su ama para verla saltar sobre las latas de aluminio con una furia
sólo comparable a la del Arcángel Miguel en su lucha contra el Maligno.
Eugenia se pregunta qué habrá sido de ese personaje y del hombre
altísimo, con lentes azules, que paseaba a un perrito nervioso. ¿Y la
señora que leía ávidamente sin dejar de comer la ensalada de atún que
sacaba de un tóper? Por el uniforme blanco se veía que era una de las
enfermeras del hospital de rehabilitación vecino del expendio de
llantas.
III
Esos recuerdos hacen que Eugenia eche de menos su etapa
de caminante. Duró unos cuantos meses pero logró progresos notables.
Como primera meta eligió el puesto de flores. Recorrer las 11 cuadras
que mediaban entre ese punto y su casa le producía dolor en las
rodillas y una especie de mareo. Se sobrepuso a esos malestares y en
pocas semanas conquistó un paradero más lejano: el restaurante de
cortes argentinos con mesas en la calle donde las parejas, indiferentes
al asado de tira, charlaban y bebían vino tinto.
Ser protagonista de una escena parecida fue la aspiración secreta de
Eugenia y lo sigue siendo. Aceptarlo la avergüenza, la ilusiona, la
impulsa a volver a los andadores e imponerse distancias más largas:
primero a la tienda departamental, después a la Glorieta de la Palma.
Ese árbol solitario lloroso de dátiles incomibles, traído de quién
sabe dónde, está asociada a uno de sus más bellos recuerdos: los paseos
con su abuela Gracia contándole de cuando llegó a la ciudad de México y
no conocía a nadie más que a su vecina: una gringuita que no hablaba
español y todo el tiempo le decía Maidarling a pesar de sus esfuerzos para aclararle que su nombre era Engracia y no Maidarling.
La añoranza de aquellos tiempos en que su abuela Gracia vivía le
provoca a Eugenia un dolor suave pero lo desecha recordando el primer
buen propósito de l999:
Huir de los recuerdos tristes. Aún no ha cumplido con él. Es uno de sus pendientes. Lo saldará en el 2015 y lo anota en su nueva agenda como primer objetivo de un año que sin duda será mejor. Su certeza se origina en el recuerdo de las experiencias vividas en el 2014: el más implacable y cruel de todos los calendarios.
Huir de los recuerdos tristes, murmura dándose golpecitos en la frente, y se concentra en plantear sus nuevas metas. Podrían ser las de l999 que aún no ha cumplido. Por ejemplo, alquilar su propio departamento. La realidad se le impone de inmediato: en sus condiciones actuales, con la inseguridad en el trabajo, imposible pagar una renta. Más vale que lo acepte si no quiere convertir su condición de hija de familia a los 38 años en un infierno. Sin titubeos redacta su segundo propósito:
Ser más comunicativa con mis papás.
Guiada por la lista escrita hace l6 años sigue adelante. Proponerse
la reconciliación con su hermana es inútil. Carla ya no vive, lo más
que puede hacer es visitarla en el panteón y decirle, aunque sepa que
no obtendrá respuesta, lo mucho que lamenta no haber hablado con ella.
La conciencia de la imposibilidad le dicta el tercer objetivo para el
2015:
No dejar nada para mañana.
IV
Eugenia relee lo escrito. Es pobre pero no se le ocurre
nada más. Su mente está en blanco. Necesita inspirarse. Saca del cajón
otra agenda:
2003. En la primera página encuentra los mismos propósitos que en la anterior. La cierra y toma una distinta:
2005. Nada nuevo:
Huir de los...
Reconciliarme con...
No esperar...Sigue leyendo hasta llegar a la última línea:
Hacer ejercicio.
Por lo que ha visto, Eugenia deduce que en las viejas agendas que
aún no ha revisado encontrará la misma lista de objetivos, como si
todos los años transcurridos hubieran sido el mismo. Reitera que este
tiene que ser diferente, empezando por
Huir de los recuerdos tristesy
No dejar nada para mañana.
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