Sin alas, túnicas o aureolas
Rebelión/Universidad de la Filosofía
A
quienes tienen ganas de mirar “ángeles”, (o lo más parecido a esa idea)
no para inaugurar fanatismos de metafísicas postmodernas, no para
sacralizar sublimaciones cursis, no para mitificar gremios
extraterrestres; más bien para reinterpretar la realidad y
re-interpretarse a sí, les vendría bien una mirada atenta sobre las
enfermeras y los enfermeros. Desmesuradamente anónimos y subvaluados.
El trabajo de la enfermería está lejos de ocupar la jerarquía social
que le corresponde. Incluso en las excepciones escasas. Asignatura
pendiente entre muchas otras.
Como profesión de solidaridad
incuestionable, inserta en la cultura asistencial que la burguesía
inventó para la salud, el trabajo de enfermeras y enfermeros reconcilia
a la humanidad con lo mejor de sí , desde todas sus definiciones,
gracias a la base objetiva de un ejemplo laboral contundente. Entre
jeringas, medicamentos, “chatas”, “cómodos”, “papagayos”, “patos”,
termómetros... Día y noche entre dolores e hinchazones, cicatrizaciones
o curaciones. Jornadas laborales que suelen rebasar todos los límites
con exigencias afectivas. Todo es demanda y todo es urgente. Un poco de
charla con aquel paciente, un poco de cariño para aquel otro, un tanto
de angustia por algunos y otro tanto de disciplina y puntualidad. Un
mucho de responsabilidad, energía, buen carácter y un corazón gigante.
Poco salario, muchos malos tratos.
Algo inquietante y
virtuoso se agita en el fondo de esa vocación profesional y humanística
de las enfermeras. Algo inexplicable, necesario y gratificante. Algo
que uno quisiera encontrar en todos los oficios y las profesiones. Algo
que a veces parece perdido. Entre la asunción del deber ético
profesional y la ofrenda solidaria compañera en la indefensión de los
enfermos, las enfermeras y los enfermeros consolidan silenciosamente
una leyenda íntima y majestuosa que fluye entre los corredores de los
hospitales. Y pocos se percatan del milagro. Suele ocurrir de noche,
que es el tiempo favorito de ciertos dolores, que es la hora en que el
silencio pone marco al quejido, que es la hora predilecta para ciertas
verdades definitivas. Y las enfermeras suelen esta ahí. ¿Quien más?
Es cierto que no todas las enfermeras y enfermeros despliegan como
debieran el manto de sus obligaciones, es cierto que las hay toscas,
autoritarias e insensibles. Y eso duele muchísimo. Duele a los que
están bajo su cargo y a toda una profesión fundada en exigencias
importantísimas. Pero también es cierto que, visto con cuidado, la
inmensa mayoría de ellas y ellos están inscritas en un catálogo de
personalidades extraordinarias tocadas por la magnificencia de una
bondad, propiamente dicho, “angelical”. Para aplicar sueros y para
limpiar cacas. Y uno no se da por enterado.
En la diversidad
de los servicios, especialidades y habilidades donde las enfermeras
protagonizan un papel fundamental, ocurre una especie de explotación
burguesa consuetudinaria parecida a la que se da al “personal
doméstico”, ala servidumbre, a los esclavos. Un cierto despotismo
explotador y tirano tensa y frecuentemente aniquila la buena voluntad
de cualquier enfermera o enfermero. Por eso en algunos países la
enfermería ha tomado un protagonismo decididamente más agresivo y
benéfico. En él recae directamente la responsabilidad de vigilar el
estado de los derechos humanos del paciente y de ellos mismos. No es
poca cosa en estos días. Como no es infrecuente el acoso y abuso sexual
en hospitales, clínicas y consultorios ginecológicos... como no es
infrecuente el robo y secuestro de bebés... como el tráfico de órganos
es cada día más rentable y como el mercadeo intrahospitalario con
medicamentos, gasas, suturas, comidas etc. está a la orden del
día...las enfermeras y enfermeros tienen ante sí un espectro de
vigilancia que se extiende del paciente a la institución toda. Mucho
pedir pero son pocos los confiables y muchos los infieles.
Hay además una especie de energía doble en el temple vocacional de la
enfermería que multiplica su ser entre la vida privada y la vida
profesional. Jornadas laborales dobles de su casa al hospital, del
consultorio al cuidado domiciliario de enfermos, en soltería, en
matrimonio, jóvenes y no tanto, con especializaciones o empíricos, con
religión o no, de día o de noche. Un tanto Teresa de Calcuta, un tanto
madres y padres, hermanas y hermanos, amigos y amigas confidentes.
Pocas cosas son mejores en la vida que ser amigo de una enfermera o
enfermero de los buenos. Eso lo saben los médicos noveles, las
instituciones hospitalarias, el sector salud y todos los pacientes.
Aunque no lo admitan y no los defiendan.
La praxis de la
enfermería es asiento de saberes técnicos y humanos extraordinarios,
mezcla de eficiencia y ternura suscitadas al calor de circunstancias de
enfermedad y/o dolor ante los que adquiere sabor a gloria todo gesto
solidario. En la enfermería se configura uno de los acontecimientos de
la comunicación humana más extraordinarios, irreductible a lo
circunstancial, potenciado precisamente por las circunstancias y
aleccionador por su totalidad poética en su sentido más crucial. No
verlo es desperdiciarlo. Hecho de comunicación que es al mismo tiempo
interrogatorio y desafío para todos los demás oficios y profesiones.
Comunicación intimista y cara a cara. Comunicación fundamental que no
es farándula, amarillismo, merchandising ni snobismo mediático.
Comunicación que pone en evidencia lo mejor de las personas, eso
valiosísimo que es urgente, que es indispensable, que es fundamental
para reconquistarnos todos en lo que mejor podemos ofrecer para
garantizar el futuro. Lo contrario nos tiene ahogados. Desesperanzados.
Seguramente por todo ello no cualquiera pude ser enfermera o
enfermero, a pesar de todas las subestimaciones explotadoras que se
empeñan en mantener el servicio humanístico de las enfermeras como
sinónimo de servidumbre secundaria, con su acto de solidaridad
fraternal, ese trabajo consigue levantar sobre la realidad y sobre las
conciencias, un estandarte propio de dignidad salvífica plagada con
evidencias contundentes a la hora de lavar a los enfermos, de ponerles
inyecciones o de sonreír angelical y comprensivamente en las horas duras. Sin alas, túnicas o aureolas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario