Editorial La Jornada
Aun cuando el
confinamiento por la pandemia de coronavirus no tiene en nuestro país un
carácter obligatorio –salvo en algunas entidades cuyos gobiernos
establecieron ese carácter para la restricción de movimientos–, las
autoridades de Salud han remarcado con energía la conveniencia de que la
población respete escrupulosamente la llamada cuarentena para
restringir al máximo las posibilidades de contagio de la enfermedad.
El exhorto ha sido atendido por buena parte de la ciudadanía, pero no
por toda, como sería lo óptimo: en distintos sectores geográficos un
gran número de hombres y mujeres ha circulado (y transita) ignorando la
consigna sanitaria que recomienda quedarse en casa, y en muchos casos
sin siquiera adoptar la elemental medida de usar cubrebocas.
Naturalmente, hay quienes se desplazan por razones de trabajo y ello los
obliga a permanecer en la vía pública más tiempo del necesario para,
por ejemplo, abastecerse de víveres o realizar algún trámite de manera
presencial; pero mucha gente lo hace sin otro propósito que el dedejar
temporalmente un encierro que le resulta enojoso y difícil de
sobrellevar, obviando el hecho de que se trata de una medida esencial
para proteger la salud propia y de los demás.
Ayer, en su conferencia vespertina, el titular de la Subsecretaría de
Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, recordó que nos
encontramos en el punto más alto de contagio del Covid-19, por lo que
relajar las disposiciones preventivas tomadas para minimizar los daños
de la epidemia es un error que podría tener graves consecuencias. Y
horas antes, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia
Sheinbaum, había insistido –a través de redes sociales– en que nos
hallamos
en semáforo rojo y alerta sanitaria, por lo que es preciso mantener la disciplina y no salir a la calle innecesariamente.
Sin embargo, la comprensible inquietud de las autoridades de salud y
de gobierno no va acompañada de una conciencia pública sobre los riesgos
de romper antes de tiempo las medidas de sana distancia y aislamiento
incluidas en el estado de emergencia sanitaria todavía vigente. En el
mayor conglomerado urbano del país –la capital de la República y los
centros poblacionales que conforman la megalópolis– en las calles se
registra desde hace un par de días un claro incrementode la movilidad de
personas y vehículos, lo cual implica que por hastío, imprevisión,
falta de información o todo junto, se está poniendo en peligro la
eficacia de la estrategia que en México se ha elegido para combatir el
virus.
Las actividades que se reanudan prematuramente son múltiples: a los
vendedores ambulantes de todo tipo de artículos y los encargados de
puestos de comida se le suman parejas, pequeños grupos de paseantes o
personas que caminan con sus mascotas, que en algunas colonia contrastan
con el prudente vacío que se advertía en semanas anteriores.
El ingreso a la
nueva normalidad, como denominan en el gobierno a las etapas que seguirán a la contingencia sanitaria, va a tener lugar de manera necesaria. Pero es imprescindible que se produzca de forma gradual, programada y observada cuidadosamente, porque bajar la guardia cuando no se tenga la certeza de que el peligro ha pasado, puede exponer a la salud colectiva a un indeseable golpe.
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