Red Internacional de Solidaridad con las Prisioneras y Prisioneros Politicos Colombianos
“La prisión era la estación prevista en mi apuesta por la vida.
Nada en mí ha cambiado.
Puedo decirte que porto la dignidad
a la altura de las luchas de mi pueblo…”
(Extracto del Colectivo de Prisioneras Políticas “Manuelita Sáenz” ) ,
Reclusión de Mujeres de Bogotá.
El
8 de marzo, día internacional de la mujer, es una fecha emblemática
para avivar en nuestra memoria a aquellas valerosas mujeres que nos
precedieron, a aquellas quienes tras arduas luchas, muchas de ellas
silenciosas, desafiaron su tiempo y fueron conquistando para sus
congéneres derechos otrora reservados a los hombres. Tarea más loable
si recordamos que como resultado de construcciones sociales,
históricas, culturales y de relaciones de poder patriarcales, las
mujeres hemos cargado con el sino trágico de la subordinación, la
exclusión, la discriminación y la negación de derechos.
La
inclusión de las mujeres en la esfera de lo público, de la cultura, de
la educación, del trabajo remunerado, de la política, como el ejercicio
de la ciudadanía, la participación, toma de decisiones y el uso de la
voz en la plaza pública, no ha sido una concesión del mundo masculino
sino el resultado de la decidida y ardua lucha de muchas mujeres que no
se conformaron, que fueron las rebeldes de su tiempo.
Pese a
que muchas mujeres a lo largo de la historia hemos comprometido nuestro
esfuerzo para alcanzar mejores condiciones de vida, de trabajo digno,
de reconocimiento, de inclusión política y social, perviven los
vestigios de una sociedad patriarcal y machista que nosotras mismas
internalizamos y reproducimos, muchas veces de forma inconsciente, a
través de los procesos de socialización en los que estamos inmersas,
echando así para atrás muchas de nuestras propias conquistas.
En la situación actual, persisten las inequidades de las mujeres frente
a los hombres, los patrones culturales que nos siguen poniendo en un
plano de inferioridad, las diferentes formas de violencia contra las
mujeres, la subordinación, la discriminación y los papeles e
imaginarios que nos asigna el mundo androcéntrico.
MUJERES ENTRE REJAS
En Colombia hay 138 establecimientos penitenciarios y carcelarios en
los cuales se encuentran 120.623 personas privadas de la libertad,
según estadísticas del INPEC al mes de enero de 2014. Para ésta misma
fecha los establecimientos penitenciarios y carcelarios tenían una
capacidad para 76.066 internos/as. Es decir, la sobrepoblación
carcelaria es de 44.557 internos/as, para un estado de hacinamiento del
50,6%. De esta población total, 111.646, el 92.6% son hombres y 8.977,
7.4%) son mujeres. Se encuentran en calidad de sindicadas o imputadas
1.676 y están condenadas 3.717.
La política penitenciaria, el
código penitenciario y carcelario y el tratamiento penitenciario mismo
son homogéneos en cuanto a lo masculino. Al no incluir una mirada desde
los derechos humanos ni una perspectiva de género en la formulación y
puesta en marcha de los mismos difícilmente puede garantizarse a las
mujeres privadas de la libertad el reconocimiento y debido respeto de
acuerdo a sus especificidades como mujeres. No se comprende que los
derechos e intereses como mujeres no siempre son los mismos que los de
los hombres, aunque compartan la realidad de la reclusión.
La
herencia trágica del patriarcado se traslada a la prisión y se
evidencia en todos los espacios de la vida social de las mujeres en
prisión: en la sexualidad, en las pocas y limitadas ofertas de trabajo
y estudio, en las pocas posibilidades para ejercer su condición de
madres, etc., pero agravadas por la tendencia a la invisibilización de
las mismas, entre otras por ser una minoría dentro de la población
carcelaria.
Al impartirse un trato homogéneo a hombres y
mujeres privados de la libertad, sin superarse en la realidad las
iniquidades, se ignora que “la igualdad entre desiguales genera otra
desigualdad más”. Se convierte, en cambio, en un trato discriminatorio
hacia las mujeres que las invisibiliza y las pone en condiciones de
desventaja frente a los hombres.
El machismo y la desigualdad
es el rey aquí. Te cuento, son nueve torres entre todas y los
alimentos, primero para los hombres, el agua, primero para los hombres.
Si hay teatro, comidas o algo, los que mandan y dicen qué hacer son los
hombres. A las mujeres les toca asumirse a lo que dicen porque la
guardia tiene en cuenta es lo que ellos proponen. Las mujeres no tienen
voz ni voto.
Mary. Penitenciaría de Valledupar.
Además, es evidente la falta de formación real del personal de custodia
y directivas en lo referente a una concepción de género, que permita
dar un tratamiento diferencial a hombres y mujeres privados de la
libertad. La equidad de género, aunque no es la panacea, necesariamente
implica ese tratamiento diferencial con el objeto de corregir
desigualdades. A largo plazo, a lo que se aspira es a que se pueda
alcanzar una igualdad en términos de “derechos, beneficios,
obligaciones y oportunidades”. Resulta por tanto agresiva una
estructura carcelaria, unas celdas, unos uniformes y un reglamento
pensados en masculino.
La maternidad en condiciones de privación de la libertad
Para enero de 2014 el INPEC registra un total de 28 madres lactantes y
128 madres gestantes. Hay 133 niños y niñas conviviendo con sus madres
en los diferentes establecimientos de reclusión, de éstos, el 48.9/ son
niños y el 51.1% son niñas. De esta población total, 17 niños/as son
menores de un año y 166 menores de 1 a 3 años.
El régimen
judicial y penitenciario no valora ni reconoce el vínculo único e
indisoluble entre las mujeres privadas de la libertad que son madres y
sus hijas e hijos y que hace aún más evidente el desconocimiento de las
necesidades y derechos de las mujeres privadas de la libertad y por
extensión los de sus hijos e hijas.
Y es que un gran
porcentaje de las mujeres reclusas son madres, y en su mayoría madres
cabeza de familia, pero no existe un tratamiento especial, judicial ni
penitenciario, que considere ésta condición y la de los hijos e hijas
que se ven inmersos en esta realidad que vulnera también sus derechos.
Algunas mujeres que tenían hijos e hijas recién nacidos o menores de 3
años, o las que llegaron a la prisión en estado de gravidez, o quienes
concibieron a sus hijos o hijas en prisión han logrado tener un cupo
para que sus hijos e hijas vivan con ellas hasta la edad de los 3 años.
No hay cupos para todas las mujeres en esta situación.
Al
llegar a la edad de 3 años, dolorosamente los niños y niñas que
conviven con sus madres en la prisión son arrancados unos de otras. La
disposición penitenciaria determina que éstos menores deben ser
entregarlos s o bien a familiares o amigos quienes se harán cargo de
ellos, y si no existen éste tipo de personas, son entregados a hogares
sustitutos, hasta que sus madres cumplan su condena o se demuestre su
inocencia y sean dejadas en libertad. La fatalidad adicional está en
que algunas de estas mujeres-madres están condenadas a largas condenas
de entre los 10 y 60 años. Así las cosas, ¿cuándo podrán disfrutar y
brindar cuidado a sus hijas e hijos? ¿Y cómo será la vida de éstos sin
sus madres? Parece que a nadie le importa ésta realidad más que a
quienes la viven con impotencia en carne propia.
Después de
esta traumática separación de madres e hijas e hijos, ni las unas ni
los otros reciben un acompañamiento psico-social. Otro drama similar
padecen las madres que tuvieron que dejar a sus hijas e hijos afuera de
la prisión. Los días de visitas de las hijas e hijos son también
tormentosos para unos y otras. Sin ninguna consideración, desde los más
pequeños son sometidos a extenuantes filas a la intemperie que se
prolongan por horas, la mayoría de las veces es mayor el tiempo que
pasan en el trámite de ingreso a la prisión que el que logran compartir
con sus madres una vez al mes. Muchas/os llegan atemorizados, en pánico
por las desmedidas requisas y tratos que reciben de parte del personal
de custodia.
De la educación y el trabajo
La
gran mayoría de las mujeres privadas de la libertad son mujeres de
bajos recursos económicos y procedentes muchas de ellas de regiones
marginadas del país. La mayoría tienen un bajo nivel académico, con
educación básica primaria, en su mayor parte incompleta.
Los
cupos de estudio que el INPEC ofrece son pocos y su calidad es pésima.
Por lo general a las mujeres se les ofrecen cursillos que tienden a
reforzar el papel histórico asignado a ellas: cursos de manualidades,
culinaria, peluquería, manicure y pedicure, etc. El acceso a la
educación superior se limita a quienes pueden cancelarse el costoso
semestre en la Universidad a Distancia, UNAD, con una limitada oferta
de programas de estudio y una calidad y acompañamiento realmente
pésimos. El máximo evento cultural promovido por el INPEC en las
cárceles de mujeres es el reinado de belleza que se realiza anualmente
hacia el mes de septiembre, en el día de las Mercedes, fecha en la que
se supone se celebra el día de los reclusos/as. Otro tanto ocurre con
los escasos cupos de trabajo. Por lo general lo que prima es el
rebusque y la desocupación.
En general las mujeres privadas de
la libertad acceden a dichos cupos de trabajo o estudio más que porque
sientan que están creciendo en su vida personal, por conseguir una
rebaja en su tiempo de prisión. La supuesta “resocialización” que tiene
como objetivo el confinamiento de personas en prisión, es sólo una
ficción.
Las Prisioneras Políticas
Las
prisioneras políticas –de conciencia o de guerra, por su parte, son
mujeres de diferentes extracciones sociales, mujeres de campo y de
ciudad, mujeres con diferentes niveles de educación académica formal y
con diferentes experiencias de trabajo social y popular, sindicalistas,
integrantes de comunidades indígenas, afro colombianas y campesinas,
defensoras de derechos humanos e insurgentes.
Muchas de estas
mujeres han sido detenidas en el marco de la estrategia de seguridad de
los gobiernos Uribe y Santos que criminaliza, judicializa y encarcela a
luchadores sociales, populares y militantes de la oposición política.
Así, algunas fueron privadas de su libertad en el marco de detenciones
masivas, otras bajo la modalidad de las detenciones selectivas y otras
han sido señaladas y entregadas por las redes de informantes. Unas y
otras padeciendo los montajes judiciales. El gran delito de la mayoría
de estas mujeres ha sido el trabajar por sus comunidades y/o vivir en
zonas de conflicto.
Así, las personas detenidas bajo ésta
lógica son vinculadas casi siempre a investigaciones por rebelión,
delito político, de acuerdo a las normas penales colombianas, pero
agravadas con la vinculación adicional a delitos no políticos, la
mayoría asociados al terrorismo. Con esta práctica se pretende, en
primer lugar, desnaturalizar aún más el delito político, y en segundo
lugar, poner en marcha una estrategia de quebramiento moral y castigo
severo, en tanto los tiempos de los procesos, como las penas, en el
caso de llegarse a condenas, aumentan significativamente.
Los
procesos así montados quedan amparados bajo el reino de la justicia
especializada, y no la ordinaria, y son llevados por fiscales
anti-terrorismo, la gran mayoría de ellos y ellas, activos o
reservistas de las fuerzas armadas y de seguridad del Estado, con lo
que se da al traste con las garantías procesales de quienes están
siendo judicializados.
A estas mujeres, una vez se decide su
confinamiento preventivo o punitivo en un centro penitenciario, se les
dispersa en las diferentes reclusiones de mujeres y penitenciarías del
país. Varias son asignadas a los nuevos establecimiento mixtos de
reclusión del orden nacional –ERON.
Y por cuenta del
incumplimiento de las disposiciones nacionales e internacionales en
materia de clasificación de internos/as, los pabellones se comparten
cada vez más entre mujeres sindicadas, condenadas, algunas muy jóvenes,
otras de tercera edad y por diversos hechos punibles. Éste
incumplimiento de lo dispuesto en la ley no sólo ha sido usado como un
recurso del INPEC para romper los procesos organizativos de las y los
prisioneras, especialmente políticos/as, sino que ponen en serio riesgo
su seguridad e integridad personal.
Algunas prisioneras
políticas fueron sometidas a torturas físicas y sicológicas por sus
captores, pero una vez en prisión jamás recibieron un tratamiento
especializado que les ayudara a superar el trauma. Muchas otras, acto
seguido a su detención han sido expuestas ante los medios y en plazas
públicas, donde su dignidad como mujeres ha sido pisoteada al ser
presentadas como criminales y/o amantes de supuestos peligrosos
“terroristas”, violándoles sus derechos a la intimidad, a la presunción
de inocencia, y cuando son absueltas jamás se hace una rectificación
pública que las repare en algo de la ofensa recibida.
Para
las prisioneras políticas las restricciones de todo tipo son mayores
que las de las otras mujeres privadas de la libertad. En varios
establecimientos penitenciarios y carcelarios se las recluye en
pabellones de alta seguridad, lo que significa estar en otra cárcel
dentro de la cárcel, sin posibilidad de contacto permanente con las
demás reclusas y sin posibilidad de acceso a las áreas comunes, las que
si pueden usar y transitar las demás internas. Para moverse del
pabellón en el que se encuentran hacia otras dependencias de la
prisión, como el área de sanidad, o los cubículos donde se atienden a
los abogados, deben contar con la debida autorización de las
autoridades penitenciarias y siempre bajo la custodia de la guardia y
en algunos casos esposadas. Su locomoción es así seriamente limitada.
En el caso de las prisioneras políticas de guerra, la situación no es
mejor. Muchas de ellas han sido capturadas heridas y llevadas a
clínicas y hospitales, muchas veces hospitales militares, en donde a
muchas han intentado amputarles sus miembros afectados, sin su
consentimiento, como una forma perversa de ponerlas definitivamente
fuera de combate. Tras éste tránsito, prontamente son asignadas a las
diferentes penitenciarias. El INPEC, en los casos más graves, las
mantiene por un corto tiempo en el área de sanidad, para asignarlas en
el menor tiempo posible a los pabellones de alta seguridad a donde
llegan aún convalecientes y donde deben tratar de recuperarse
lentamente sin mayores condiciones de asepsia y sin la debida atención
médica. Aunque muchas se han salvado de una amputación no deseada, al
final terminan viendo inutilizados sus miembros por la falta de un
oportuno tratamiento médico estando en prisión.
Por su parte,
cuando una prisionera política llega en este estado, sus compañeras de
pabellón tratan de prestarle toda la solidaridad posible. Algunas le
hacen las curaciones necesarias, otras se encargan de tener sus pocas
cosas limpias y en orden, otras se aseguran de que reciban sus
medicamentos y alimentos a tiempo, otras gestionan sus citas médicas,
las terapias, otras se encargan de colaborarles con sus trámites
jurídicos, etc. Mientras tanto el INPEC se descarga de toda su
responsabilidad dejando en manos de las otras prisioneras su cuidado.
La mayoría de las veces las prisioneras que han llegado heridas
necesitan de unos aditamentos que el INPEC y la empresa estatal
prestadora de salud asignada a las prisiones, CAPRECOM, difícilmente
proporcionan, tales como muletas, bastones, sillas de ruedas, pañales,
etc., trasladando nuevamente a las prisioneras y sus familiares, la
responsabilidad de conseguirlas periódicamente.
Otras han
recibido agravios y amenazas de muerte tras la detención, mientras
otras son sometidas a interrogatorios ilegales y engañosos por parte de
organismos judiciales y de seguridad del Estado como de otros países en
los mismos establecimientos penitenciarios. A otras se las intenta
persuadir de hacer parte de programas de delación, de vinculación al
programa de Justicia y Paz, aún si se trata de prisioneras políticas de
conciencia y no de guerra. Dichas ofertas son presentadas por todo tipo
de funcionarios judiciales y de seguridad del Estado e incluso por
funcionarios/as del mismo INPEC.
Ya en la vida en prisión
muchas prisioneras políticas son perseguidas y hostigadas por los
miembros de custodia del INPEC por denunciar sus abusos de poder y las
violaciones a los derechos humanos que cometen contra las personas
privadas de la libertad. Los traslados a cárceles alejadas y más
severas son usados en contra de las prisioneras que osan denunciarlos.
Tratan así con la agudización del suplicio, como el alejamiento
familiar, de quebrar la moral de las prisioneras. De paso buscan
desarticular cualquier posibilidad de organización y trabajo colectivo
de los reclusos y reclusas, así este se encuentre permitido en el
código penitenciario y carcelario. Las formas de organización y
reclamación como los comités de internos/as, las representaciones en
los comités de derechos humanos de las personas privadas de la
libertad, etc., tratan de ser sino destruidas, cooptadas por la guardia
para ponerlos a su servicio.
Es ésta la forma en que los
carceleros pretenden minar su moral, normalizar su comportamiento,
domar su rebeldía y convertir a las prisioneras políticas en meros
entes que vegetan mientras reciben malos tratos y se limitan a
“obedecer” las imposiciones de la guardia día tras día.
La
prisión en Colombia implica todo tipo de rupturas: afectivas, sociales,
laborales, educativas, organizativas. Algunas prisioneras políticas
cumplen largas condenas. Condenas difíciles de asimilar frente a un
panorama que no permite pensar en un proyecto de vida a futuro. Pero
sea que el paso por la prisión sea largo o corto, la vida para quienes
han viven o han vivido la prisión queda suspendida, en el mejor de los
casos. En otros, el tiempo en prisión significa pérdidas definitivas en
muchos campos de su vida personal. Es el tiempo y la vida que no
vuelven jamás.
Una conclusión necesaria
Teniendo en
cuenta que la afrenta a las mujeres es una ofensa a la dignidad humana,
es claro que las mujeres aún tenemos mucho por hacer. La tarea está
inconclusa. A las mujeres de éste tiempo nos corresponde continuar lo
que otras iniciaron, ejercer activamente nuestros derechos
conquistados, arrancar otros aún no alcanzados, en la mira de revertir
las históricas y desiguales relaciones de poder entre hombres y
mujeres, y así aprestarnos en actitud insumisa a desempeñar un
destacado papel en la construcción y conducción de una nueva patria, de
una nueva sociedad y de un mundo mejor.
¡Adelante mujeres!
¡Larga vida a las mariposas…!
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