Utopia
Eduardo Ibarra Aguirre
Apenas
horas después de que los secretarios de Gobernación y Salud dieron a
conocer la apertura del debate nacional sobre la despenalización del
consumo, comercialización, producción y trasiego de la milenaria
mariguana, Enrique Peña Nieto no pudo contener las ganas de recetarle al
país su punto de vista, con voz grave y sobreactuada, opinión
respetable pero no por ello menos desinformada e incluso superficial.
El
titular del Ejecutivo tiene pleno derecho como ciudadano, como uno más
de los actores del debate, a emitir su opinión, pero no a colocar
anticipadamente la polémica a favor de los prohibicionistas, como lo
fueron todos los presidentes con excepción del general Lázaro Cárdenas,
quien impulsó en febrero de 1940 el Reglamento Federal de Toxicomanías
para despenalizar el consumo de todas las drogas y el gobierno
estadunidense lo obligó a modificarlo con un bloqueo de venta de
fármacos indispensables para la salud de los mexicanos. Vicente Fox
envió al Congreso la iniciativa para incrementar el gramaje de la dosis mínima y también los del imperio lo obligaron a recular.
El
11 de noviembre advertí (Debate sobre la mariguana con piso disparejo),
sobre los riesgos para una discusión como la que formalizó Miguel Ángel
Osorio, acompañado de Mercedes Juan –un “debate nacional amplio y
transparente”–, cuando el primer empleado de la nación tiene un arrebato
de mesías, dispuesto a salvar a “los niños y los jóvenes de los daños que provoca la mariguana”.
Un
médico cirujano, contralmirante y maestro en medicina interna y
reumatología, como Manuel Mondragón, por lo visto gurú en materia de
drogas del señor de Atlacomulco, “ilustró” a la Cámara de Senadores: “La
mariguana sí hace daño. No es una sustancia inocua, es adictiva, y la
adicción es una enfermedad” (La Jornada, 1-XII-15). ¿Quién en pleno uso
de sus facultades intelectuales puede sostener con un mínimo de seriedad
lo contrario?
Pues el maestro en administración de
empresas que despachará en Los Pinos los siguientes tres años, nos
alertó cual padre de los mexicanos: “Hay evidencias claras de que el
consumo de esta sustancia es nociva, es dañina para el desarrollo de la
juventud y de la niñez, para el desarrollo de sus capacidades síquicas y
físicas. En pocas palabras, hace daño”.
Por supuesto que
“hace daño” y que la “adicción es una enfermedad”, como lo son los
alimentos chatarra y la telebasura y el gobierno federal contemporiza
con los productores de ambos; como lo es tabaco, los licores, el juego y
una interminable lista de adicciones. Y no por ello están prohibidos
sino regulados por el Estado.
A un Estado como el
mexicano, por lo menos es lo que muestra el gobierno de EPN, le
escandaliza jugar su papel como regulador de las drogas duras y por lo
visto prefiere que proliferen en el mercado negro controlado por
cárteles, mientras el consumo local crece.
Bienvenida la
opinión poco sustentada del mexiquense y peor expuesta con el pésimo
ejemplo de sus hijos, ya que los exhibe como jóvenes desinformados,
siempre que el vasto ejército de funcionarios y empleados que dirige
Peña no sean obligados a defender la opinión presidencial que, desde ya,
vuelve a colocar el debate sobre la despenalización de la mariguana
–“eventualmente para uso medicinal”, ofrece muy generoso– en términos
disparejos, antidemocráticos, lo que es previsible que no lo permitirá
la sociedad. Pero vaya usted a saber, como lo mostró la reforma
energética impuesta a pesar de que la mayoría aplastante de los
mexicanos encuestados se oponían.
Utopía 1614
No hay comentarios.:
Publicar un comentario