Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Instituto de Cultura y Comunicación UNLa
En páginas interiores, el diario la Jornada de México publicó (7 de septiembre de 2019), una noticia inquietante por cuanto alude a la contratación de un nuevo exorcista ya que “reconoce el arzobispo que hay mucho trabajo para la expulsión de entes malignos”. Todo, desde luego, con la anuencia y, acaso la bendición, del Vaticano.[1]
Poseídos, como estamos, por todas las abominaciones pergeñadas por la ideología de la clase dominante, nos toca cargar también con los estragos de la maldad personificada en el “Demonio”. (Satán, Lucifer...) y una lista larga de nombres pensados para aterrorizarnos a mañana tarde y noche. Los poderes hegemónicos entienden que asustando a los pueblos se los controla mejor. Es una Historia realmente escalofriante.
El demonio, y el paquete completo de sus significados, se ha infiltrado en la Cultura y la Comunicación desde siempre pero, a partir del desarrollo de los monopolios mediáticos, se ha echado mano del Demonio farandulizándolo con los fines más “satánicos”. En el “imaginario colectivo”, diseñado por los fabricantes de “sentido común”, lo diabólico pasó a ocupar un nuevo rol como arma de guerra ideológica. Ya no es el Satán de Dante, ni el Mefistófeles de Goethe, ni el de ciertas tradiciones literarias del ente maligno por antonomasia; hoy añade al manipuleo de la imaginación, su caracterización en una forma visible que el poder elige para aterrorizar a sus víctimas. Genio y figura.
Desde que el cine y la industria editorial decidieron usar al Diablo requirieron la participación del Vaticano. No se puede disputar el “negocio” implícito en un enemigo tan valioso sin haber conjurado los estragos de una lucha inter-burguesa basada en competir por un símbolo tan rentable. Por ejemplo, para que la Iglesia Católica Apostólica y Romana, aceptase en pantalla al ente maligno infiltrado en el cuerpo de una niña, que se masturba con un crucifijo y profiere cataratas de insultos, maldiciones y denuestos… hubo que pactar los usos nuevos de un “juguete” simbólico añejo.
Ganó diez nominaciones a los premios Oscar mientras algunos vetos y prohibiciones sólo sirvieron para asegurar más público. Comenzó siendo una novela de William Peter Blatty (publicada en 1972) y luego una película de William Friedkin (1973). Blatty, trabajó como agente de inteligencia de la aviación, especializado en guerra psicológica. Saque cada cual sus cuentas. Años antes se había estrenado con “éxito” la novela de Ira Levin que vendió cuatro millones de ejemplares: “El bebé de Rosemary” o en algunos países latinoamericanos “La semilla del diablo”. Propaganda satánica que produjo mucho “estiércol del diablo”. Como le llama el Papa Francisco.[2]Signo de los tiempos.
La caracterización o formalización (dar forma) del Mal Externo en cuerpos de niñas o niños, ya es de suyo bastante “diabólico”. Hay que tener cerebros bastante dañados como para sentarse a escribir, línea por línea, los modos perversos con que aterrorizara a los públicos y hacer de eso grandes negociados y episodios históricos de dominación ideológica. El Diablo, como signo de clase, amasa vectores de “sentido” con raíces histórico-culturales muy diversas. La propaganda del mal, a su vez, es heredara del maniqueísmo más ramplón, en una estrategia que sigue siendo piedra angular de instituciones religiosas donde lo maligno es indispensable porque sustenta toda la estructura que lucha contra él en los campos de la ideológica, de cierta teología y de no pocos mercachifles arribistas de lo maligno. Y no es un pleonasmo. Y, por eso, resulta que incluso Marx es satánico.[3]
El “combate” simbólico contra el mismísimo Satán, fundamenta al exorcismo que se encarga de echar al demonio -y a sus adláteres- fuera de las personas, de los lugares o de los fetiches poseídos por el “rey de la maldad”. El exorcista tiene el poder de expulsar (poder conferido o ganado según sea el caso) en nombre de Dios o de Cristo y, por lo tanto, es una acto religioso, institucional, extremo muy distinto a los que se conocen en las prácticas que algunos pueblos originarios despliegan contra los males en otras cosmovisiones y axiologías diferentes, y a veces opuestas, a las Iglesias y al Diablo católico. Para ser exorcista se estudia en el Athenaeum Pontificium Regina Apostolorum. Si hay “vocación”.
Creen algunos que el Diablo es una “ángel caído”, que desarrolló un gran poder inteligente con propósitos malignos; que logra ejercer su influencia debido a los pecados de la humanidad. Hoy hay exorcismos cara a cara y también los hay a distancia y por televisión. No pocas de las iglesias televisadas, exhiben con orgullo sus triunfos contra Satanás en canales de paga y en horarios preferenciales. Es un demonio que ha diversificado sus formas de propaganda, que no necesita cuerpo de cabra ni cuernos “taurinos”. Basta y sobra con que algún síntoma, alguna cosa rara haga sospechar de su presencia para que, rápidamente, los creyentes pidan ayuda eclesiástica. Cueste lo que cueste.
Uno entiende así por qué el capitalismo identificó al Diablo como una veta mercantil poderosa en la que es posible, al mismo tiempo, reprimir conductas y exprimir bolsillos. Uno entiende por qué, los sectores más rancios de las Iglesias, aceptaron “compartir” las ganancias del Diablo y ensancharon los cauces de la maldad para que el negocio de la “lucha del bien contra el mal” les alcance a todos. En realidad más que a Satanás hay que temerle al capitalismo y a sus gerentes que han reinventado y re-potenciado toda noción de maldad para horrorizar a las masas. Frente a las guerras, los saqueos bancarios, la inflación, el endeudamiento, las hambrunas, el desempleo, la explotación de los trabajadores y las canalladas mediáticas globalizadas (por mencionar algunos) las aventuras “perversas” de Satanás parecen “juego de niños”. Asustan más los tweets de Donald Trump. ¿Habrá que inventar nuevas formas políticas de la justicia social como “exorcismo” del siglo XXI?.
Dr. Fernando Buen Abad Domínguez
Director del Instituto de Cultura y Comunicación
y Centro Sean MacBride
Universidad Nacional de Lanús
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