Gustavo Duch*
Entre
quienes decididamente cuestionamos la agricultura industrializada, es
decir, aquella que se organiza con el único propósito de generar
rendimientos económicos y que para ello, como una apisonadora, explota
personas y tierra, la decisión por parte de la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) de dedicar este año 2014 a
la agricultura familiar generó sentimientos encontrados. ¿Es el
apelativo
familiarla mejor definición para trazar la línea que separa la agricultura de las sociedades anónimas, las cotizaciones en bolsa y las semillas esterilizadas de la agricultura campesina de los mercados locales y de la biodiversidad cultivada? ¿Es suficiente definirla como aquella actividad agraria
operada por una familia y que depende principalmente de la mano de obra familiar, incluido tanto a mujeres como hombres?
La
familia, ¿es el único modelo para desarrollar agricultura campesina a pequeña escala? ¿No es la familia, de hecho, muchas veces el escenario de perpetuación del patriarcado que tanto daño hace a la creación de nuevos imaginarios y paradigmas también en la revisión del modelo productivo?
Sin que muchas de estas dudas se hayan resuelto, sí creo que podemos
afirmar que este marco institucional está ayudando a visibilizar y
valorizar la agricultura a pequeña escala. Y buena parte de la
información que la FAO está trasmitiendo refleja lo que durante años
los propios movimientos campesinos y otras instituciones que defienden
el paradigma de la soberanía alimentaria venimos repitiendo.
Para quienes aún mantienen discursos peyorativos sobre la
agricultura campesina y agroecológica, tiene que resultar interpelativo
leer en textos de la FAO que la agricultura a pequeña escala debe
posicionarse en el centro de las políticas agrícolas, ambientales y sociales en las agendas nacionales, pues entre otras cosas
es una parte importante de la solución para lograr un mundo libre del hambre y la pobrezay
en muchas regiones esta agricultura es la principal productora de los alimentos que consumimos a diario.
O también otros mensajes fundamentales, como que la agricultura que se practica a pequeña escala es clave para
la protección de la biodiversidad agrícola mundial, así como
generadora de muchos empleos agrícolas y no agrícolas. También les incomodará leer los datos y estudios que la FAO muestra de sus capacidades productivas sin dejar de perder una de sus grandes virtudes, la sostenibilidad.
Pero
entre los datos que nos ofrece la FAO hay una cifra central que
cuestionar, un dato trascendental a la hora de definir qué medidas son
necesarias para favorecer esta agricultura: el porcentaje de tierra
fértil que manejan las más de 600 millones de pequeñas fincas
campesinas existentes en el mundo. Pues mientras la FAO sitúa esta
cifra alrededor de 70 por ciento, los datos calculados, país por país,
en el nuevo informe de la organización Grain, cifra este porcentaje en
un escaso 24 por ciento del total de tierra agrícola. Es decir, que si
bien 90 por ciento de las fincas agrícolas del mundo son pequeñas (con
un promedio de dos hectáreas), éstas sólo disponen de una tercera parte
del total de tierra fértil.
Y en un contexto en el que las políticas
agrarias siguen favoreciendo a la gran propiedad, en el que se está
especulando con compras y acaparamientos de tierra fértil a diestro y
siniestro y en el que los monocultivos dedicados a la industria
alimentaria (sólo los cultivos de soya, colza, palma africana y caña de
azúcar en los últimos 50 años han triplicaron su extensión) van ganando
terrero, este escaso e injusto porcentaje, año a año, va reduciéndose
aún más.
Ese debería de ser el mensaje central de este año internacional, y
parece que la FAO lo esquiva. ¿Por qué? ¿A qué intereses protege?
Pareciera que su posicionamiento a favor de la agricultura familiar es
sólo un falso idilio, un catálogo de exóticas fotografías del National Geographic
que muestran las bondades de la agricultura campesina como precioso
reducto a preservar en museos de antropología.
Pero si verdaderamente
entendiéramos que la agricultura a pequeña escala es el medio de vida
de la mayoría de campesinas y campesinos del mundo y la que, según
todos los datos, es la que tiene mayor capacidad productiva actual y
futura de alimentos, denunciaríamos sin temores que la propiedad de la
tierra está en otras manos y sirve a otros intereses.
Ese es el asunto central a reclamar con urgencia: la redistribución
de tierra fértil en favor de la agricultura campesina a pequeña escala,
en cualquier modelo comunitario de vida, como un bien común e
inalienable, fuera de los mercados. Los argumentos del Año
Internacional de la Agricultura Familiar, quiera o no la FAO, también
lo evidencian.
*Autor de No vamos a tragar
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