Marta Lamas
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Con la intención de “modernizar” al país, el gobierno
federal ha impulsado varias reformas propias de un Estado neoliberal
calificándolas de “estratégicas” y “estructurales”. Sin embargo, la
reproducción de la desigualdad entre mujeres y hombres, que tiene una
dinámica material y una dinámica simbólica, no es abordada en serio por
ninguna de ellas. Por ello avizoro un panorama preocupante, que ha sido
descrito como una “remasculinización del Estado” (Wacquant). Esto
significa un fortalecimiento del esquema patriarcal, con un duro giro
punitivo y una vulneración de los derechos sociales.
La política neoliberal
define su actitud política hacia las mujeres como “víctimas que deben
ser protegidas”, y visualiza la violencia sexual como el “gran
problema” de las mismas. Así elude abordar la reforma estructural que
verdaderamente habilitaría la igualdad sustantiva entre mujeres y
hombres: la reformulación de los esquemas laborales de la división
sexual del trabajo. El neoliberalismo no ve al trabajo como el conjunto
de procesos que permiten generar los recursos necesarios para vivir; se
limita a tomar en consideración aquellos que involucran flujos
monetarios. Los trabajos “de amor” que no se pagan (la crianza, el
cuidado de las personas ancianas, enfermas o con una discapacidad),
pero de los cuales depende la sobrevivencia del conjunto social, suelen
estar a cargo de las mujeres mientras que los trabajos de gobierno y
defensa están casi en su totalidad a cargo de los varones. Esta
división estructura y valida la desigualdad política y social entre
ambos géneros de manera estrictamente funcional para la marcha de la
economía actual.
Dicha segregación laboral no sólo potencia la
discriminación salarial en función del sexo, sino que provoca una
sobrerrepresentación de los hombres en los espacios de poder político y
económico. Y los varones que tienen el monopolio del poder económico y
político fijan los esquemas y horarios laborales sin tomar en
consideración las necesidades de las personas que asumen la
responsabilidad (casi en la totalidad mujeres) del cuidado de los seres
vulnerables. Este esquema nutre el modelo neoliberal de crecimiento
económico, y no hay en el horizonte una reforma estratégica o
estructural para abordar los problemas que produce.
Además, el Estado neoliberal se caracteriza por una
masiva producción ideológica y discursiva que promueve una “docilidad
activa” (Gaulejac) en las personas afectadas. Las exigencias
neoliberales de una cada vez mayor explotación y disponibilidad de los
trabajadores vienen entretejidas en un discurso mistificador que
conecta la “realización personal” con el cumplimiento de los objetivos
económicos de la oficina o de la empresa. A las personas se les
dificulta movilizarse políticamente ante la injusticia y el dolor que
les producen unas condiciones laborales alienantes y explotadoras, pues
viven el problema estructural de la división sexual del trabajo como un
asunto personal.
El Estado neoliberal incorpora retóricamente el
principio de la igualdad social entre las mujeres y los hombres, pero
alimenta la desigualdad al no concebir el trabajo y la familia como un
solo sistema integrado y a las personas como seres integrales que
desarrollan sus vidas en ambos ámbitos. Pero no sólo eso. Al considerar
que la violencia sexual es el problema central de las mujeres, el
Estado neoliberal ha fortalecido y expandido su aparato policiaco y
carcelario. Esta situación se gesta paulatinamente en parte por las
campañas feministas en contra de la violencia sexual, que exigieron
mejores procedimientos judiciales y lograron que se etiquetaran
recursos para la lucha en contra de ella. Si bien tal activismo ha
transformado positivamente las actitudes públicas respecto a la
violencia sexual, el Estado neoliberal ha respondido impulsando una
serie de políticas punitivas de endurecimiento policiaco y carcelario.
Un elemento importante de esa gobernanza ha sido
destacar discursivamente a un paradigmático “sujeto víctima”: “la
Mujer”. Esto ha sido especialmente evidente en el caso de la
controvertida “Ley de acceso a una vida libre de violencia”. En vez de
que el Estado expanda su capacidad punitiva, las mujeres requieren que
elimine los obstáculos económicos y sociales que enfrentan
cotidianamente. Además, la dimensión represiva del Estado neoliberal,
en especial el desempleo, la incertidumbre laboral y la ausencia de un
amplio sistema de seguridad social, ha aumentado la delincuencia e
impactado no sólo a los sectores más pobres, sino también a sectores de
clase media y alta, que se recluyen cada vez más en privadas
amuralladas y que circulan en camionetas blindadas.
No se trata de que el Estado “proteja” a las mujeres,
sino de que asuma, ahora sí realmente, la reforma estratégica y
estructural de la tradicional división sexual del trabajo. Sólo al
entrarle en serio a desarrollar otro tipo de arreglo social entre
mujeres y hombres, con mediaciones que empiecen modificando horarios
laborales y escolares y estableciendo centros de cuidado para personas
vulnerables, se podrá alcanzar el objetivo paritario de repartir
equitativamente el trabajo de cuidado, provisión, gobierno y defensa.
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