Entre
las propuestas del 18 Tour de Cine Francés este año destacan dos
comedias que reflejan, cada una a su modo, la insoslayable realidad de
una Francia cada vez más abierta a las expresiones culturales de una
diversidad étnica y sexual. Ciertamente esto no parecía evidente hace
poco, cuando un encendido debate parlamentario en torno del matrimonio
gay, acompañado por marchas multitudinarias de partidarios y
opositores, hacía pensar en un embate triunfal de la extrema derecha, o
cuando los sorprendentes resultados de las elecciones europeas parecían
confirmar esos temores.
Aunque la beligerancia conservadora dista mucho de haber aminorado,
lo cierto es que en el terreno cultural el tema de la diversidad sexual
y la realidad de una Francia multirracial y hospitalaria siguen
vigentes. Prueba de ello es el éxito el año pasado en festivales y en
taquilla de dos cintas francesas, El extraño del lago, de Alain Giraudeau, y La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche.
En un tono menor, dos de las cintas presentadas en el Tour de Cine Francés, Mi vida es un rompecabezas (Casse-tête chinois), de Cédric Klapisch, y Chicos y Guillermo, ¡a comer! (Guillaume et les garcons, à table),
muestran la forma en que el cine comercial galo, en particular el
género de la comedia, suele abordar hoy aquellos temas que alguna vez
fueron tabú y que hoy se incorporan con tono natural y casi neutro, en
ocasiones incluso anodino, al paisaje cultural europeo.
En el caso de Mi vida es un rompecabezas, el exitoso realizador de Chloé perdió a su gato y El albergue español, propone
una nueva incursión en el caos urbano que de una cinta a otra parece
fascinarle (antes París, luego Barcelona, hoy Nueva York), para ensayar
en esta última capital una apabullante y acelerada mezcla de sonidos e
imágenes policromáticas.
El puzzle citadino busca ser aquí reflejo fiel de la crisis
de identidad por la que atraviesa el parisino Xavier (Romain Duris),
quien a sus 40 años no acierta a encontrarle un sentido a su vida. La
ruptura conyugal con su pareja estadunidense lo obliga a instalarse en
un populoso barrio neoyorquino para estar cerca de sus dos hijos,
tramitar las mejores condiciones de divorcio y procurarse la
nacionalidad estadunidense mediante un matrimonio ilegal con una joven
china.
Curiosamente, en esta comedia de enredos marcada por la
inestabilidad doméstica, el contraste de armonía conyugal lo ofrece una
pareja lesbiana muy cercana a Xavier. Paralelamente, la oficina del
estupendo abogado especialista en dar apariencia de legalidad a las
situaciones más irregulares, es el microcosmos de ese melting-pot estridente
y pintoresco que es la megalópolis estadunidense. La imagen final de
reacomodos sentimentales y familias diversas es emblemática. Klapisch
abusa un poco de algunos de sus recur- sos habituales (pantalla
dividida, montaje agilísimo, animaciones fantasiosas); el humorismo es
en ocasiones bastante ingenuo, pero en su conjunto la película
despliega una gran vitalidad y su protagonista masculino un talento
camaleónico.
En Chicos y Guillermo, ¡a comer!, de
Guillaume Gallienne, hay en cambio poco espacio para la ingenuidad
humorística. La malicia y el sarcasmo recorren toda la trama. Contra
cualquier apariencia y expectativa, Guillermo (el propio Gallienne) es
un heterosexual de closet. Un personaje desde siempre arrinconado por
su madre y sus hermanos en el afeminamiento.
Imposibilitado de fingimiento(diría Monsiváis) y deseoso de parecerse a la madre idolatrada, Guillermo procura imitarla en todo (voz, ademanes imperiosos, mohines y caprichos), hasta casi perder conciencia de su gusto real por el sexo opuesto.
Algunas secuencias son hilarantes, y con mayor imaginación y desenfado que Klapisch, el
realizador Gallienne registra el impacto cultural que vive el joven
Guillermo en una España cañí de flamenco y manolas. A través de la
personificación que hace Guillermo de su madre, y de esa estupenda
doble caracterización de Gallienne (actor teatral de la prestigiada
Comedia Francesa) como madre e hijo, la cinta se vuelve un regocijante
juego de espejos y simulacros. Muy lejos de las convulsas relaciones de
amor y odio y matricidios virtuales en el cine del franco-canadiense
Xavier Dolan (Yo maté a mi madre, Mommy), el abismo edípico
que muestra Gallienne produce un vértigo divertido. Una mascarada de
simulaciones genéricas que exhibe la futilidad en el empeño de ajustar
las conductas humanas a una norma única.
Curiosa paradoja: desear ser heterosexual y tener todo en contra
para conseguirlo. Guillermo, un héroe muy digno de nuestro tiempo.
Se exhiben en el 18 Tour de Cine Francés. Sedes y horarios: www.tourdecinefrances.net
Twitter: @CarlosBonfil1
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