Resistencia magisterial
Manuel Pérez Rocha
La Jornada
La educación es un
asunto político, pero es necesario impedir que sea víctima de la
politiquería inmoral e irresponsable de quienes en su actuación política
ponen sus intereses personales o de grupo por encima de los nacionales y
del pueblo. Es urgente sacar al sistema educativo nacional de ese sucio
espacio en el que lo han sumido los gobiernos (principalmente priístas y
panistas, pero no sólo) desde hace muchas décadas.
La educación pública debe ser sostenida y conducida por el Estado,
pero uno que represente el interés público y el general; por ello es
necesario protegerla de políticos gobernantes irresponsables que, para
su propio beneficio, están al servicio de los intereses particulares
dominantes, nacionales y extranjeros. Hoy, son las amalgamas de estos
poderosos grupos económicos y políticos que, disfrazados de
Estado, han dizque
recuperado la rectoríade la educación pública.
Con motivo de las actuaciones de los gobernantes en el conflicto
actual, en diversos espacios ha adquirido fuerza la idea que retomo con
convicción: un sistema educativo nacional autónomo, conducido por
quienes tienen intereses legítimos en la enseñanza, en primerísimo lugar
educadores y educandos. La idea no es nueva, ni es extraña a
nuestra realidad. Es un estatuto probado como eficaz, por ejemplo en las universidades públicas. Los mismos gobernantes mexicanos han aceptado otras autonomías en el sector educativo, además de la universitaria. Ahí está, por ejemplo, la
autonomíaconcedida al Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE), aunque lamentablemente no ha pasado del enunciado legal. Totalmente opuesto a este esquema es la recentralización tiránica que el gobierno federal ha impuesto al sistema educativo (incluyendo la evaluación), sin hacer una evaluación seria del largo proceso de desconcentración y descentralización que se inició hace más de 40 años, y de la forma de superar sus vicios y limitaciones.
Un primer paso en la autonomía del sistema educativo nacional
consistiría en hacer efectiva la autonomía del INEE y descentralizar sus
funciones, pues este instituto se ha convertido en un servidor de la
política educativa impuesta por los intereses de Peña Nieto, Aurelio
Nuño, Miguel Ángel Osorio y demás gobernantes que tienen en la mira no
otra cosa que las elecciones de 2018. También deberían crearse otras
instancias autónomas, por ejemplo, para una asociación de las escuelas
normales públicas o institutos para el impulso a la investigación
educativa y pedagógica, y para la planeación del sistema educativo y sus
diversas áreas, o para la coordinación de los diversos proyectos de
educación medida superior, por fortuna diversos. Una medida de otro
nivel, pero saludable, sería establecer que quienes ocupan cargos
superiores en el sistema educativo –por ejemplo secretario y
subsecretarios (si subsistieran), y los responsables de los órganos
autónomos– tuvieran vedado aspirar a cargos políticos como gobernador,
legislador o presidente de la República. Nos ahorraríamos, además,
escenitas como las que nos receta todos los lunes el secretario Nuño.
También habría que evitar que intereses privados, económicos o
políticos, aprovecharan la situación en su propio beneficio. Pero esto
puede garantizarse con un diseño bien pensado de los órganos autónomos
que prevea, por ejemplo, la exclusión de negocios lucrativos en la
producción de libros y materiales didácticos, en la construcción y
reparación de escuelas y en cualquier otro servicio que el sistema
educativo requiera. También quedaría excluido el uso partidario de la
educación.
En este esquema, un lugar central lo tendrían las agrupaciones
académicas formales de maestros y otros profesionales de la educación.
El aparato jurídico que sostendría a un sistema así se sustentaría en
primer lugar en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos
en la forma en que estaba antes de las absurdas
reformasde 2013.
Un componente central de este sistema serían las comunidades
educativas, constituidas por educadores y educandos a las que se dotaría
con todos los recursos necesarios para su trabajo. Estas comunidades
serían también el espacio en el que los maestros tendrían una formación
continua, mediante el análisis y la reflexión sistemática y colegiada de
sus propias experiencias. Serían también el espacio para la evaluación
diagnóstica y formativa de los maestros.
Además de asegurar la exclusión de intereses ajenos a la educación en
la conducción de ese sistema autónomo, será necesario garantizar un
autogobierno eficaz, horizontal, democrático, consecuente con la tarea
de hacer de la educación una experiencia de libertad. Sería pues
necesario fortalecer la autonomía de sus actores, la capacidad de
pensar por sí mismos, de
pensar críticamente. Este pensamiento democrático y crítico tendría correspondencia con lo que debería ocurrir en el aula, donde la actividad debe ser la discusión, tanto la práctica del diálogo sobre temas académicos y el acontecer en la sociedad y en la escuela misma (desde la primaria), como el estudio y análisis de las ricas discusiones que se han dado en todos los campos de conocimiento a lo largo de la historia.
Ya hoy día muchos maestros y estudiantes en todo el territorio
nacional trabajan con la autonomía que les permiten el sistema, con las
limitaciones que se derivan de las difíciles condiciones materiales y a
contracorriente de la formidable presión de la ideología y la propaganda
de un régimen sustentado en los antivalores del individualismo, el
consumismo y la frivolidad. Algunos de estos esfuerzos han sido puestos
en marcha por maestros simpatizantes de la CNTE, pero para el gobierno
no existen. Un sistema educativo nacional autónomo sería espacio para
extender esas experiencias y enriquecer sus resultados.
Sin duda esta es una propuesta que representa problemas y retos, pero ¿podrá haber algo peor que lo que padecemos?
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