Carlos Bonfil
El realizador quebequense Denys Arcand hace acto de presencia en el festival con su película El reino de la bellezaFoto Notimex
Contra
todo pronóstico razonable, el Festival Internacional de Cine de Los
Cabos acaba de realizar su tercera edición pocas semanas después del
paso devastador del huracán Odile. Sin ánimos decaídos, con
una lista de invitados más extensa y prestigiosa que el año pasado, y
una selección de películas que refrenda la propuesta original del
evento: ser una plataforma de intercambio comercial y artístico entre
las cinematografías canadiense, mexicana y estadunidense.
Concentrar la programación de un festival internacional en la
producción de sólo tres países favorece una comprensión cabal de la
evolución y contrastes, en temáticas y propuestas formales, de
industrias fílmicas con escasas oportunidades reales de dialogar entre
sí. Aunque en prin-cipio el Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLCAN) debiera servir de estímulo para intercambios y
negociaciones fructíferas entre las tres naciones firmantes, lo
evidente es un creciente desequilibrio en el terreno comercial y
cultural. Y es que lo que comúnmente se opone en las comparaciones es
la fabricación en serie de blockbusters hollywoodenses y una
producción fílmica mucho más modesta en las naciones vecinas. Cuando en
cambio se comparan y contrastan producciones independientes más atentas
a la búsqueda artística, el diálogo se vuelve posible y más
democrático. Esa rara oportunidad la propicia y favorece el Festival de
Los Cabos.
Algunos títulos emblemáticos en el evento señalaron así
coincidencias y contrastes. Luego de presentar en Los Cabos el año
pasado la notable cinta El club de los desahuciados (Dallas buyers club), el realizador canadiense Jean-Marc Vallée propone ahora en la producción estadunidense Alma salvaje (Wild), la
hazaña de una joven deportista (Reese Whiterspoon) empeñada en caminar
mil 800 kilómetros como una heroica prueba de resistencia personal.
Basada en un caso real, la ilustración del caso es reiterativa en su
sucesión cansina de flash-backs explicativos, y tan convencional y previsible como un libro de superación personal.
Un ritmo similar se percibe en La cautiva, del veterano
canadiense Atom Egoyan, aunque aquí el registro de tragedias personales
provocadas por una red de secuestradores pedófilos ofrece un interés
mayor y una sugerente atmósfera claustrofóbica. Un desasosiego
existencial define a su vez a los personajes de El reino de la belleza, del
quebequense Denys Arcand, pero sus aventuras sentimentales transcurren
en un inocuo marco de frivolidad y en el convenciona- lismo de
infidelidades y reacomodos previsibles. Muy lejos todo ya de las
radiografías sociales que fueron La decadencia del imperio americano y Las invasiones bárbaras.
Por su parte, Mommy, del
franco-canadiense Xavier Dolan, tiene al menos el sello provocador de
un cineasta seriamente atento, aún en el aparente bluff de sus
psicodramas estridentes, a las contradicciones de una sociedad
neurótica y narcisista, cuyos excesos describe en divertida clave auto
paródica.
En la propuesta estadunidense independiente hay títulos interesantes: Escucha, Philip, de
Alex Ross Perry, con los agrios pesares de un novelista en conflicto
con el mundo entero y en difícil reconciliación consigo mismo; Huéspedes continuos, de
Jesse Moss, exploración del mundo del desempleo a partir de la
hostilidad de una comunidad rural renuente al trato hospitalario; y
sobre todo Boyhood, de Richard Linklater, fascinante
recorrido en un rodaje de 12 años de duración –tiempo real en una
crónica puntual– por las difíciles experiencias iniciáticas de un niño,
desde sus seis años hasta su ingreso a la universidad y su primer
descubrimiento amoroso. Al margen del estreno inminente de esta cinta,
habría que insistir en la conveniencia de programar en el circuito
cultural ciclos de un cine independiente de Estados Unidos y Canadá sin
mayor oportunidad de difusión en la cartelera comercial.
De la selección mexicana cabe mencionar a las dos cintas ganadoras del festival: Güeros, de Alonso Ruizpalacios, y Llévate mis amores, de
Arturo González Villaseñor. La primera, una intensa crónica urbana en
el corazón de una revuelta estudiantil y la segunda, un emotivo
documental sobre las Patronas, las mujeres que ofrecen comida
y apoyo solidario a los migrantes centroamericanos a bordo del tren La
Bestia en su paso por México. Dos cintas que tienen como distinción
mayor tomar oportunamente el pulso social de la actualidad nacional y
conducir sus relatos con vigor y sobriedad artística. Otras cintas
nacionales con narrativas sólidas y novedosas fueron El incidente, de Isaac Ezban; Asteroide, de Marcelo Tobar, y El regreso del muerto, de Gustavo Gamou.
Con las omisiones inevitables y muchas cintas aún no vistas, un
primer balance provisorio: cero y van tres, tres ediciones bien
organizadas, tres contrastantes naciones vecinas, tres muestras de un
cine independiente. Enhorabuena.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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