Miguel Concha
Dos rutas: A la vez que creció la indignación social
impulsada por la tercera Jornada Global por Ayotzinapa (115
instituciones educativas convocadas), y la respuesta al informe del
procurador (sábado 8 y domingo 9), el gobierno inició una ofensiva
política y mediática a gran escala. Son dos rutas que atraviesan el
espacio de la justicia. Según los padres de los estudiantes normalistas
no se procura justicia. Según el gobierno se está cumpliendo con ello.
Se abre entonces un desacuerdo que divide a la sociedad y a la opinión
nacional y global, como no lo hicieron temas como las llamadas reformas
estructurales. El desacuerdo adquiere cuerpo en dos rutas diferentes y
en ocasiones opuestas, en el suelo frágil de la violencia y el hartazgo
mexicano. La brecha crece: En la segunda jornada global parecía que la
gran ola reventaba a escala de Guerrero, y quisieron aprovecharla para
hacerla coincidir con la renuncia del gobernador Aguirre. Ya en la
tercera, cuando se exhibe la aprehensión del presidente municipal de
Iguala y su esposa, presentados como principales responsables de la
masacre contra los normalistas, la ola encrespada rebasa el territorio
guerrerense y restalla contra el Ejecutivo federal, desvalorizado a más
de un mes de mostrar su inconciencia (
es un caso local), y la incompetencia del sistema de justicia. Se reitera además la petición de recurrir a instancias globales para conseguirla.
El agravio por los 43 desaparecidos hace vibrar en un registro ético
a muy diversas personas de México y el mundo. Los contagios se
incrementaron los últimos días. La decisión de los padres de recorrer
tres rutas para informar y convocar a la marcha del 20 de noviembre se
convirtió, como lo hizo al recorrer las instituciones educativas del
DF, en una fuerza centrípeta que atrae y mueve emociones y voluntades.
Redes de normalistas, maestros, estudiantes, reagrupados en la Asamblea
Interuniversitaria, y redes de organizaciones sociales y de derechos
humanos, entre otras, transportaron la indignación y también
convocaron. Esta vibración ética se amplifica gracias a su contagio
viral por Internet, videos y redes sociales. La indignación por
Ayotzinapa es global. Recorre México, Europa, Estados Unidos, Australia
y Asia, y convoca multitudes.
La gran ola resultó una expresión de fuerza moral y civil a escala
no conocida este 20 de noviembre, que contrasta con la debilidad del
gobierno para ejercer justicia y limpiar las muchas huellas de
corrupción y de impunidad. Ampliar el horizonte: entre el 26 y el 27 de
septiembre ocurrió la masacre de Ayotzinapa, que gracias a la
resistencia y presión social se fue abriendo paso hasta ocupar el
centro de la agenda nacional. ¿Qué trae esta ola de indignación
ciudadana?, ¿una confrontación abierta con las instituciones, o el
inicio en serio de una regeneración de ellas? Lo difícil de esta
circunstancia es que son ambas cosas. A ello obliga el proceder de
gobiernos, congresos y partidos que no aciertan a colocarse en ese
terreno amargo de la experiencia ciudadana. Hay que presionar para
abrir un tiempo de cambios en las instituciones. De ahí la importancia
de la ruta autónoma que reiteraron los padres y estudiantes de
Ayotzinapa en una fecha emblemática, el día de la Revolución Mexicana.
Lo que está en juego es si prosigue esa combinación de orden en los
negocios y desorden en la sociedad que se proponen el gobierno y la
clase política, beneficiados por ese statu quo, o se abren
brechas para su reorganización digna y humana, a escala de la gente
común, el supuesto soberano. El problema de fondo es que el
estado de derechode las reformas estructurales que aplaude el primer mundo, es el
estado de excepciónque aterroriza a los mexicanos. Y para esa tarea se necesita otra política, y no el pragmatismo rampante que creó empresas electorales disfrazadas de partidos y dispuestas a todo, sino la política con y para la gente.
El retroceso: el gobierno vive su invierno. Duró muy poco la primavera de sus reformas. El Wall Street Journal
dice que va de mal en peor. Ya no goza tanto ahora de credibilidad
interna y global, salvo la de sus socios directos. Más que amenazar, en
el hangar presidencial se apuntó hacia un cambio de agenda. Su
responsabilidad de
hacer justiciase incineró en una semana. Ante los desmanes, dice, el último recurso se asoma. Es la agenda del orden conservador y represivo. Inventar un enemigo que desestabiliza y contener la ola. El tiempo se le agota. Convergen síntomas de depresión económica con inestabilidad social creciente en la antesala del año electoral del 2015, y de su sueño de bienestar clientelar y de mayoría plena de su partido en el Congreso. Desde diversos puntos del mapa social se asoman con fuerte cobertura las mujeres de blanco que piden paz y miran preocupadas hacia las marchas por Ayotzinapa. Las organizaciones empresariales exigen orden. La prensa conservadora amplifica los riesgos para los negocios. El FMI avisa de focos rojos que afectarán la permanencia y nueva llegada de inversiones extranjeras a un México convulso. En los próximos días irrumpirá esa
sociedad civilamplificada por los medios para exigir un gobierno no con la fuerza ética de la justicia, sino con la fuerza física del orden. Es en esta urgencia por contener la ola que cobran nueva luz las huellas de violencia que acompañan a la indignación civil y pacífica en su demanda de justicia.
Se trata de colocar su legítimo reclamo en el expediente probado ya muchas veces de
criminalizara los movimientos opositores. Para aminorar la distancia moral entre la ola que crece y un Estado cuestionado, se puede inventar un
enemigoque desestabiliza para dejar todo igual. También se puede reconocer que junto a la entrega en vida de los 43 que nos faltan, se abra la reforma olvidada: regenerar al Estado en clave de justicia y protección integral de sus ciudadanos. Ojalá.
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