Colectivo La digna voz
La
semana pasada se propuso un programa de acción embrionario que aspira a
inaugurar un horizonte deliberativo en el espacio público, en el marco
de la agitación política que envuelve al país, y en aras de responder
con tenacidad política a esa trama coyuntural que algunos llaman “la
llama de la insurgencia”. Cabe resaltar, a modo de glosa marginal, que
las movilizaciones ciudadanas –a pesar de la desconfianza e
indiferencia que priva en ciertos sectores poblacionales– sí tienen un
valor social y político fundamental: afirma la transferencia de la
política de los intrascendentes curules a la calle. Señala el encuentro
de colectivos e individuos, que es un primer paso en la organización
ciudadana y la gestión autonómica de los asuntos públicos. En esta
oportunidad nos ocuparemos de ampliar la agenda, con la propuesta que
enuncia el título: RIP al PRI
Vale recordar
las primeras dos propuestas o tareas, trazadas en la colaboración
anterior: frenar el estado de horror, y desmontar el narcoestado
. Para alcanzar estos objetivos se expuso un programa de acción
tripartito: “uno, recuperar el control de la seguridad, que es el
objetivo de las policías comunitarias y las autodefensas; dos, congelar
los procedimientos políticos de representación (boicot electoral), que
es la propuesta de Javier Sicilia; y tres, habilitar canales
alternativos de gestión de los caudales presupuestarios públicos” (http://lavoznet.blogspot.mx/2014/11/fin-al-narcoestado.html).
La iniciativa de Javier Sicilia (boicot electoral), que también
promueve el rector de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (Ir
a nota: http://www.proceso.com.mx/?p=385654), bien puede articularse al programa que acá se formula.
A continuación se reproduce un texto que vio luz en el marco de las
protestas anti-imposición, en el preámbulo de las elecciones de 2012, y
que expone con detenimiento las aristas clave de esta tercera propuesta
de acción ciudadana. El documento cobra más vigencia en el ciclo de
lucha que atraviesa actualmente la sociedad.
El texto tiene
además el valor de recuperar el significado político e histórico del
#YoSoy132. Y en este sentido, también es un ejercicio de voluntad de la
memoria.
Más que un programa de acción concreto, se trata de
un primer planteamiento del problema. Por ahora sólo cabe hacer una
observación introductoria: el PRI no es un partido; el PRI es una forma
de hacer política, una modalidad específica de Estado: en suma, una
realidad nacional.
La tercera tarea es dar sepultura a la política dominante: RIP al PRI
El #YoSoy132 tiene claro cuál es el enemigo a derrotar, y lo define con precisión histórica, política e intelectual.
El PRI, dicen los aspirantes a sepultureros del octogenario, es el más
oneroso lastre de México. Pero no el PRI como noción o estructura
llanamente partidaria; más bien el PRI como forma de Estado, como
dictadura oficial que recurre al mimetismo multicolor (PAN, PRD etc.)
para generalizar su monopolio. La competencia interpartidista no
suprime el carácter monopólico del PRI, su fundamento empírico e
ideológico, simplemente lo universaliza, le provee tentáculos que
allanan el camino para una extensión irrestricta, anidándose, con éxito
otrora irrefrenable, en las conciencias de todo un pueblo. Es la
voluntad de una élite, cortejada por una sociedad que no acaba de
fundar una auténtica patria, una sociedad hasta ahora incapaz de romper
la siniestra sucesión de fracasos que la definen, aún titubeante ante
la opción de un horizonte exento de coloniaje. El PRI es la expresión
más nítida del carácter prehistórico de la nación mexicana. Es un signo
de impotencia, es un recordatorio de la insuperable infancia de un
pueblo que se debate entre el ser o no ser. Es un poder que miente y se
miente a sí mismo, pues sólo la mentira convalida o excusa su
existencia. Es la corrupción disfrazada de legalidad. Por eso la
impunidad constituye un componente identitario persistente en su
actuar. El PRI, de acuerdo con el #132, es una realidad
nacional, una manera de ser, marcada por el autoritarismo, la
degradación de la persona, la simulación sin recato, la mentira como
factor aglutinador. Es el mito fundacional (Quetzalcóatl) devenido
poder fetichizado (PNR, PRM, PRI-Estado).
La irrupción del #132
anuncia la caducidad del sistema-Estado priista, y la nulidad de sus
personeros PAN-PRD. Supone una conmoción en los cimientos de un
edificio en ruinas. Se ha abierto una llaga en la parte más vulnerable
de un cuerpo político doliente: su legitimidad ideológica. El #132 reprueba
las formas caciquiles, congénitas al PRI-gobierno, no sólo
discursivamente, sino también, y acaso más vigorosamente, en la
práctica. Cabe aquí hacer un paréntesis para advertir que la expresión
más vívida de los resabios ideológicos priistas se observa en los
alaridos que acusan al #132 de estar dirigido por un cacique.
El cacicazgo dormita en la psique de las conciencias retrogradas, y a
menudo se le endosa a los grupos en animadversión con el gobierno
constituido. Pero no es otra cosa que un síntoma de una deformación
patológica, tristemente presente en muchos mexicanos, que impide
concebir una asociación humana desprovista de caciques, caudillos o
dirigentes protagónicos. Para el PRI-conciencia, todo acto es resultado
de un proceso vertical, jerarquizado.
Empero, en esta renuncia deliberada a las formas y fórmulas priistas, el #132 prefigura
un cosmos social que niega categóricamente la persistencia del
cacicazgo, y envía un mensaje tácito pero irreductible: los mexicanos
no necesitan ser conducidos.
Dice el refrán que 'muerto el
perro se acabó la rabia'. Pero acá se invierte la ecuación. La
enfermedad que por mucho tiempo nos cegó, inmovilizó, enemistó, está
siendo erradicada con base en un remedio efectivo: el encuentro con el
otro, la unión, la colaboración horizontal. Una vez neutralizada esta
rabia, el perro se queda solo, sin argumentos, en estado de
indefensión. El PRI no será más necesario: México quiere “ser”. Desde
abajo se construye una sociedad cuyos postulados son: “Justicia,
Dignidad, Autonomía”. En una comunidad que predica estos principios, el
PRI-realidad-nacional es un anacronismo.
El fin del PRI es
deseable, y virtualmente inexorable. Como alguna vez profiriera el
infame Fox: tan sólo “hay que darle un empujoncito”.
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