4/30/2012

ESTE 30 DE ABRIL DÍA DEL NIÑO : El tema está ausente de la agenda política de los tomadores de decisiones, denuncian

Relegan gobernantes a niños que viven en las calles: ONG

Ni siquiera hay cifras precisas acerca de esa población, deploran


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Uno de cada 10 menores de edad trabaja, de acuerdo con cifras oficialesFoto María Luisa Severiano

Ariane Díaz
Periódico La Jornada
Domingo 29 de abril de 2012, p. 2

La discriminación de que son objeto los miles de niños que viven en las calles del país se traduce en una negación histórica del gobierno y la sociedad ante el fenómeno, prueba de lo cual es que no se cuenta con una cifra precisa de la población que vive en esa situación y que el tema está ausente en la agenda política de los tomadores de decisiones, señalan expertos en la defensa de los derechos de la niñez.

Ante el problema, “las respuestas siempre han sido las mismas: asistencia pura, es decir, reparto de comida y cobertores; o ‘limpieza social’ con casos verdaderamente dramáticos, donde elementos de la policía de cada urbe levantan a los chicos y los abandonan en el desierto o las carreteras, los encierran en anexos para tratar adicciones sin que necesariamente tengan problemas de este tipo, o en reclusorios, acusándolos de delitos que no cometieron”, denuncia Juan Martín Pérez, director de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim).

Aunado a ello, autoridades de los tres órdenes de gobierno, legisladores e impartidores de justicia dan prioridad a otros problemas que azotan a la infancia, como la explotación sexual comercial, su implicación en el crimen organizado o los niños migrantes no acompañados. Así, la infancia callejera ha quedado completamente desdibujada, explica.

El enfoque asistencialista y tutelar con que se les atiende hace que, en los hechos, este sector de la población se encuentre desprotegido.

Se piensa que solamente requieren comida, ropa y casa. Difícilmente se piensa en proyectos de desarrollo con enfoque de derechos humanos, apunta Luis Enrique Hernández, director de El Caracol AC, organización especializada en la atención de poblaciones callejeras.

Desde esta visión, la autoridad no reconoce las nuevas constituciones familiares que se dan en el contexto callejero, refiere Pérez.

Los niños, jóvenes y adultos mayores que conviven en la calle comparten una cultura, códigos y estrategias de sobrevivencia; se reconstituyen familias, si bien no consanguíneas, y el derecho de los niños es a vivir con su familia; sin embargo, el marco normativo tiende a separarlos por una lógica de discriminación tutelar, expone el defensor.

Seguimos creyéndolos incapaces de participar en esos procesos, sin reconocerlos en condición de igualdad o como ciudadanos. Cuando se trata de población callejera hablamos de un cúmulo de violaciones a los derechos de la infancia, lamentan los activistas.

La infancia en las calles no es problema privativo del Distrito Federal o de las grandes urbes. Es un tema nacional, aseguran, pues prácticamente en todas las ciudades medias hay presencia de población callejera. Desde Villahermosa, Tabasco, hasta Tijuana, Baja California.

Para los expertos, urge cambiar el paradigma desde el cual se mira a los chicos que viven en las calles. Se trata, dicen, de colocar el tema desde la visión de desarrollo social en lugar de asistencialismo y, como eje transversal, la participación de los menores.

Cuando se toma en cuenta a los chicos para encontrar soluciones, ellos ponen su experiencia y las redes sociales que han construido para poder cambiar las cosas, asegura Pérez.

En tanto, responsables de asilos y albergues de asistencia privada para niños en orfandad o abandono refieren que la descomposición social derivada de la precariedad económica coloca a la infancia en peligro de sumarse a la población callejera.

Las dificultades económicas llevan a los padres a tener a sus hijos en un abandono práctico. Los niños que atendemos aquí son hijos de trabajadores informales (quienes no cuentan con prestaciones) y cuyas jornadas laborales son de 12 a 14 horas, expone David Jesús Miranda, lasallista responsable del área de comunicación del Internado Infantil Guadalupano.

A su vez, religiosas a cargo del Asilo Primavera relatan que los niños que concurren a ese espacio vivían en contextos de violencia familiar y social, la mayoría de veces sólo a cargo de sus abuelas u otros familiares, pues sus madres trabajan todo el día y los dejaban solos en casa. El siguiente paso, indican, era la calle.

Derechos y realidad

Cinco de cada seis niños son pobres o vulnerables por ingresos: Inegi

Se transgreden garantías de menores que trabajan; no van a la escuela 40% de éstos

Ángeles Cruz Martínez
Periódico La Jornada
Domingo 29 de abril de 2012, p. 3

Los niños representan 30 por ciento de la población total en México (son 32.5 millones), y aunque la protección de sus derechos está plasmada en la Constitución y acuerdos internacionales de los que el país forma parte, para más de la mitad no se cumplen, pues viven en pobreza multidimensional, es decir, carecen de alguno de los satisfactores sociales indispensables para su desarrollo: salud, educación, vivienda o alimentación. De esos menores marginados, más de 4 millones se encuentran en la miseria, señaló el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

En un reporte con motivo del Día del Niño, el organismo también dio cuenta de que 10.7 por ciento de los menores que tienen entre cinco y 17 años de edad trabajan, y de éstos 40 por ciento no asiste a la escuela, con lo que también se violan sus derechos fundamentales.

Con relación a la pobreza multidimensional, detalló que los 21.4 millones de menores de 18 años en esta circunstancia carecen de al menos uno de sus derechos para el desarrollo social y sus ingresos son insuficientes para adquirir los bienes y servicios indispensables. Además de los mencionados, estos pequeños pueden carecer de acceso a los servicios de salud o seguridad social, y otros que aun cuando tienen un lugar para vivir, no disponen de espacio físico, calidad y servicios básicos.

Sobre los niños en condiciones de miseria, el Inegi puntualizó que son aquellos que aunque su familia hace uso de todo su ingreso para la compra de alimentos, no pueden adquirir lo indispensable para tener una nutrición adecuada y presentan al menos tres carencias sociales de las señaladas.

En el mismo desglose, el instituto mencionó que sólo uno de cada seis menores (16.5 por ciento) son considerados no pobres multidimensionales ni vulnerables por ingresos o por carencias.

Sobre los menores que trabajan, el informe menciona que de los que perciben remuneración económica, la mitad recibe hasta un salario mínimo; 34 por ciento más de uno y hasta dos, y sólo 14.8 más de dos.

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Casi un tercio de los niños trabajadores tiene jornadas de más de 34 horas a la semana, lo cual viola la leyFoto Notimex

Casi un tercio de los niños trabajadores tiene jornadas de más de 34 horas a la semana, lo que también transgrede sus garantías, pues la Ley Federal del Trabajo determina que los individuos de 14 a 17 años que pueden desempeñar alguna actividad con el permiso de sus padres no deben tener jornadas mayores a ese tiempo.

Casi 29 por ciento de estos pequeños dijeron que en su hogar se necesita de su aportación económica; 23.3 requiere el dinero para pagar su escuela y/o sus propios gastos y 20 trabaja para aprender un oficio.

En el aspecto de la salud, la información del Inegi comenta que si bien la mortalidad infantil se redujo sustancialmente en las pasadas cuatro décadas, al pasar de 69 defunciones por cada mil en 1970 a 14.2 por mil en 2010, las 41 mil muertes de niños menores de 15 años reportadas en 2010 representan un reto para el sector, sobre todo en las entidades que superan el promedio nacional.

Los estados de Guerrero, Chiapas y Oaxaca reportan tasas de mortalidad infantil por encima de 17 por cada mil. En el otro extremo está Nuevo León, donde el indicador es de 10 por mil.

También destaca que siete de cada 10 decesos fueron de niños menores de un año de edad por afecciones en el periodo perinatal (49.8 por ciento), malformaciones congénitas, deformidades y anomalías cromosómicas (22.4) y neumonía (4.3 por ciento).

Otras carencias importantes son las materiales en las viviendas, que afectan a 33.6 por ciento de los menores de 15 años. La más frecuente es la falta de espacio, pues 31 por ciento vive en hacinamiento; 7 por ciento tiene piso de tierra en su casa y 3 por ciento techos de lámina de cartón o desechos.

Además 35.2 por ciento de los hogares donde hay niños carece de uno o más servicios básicos, como gas para cocinar (utilizan leña, carbón o petróleo), drenaje y agua potable.

Derechos y realidad

Al principio sí duele; luego agarras maña y sabes cómo caer

Mis papás se separaron y ninguno quiso llevarme, relata adolescente faquir
Ariane Díaz
Periódico La Jornada
Domingo 29 de abril de 2012, p. 3

Alfredo Mejía es un faquir de 13 años. Recorre la línea 6 del Metro –que va de Martín Carrera a Rosario– poniendo en escena un acto circense que pretende provocar la lástima de los pasajeros y atraer algunos pesos.

En un trapo sucio lleva vidrio triturado, que tiende en el centro del vagón. Da una maroma con la espalda desnuda para caer sobre el material molido.

Al principio sí duele, pero luego agarras la maña y ya sabes cómo caer para no cortarte tan feo. Por tenderse en esa cama de vidrio llega a obtener 300 pesos si trabaja todo el día.

Otros días se gana la vida limpiando parabrisas en un cruce vial de Reforma, frente al camellón donde está el campamento que ahora es su casa y donde se acompaña de decenas de chicos como él.

No recuerda desde cuándo vive en la calle, pero sí la razón: mis papás se separaron y cada uno se fue por su lado. Mi papá se llevó a mi hermano y mi mamá a mis dos hermanitas, pero ninguno quiso llevarme con ellos.

Como casi todos los niños y adolescentes que viven en la calle, Alfredo es adicto a los solventes. La mona hace que su hablar sea deshilvanado.

Sentado en un desvencijado sillón, recuerda que luego de la separación de sus papás vivió con sus primos, pero éstos lo golpeaban y fue a dar a una casa hogar en la delegación Cuauhtémoc, de donde se salió porque una persona (del lugar) me quería pegar todo el tiempo.

Tiene ojos grandes y verdes, como de gato. El pelo muy corto, castaño, y un bigote que empieza a asomarse. Viste un pantalón de mezclilla roto y una playera del América, sucia, pero que muestra con orgullo cuando dice que es su equipo.

Si algo extraña de su familia es jugar futbol con su hermano menor en las canchas de la colonia Gabriel Hernández, delegación Gustavo A. Madero, donde vivía su familia.

Luis Alberto Valdez también tiene 13 años, pero su historia es muy diferente. A los siete años inhalaba solvente y pasaba mucho tiempo en la calle. Entonces, su mamá decidió enviarlo al Internado Infantil Guadalupano, donde estudia desde hace seis años.

El primer año fue difícil. Al principio no me sentía a gusto, yo quería estar en mi casa. Ahora ya se acostumbró.

Su mamá lo visita cada semana y él tiene la posibilidad de salir una vez al mes a su casa para ver a su familia.

Toma el taller de carpintería y hace poco terminó una mesa para los profesores. A punto de concluir la primaria, la institución que lo alberga le da la posibilidad de seguir viviendo ahí y apoyar sus estudios en una escuela pública cercana al internado. Quiere seguir estudiando porque le gustaría ser chef.

Jonathan, David, José Luis y Miguel viven en el paradero del Metro Taxqueña. Para ganarse la vida hacen de todo: venden paletas, limpian vidrios, le hacen al faquir, al payaso y al tragafuego. Reparten volantes. “De ahí sale pa’ la comida y el vicio”.

Su vicio es la mona, que todos inhalan cada cierto tiempo mientras cuentan recuerdos aislados, inconexos, con el propósito de reconstruir su historia y decir por qué están en la calle.

Sin embargo, aseguran que la gente se equivoca cuando piensa que “por ser drogadictos somos malandras... Creen que porque estamos con el activo o porque andamos sucios robamos o lastimamos a la gente, pero no”.

Casi todo el tiempo miran desde la desconfianza, pero a veces sonríen. Cuando lo hacen, sus dientes dan cuenta del abandono en que se encuentran. A algunos les faltan piezas dentales; otros las tienen manchadas.

Jonathan, de 15 años, se quita la sudadera y muestra las cicatrices que le ha dejado la actividad de tirarse sobre vidrios en el Metro, y las distingue claramente de aquellas marcas que le dejó el maltrato de su padrastro. Llegaba borracho y me pegaba. Por eso me salí. Dejó su casa a los 12 años.

El maltrato es el común denominador de este grupo. Todos fueron golpeados en sus casas y en las instituciones de asistencia a las que llegaron.

“Una vez estuve en un anexo (centro de atención para quienes sufren adicciones) y ahí me amarraban de a pescadito y me pegaban. Los padrinos nos humillaban. Dicen que esos centros son para ayudarte, pero tratan de corregirte a golpes”, dice José Luis, originario de Veracruz.

La Jornada intentó realizar un recorrido por los albergues del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), pero no fue posible. Según las autoridades, no lo pueden permitir por la veda electoral. Dicen que sería promover las acciones de asistencia del DIF.

Derechos y realidad

Menores plagiados, entre el desdén oficial y el síndrome de Estocolmo

Parientes de secuestrados y liberados señalan que autoridades nunca los buscaron

Sanjuana Martínez
Periódico La Jornada
Domingo 29 de abril de 2012, p. 4

Todavía la quiero, afirma muy seria Diana Lizeth Bernal Hernández al referirse a Mamá Mine, una de las secuestradoras que la mantuvieron retenida durante tres años. Ella era buena. Me veía siempre deprimida. Le dije que ya no aguantaba, que quería volver con mi familia. Y respetó mi decisión. Me dijo que preparara mis cosas y me trajo a Monterrey.

Está tumbada en la cama. Tiene el cabello teñido y va muy maquillada. Hace poco cumplió 14 años pero su cuerpo es casi de adulta. Lleva un pantalón de mezclilla ceñido y una camiseta con un ligero escote; la boca pintada de rosa y las uñas de rojo. Usa pulseras en ambas muñecas. Sus tres hermanas escuchan sin asombro lo que dice, mientras su sobrina Ana Karen de dos años salta en la cama.

Cuando llegó a la casa no la conocía, dice su madre, Mónica Bernal Hernández. “Le dije: ‘¿Quién eres?’ Y me contestó: ‘Soy Diana, tu hija’. La reconocí por el lunar en la cara, la abracé y me puse a chillar”.

La extrema pobreza y la falta de alimentos obligaron a Mónica y María Inés hace más de tres años a dejar a sus cuatro hijos en el albergue Centro de Adaptación e Integración Familiar, Caifac Monterrey. Son madres solteras y no tenían trabajo. María Inés no sabe leer ni escribir y firmó sin saber junto con Mónica unos documentos donde cedían la custodia al centro dirigido por la Iglesia cristiana restaurada.

Durante ocho meses visitaron a sus hijos en el albergue, pero de manera paulatina el centro les fue negando ese derecho. A principios de 2009, Brenda decidió escaparse, huyendo del constante maltrato. Y a partir de entonces nunca más volvieron a saber del resto de los niños. Interpusieron las denuncias y poco después supieron que no eran los únicos menores sustraídos ilegalmente, que también había desaparecidos en Casitas del Sur del Distrito Federal y La Casita de Cancún. Se trataba de una red internacional de tráfico de menores con fines de explotación sexual, adopciones ilegales y tráfico de órganos, investigada por la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (Siedo) y que mantiene secuestrados a más de una veintena de niños.

Cambiar la apariencia

Aquí te dejo, le dijo Minerva a Diana Lizeth al llegar a la central de autobuses de Monterrey. Ambas vivían en Durango desde hacía tres años, luego de que fue separada de sus dos primos, quienes permanecieron en Monterrey y Saltillo con Patricia Murguía Ibarra, la otra secuestradora que dirigía el albergue. Afirma que les tiene cariño a ambas, a pesar de todo. No sabe lo que significa el síndrome de Estocolmo.

Desorientada, la niña le preguntó: ¿cómo me voy a ir a mi casa? Su secuestradora sacó de su bolsa 80 pesos y se los dio. Toma un taxi, le dijo. Nerviosa, insegura, Diana Lizeth se sintió aterrada. Era libre. Salió a la calle y tomó el primer taxi que pasó. Recordaba vagamente el lugar donde vivía con su familia en San Pedro Garza García, pero al llegar no sabía cuál era su casa. Preguntó a las vecinas y la orientaron. Cuando iba por la calle reconoció caminando a su hermana pequeña Mónica y a una prima.

Su casa consiste en un cuarto. En la esquina una pequeña estufa hace de cocina. El ropero separa la cama y un viejo sofá cama. Aquí dormimos los nueve, pobremente, pero bien felices, expresa Mónica, que acaba de traer un pastel, regalo de su patrona, con quien trabaja haciendo el aseo. Me paga 20 pesos, pero me da comida y ropa, señala. Su actual pareja es albañil y gana mil 200 pesos, con lo que todos sobreviven.

Yo no tengo traumas, asevera de manera categórica Diana Lizeth. “A mí no me golpeaban ni me castigaban como a mis primos. Vivíamos las dos solas. Casi siempre estábamos encerradas. Mamá Mine me pintó el pelo y me maquillaba para trabajar”.

Diana Lizeth no tiene noción del tiempo que estuvo secuestrada. No sabe cuántos años fueron. Tampoco recuerda hechos concretos ni direcciones, ni el apellido de su secuestradora, a quien le decían también Matilde. Dice que casi siempre estaba encerrada y que celebraba sus cumpleaños, pero no la Navidad, “porque Jesús no nació ese día, como dice la gente en la calle. Mamá Mine me dijo que eso es mentira”.


Un niño sale de su casa inundada en el municipio de Paraíso, Tabasco, en octubre de 2011Foto Alfredo Domínguez

Cuenta que estudió hasta cuarto año de primaria porque no le permitían ir a la escuela y sólo estudiaba vía Internet en Educación Net. Y que trabajaba haciendo manualidades, aunque no sabe determinar el tipo de artículos. Sólo tejí una bolsa, dice sonriendo de manera nerviosa.

Va reconstruyendo poco a poco sus recuerdos. Una sicóloga del DIF le ofrece terapia sicológica en su casa. Diana Lizeth fue adoctrinada. Estudiaba la Biblia todos los días con la particular visión de la Iglesia cristiana restaurada, concretamente de la llamada secta de Los Perfectos, dirigida por los supuestos cabecillas de la red internacional de tráfico de menores Jorge Erdely Graham y el regiomontano Sergio Humberto Canavati Ayub, ambos en libertad y en paradero desconocido.

Nadie los buscaba

La primera sorpresa que se encontró Diana Lizeth al llegar a su casa es que su hermana mayor, Brenda Carolina, quien fue la primera en escapar de Caifac, es madre y tiene una hija de dos años.

Yo me sentía culpable por haberme ido sin ella. Siempre que andaba divirtiéndome pensaba en ella, dice sentada en el sofá. Tiene 15 años y decidió no seguir estudiando. Le dijeron que si la hubiera querido no me hubiera escapado sin ella, pero no es verdad. Lloré bastante cuando volvió. Ahora nadie nos va a volver a separar.

Mónica sabe que el futuro de sus cinco hijos es difícil debido a la endémica miseria que padecen desde hace varias generaciones, pero asegura que seguirá luchando por sacarlos adelante.

La pobreza, comenta, fue la razón por la cual ni la Procuraduría de Justicia de Nuevo León ni la Siedo buscaron a su hijo. Fue puro pedo, nunca hicieron nada, nunca lo buscaron. Puro pedo; siempre nos decían que no había novedades, no se movían. A mi hermano Francisco los ministeriales le pidieron un billete para buscar a los niños, pero, ¿de dónde agarrábamos dinero para darles?

Cuando apareció Diana Lizeth, los trabajadores del DIF Capullos la buscaron para hablar con ella, pero Mónica también desconfía de ellos porque cuando Brenda Carolina se escapó vinieron por ella y la dejaron varios meses en instalaciones de esa institución antes de entregársela.

Esta vez no me dejé que me la quitaran. Cuando Brenda (escapó y se la llevaron trabajadores del DIF) batallé para que me la devolvieran. Les dije que estaban las puertas abiertas de mi casa para que le dieran sicología, nada más.

Mónica no olvida que luego de que interpusieron la denuncia por la desaparición de sus hijos, DIF Capullos recibió a la secuestradora Patricia Murguía Ibarra y los niños. Incluso hay un video donde están entrevistando a mis hijos y mis sobrinos. Y luego los dejaron salir, no sé por qué. Claro, ya después no los volvimos a ver. El DIF también es responsable.

Y ríe cuando escucha que la PGR emitió un comunicado luego del reportaje publicado en La Jornada el pasado domingo con la historia de Julio César Castañeda Bernal, quien se escapó, afirmando que habían localizado a dos niños. Ya ni la burla perdonan. Nadie los andaba buscando, fueron los niños los que lograron salir. La niña tiene varias semanas aquí y nadie le ha venido a preguntar nada, ni los de la Siedo.

Es mediodía y Mónica trajo medio pastel, con el que le pagó su patrona el trabajo de hoy. Brenda empieza a partir rebanadas. Ríen con las gracias de Ana Karen, la más pequeña de la familia. No completamos (para los gastos). Mi pareja no puede con todos los chiquillos que tengo y uno de él se vino de García y aquí lo tengo. Ya somos más. Estamos todos apretados, pero todos juntos. Por fin, todos juntos.

Derechos y realidad

Obispo pide perdón a niños
Carolina Gómez Mena
Periódico La Jornada
Domingo 29 de abril de 2012, p. 4

En vísperas del Día del Niño, Francisco Javier Chavolla Ramos, obispo de Toluca y responsable de la Dimensión Episcopal de Familia de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), pidió perdón a los niños que han sido heridos por acciones de sacerdotes y otros integrantes de la Iglesia católica.

Sin hacer mención explícita a los casos de pederastia clerical, Chavolla indicó en un mensaje dirigido a los niños que, como pastores, también estamos conscientes de todas las flaquezas existentes en nuestra madre la Iglesia y en quienes la formamos. Nos sentimos profundamente apenados y pedimos perdón a Dios y a ustedes, por las ocasiones en que nuestras debilidades los han herido y han dado motivo de escándalo en la sociedad. Como responsables de la Iglesia en México queremos seguir comprometidos a velar por toda la niñez.

Aparte, la organización internacional Save the Children instó a la sociedad a realizar un ejercicio crítico sobre la grave situación que vive la infancia en México, y agregó: los datos que se refieren a la niñez en el país son alarmantes y los problemas que reflejan deben atenderse, urgentemente y de manera prioritaria, con decisiones adecuadas y eficaces.

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