Después de haber leído muy atentamente la obra reciente de Rosa María Rodríguez Magda, “La mujer molesta” (Ed. Ménades)
creo que puedo afirmar que se trata de un texto fundador, inaugural, de
la Cuarta ola del feminismo. Como sucede con las olas después de
estallar, que el mar se retrae para formar otras nuevas, así sucede en
el devenir de la Historia, tal como postulaba Spengler en “La decadencia
de Occidente”: inicio, clasicismo y decadencia son las etapas que
recorre toda civilización.
La tercera ola del feminismo, caracterizada por los discursos sobre
el género, se había centrado en romper los límites y limitaciones del
dimorfismo sexual, la heterosexualidad obligatoria y el par sexo/género,
que derivó en negar la identidad, el cuerpo, el sexo y la naturaleza
misma, que dejaban de existir como realidades independientes del
discurso. La naturaleza era negada a favor de la cultura. Y se terminó
por tirar al niño con el agua de la palangana. Para Judith Butler, la
gran teórica de los estudios queer, el sexo sería una superficie neutra
sobre la cual actúa la cultura, el género, que es el que construye el
sexo a partir del discurso. Para mí que esto es un modo peculiar de
idealismo. La misma Butler lo señala: “Confieso que no soy una
buena materialista. Cada vez que intento escribir del cuerpo, termino
escribiendo sobre el lenguaje”.
se trata de un texto fundador, inaugural, de la Cuarta ola del feminismo
La justa medida es algo que debería tener en cuenta cualquier
reflexión teórica y política y, por ende, el feminismo. Con frecuencia,
llevar hasta las últimas consecuencias un postulado supone simplemente
la incapacidad de autocrítica, así como la negativa a incorporar las
objeciones y postulados de otras posiciones que también tienen sus
razones. Y, en este caso, las objeciones están de parte del
absurdo y del oxímoron, como admitir el ‘feminismo islámico’ como un
feminismo más o defender el empoderamiento que produce para las mujeres
la práctica de la prostitución, la pornografía o los vientres de
alquiler, falacias que sólo tienen cabida en un absurdo aún mayor: el
feminismo neoliberal.
Lo que comenzó siendo emancipador puede convertirse en una trampa
reactiva, como el constructivismo radical del género o la generalización
de la diversidad. Pensar que la construcción del género puede negar la
biología, pero también negar el sexo como realidad genética, biológica,
anatómica y fisiológica supone un callejón sin salida intelectual. Del
mismo modo que el genérico ‘diversidad’ no puede suplantar la
singularidad de los diferentes colectivos que constituyen esa diversidad
en una especie de ‘totum revolutum’, y menos el conjunto de ‘las
mujeres’, que acaba por aparecer como un sujeto caduco e insignificante.
Algunos programas a favor de la no discriminación de las mujeres se
convierten en “atención a la diversidad” como si fueran lo mismo, al
igual que la ultraderecha quiere diluir la violencia machista en la
supuesta violencia intrafamiliar.
Rodríguez Magda afirma que tanto la teoría queer como el transfeminismo no son ya la vanguardia,
por más que reinaron durante tres décadas, por más que haya que
reconocer sus aciertos y repensar sus excesos. Han constituido
preocupaciones reales y con cierto sentido, pero frente a un mundo en el
que muchas mujeres sufren violencia, ausencia de derechos, reclusión,
matrimonios forzados, mutilación o muerte por el hecho de haber nacido
en un cuerpo de mujer, aquellas tendencias y hasta modas resultan
elitistas y propias de sociedades urbanas de países desarrollados. No
son inclusivas y la tercera ola ya se encuentra en su fase de
decadencia.
Rescatemos los retos de un feminismo ilustrado, que aún no se han cumplido plenamente, tales como la libertad emancipadora y la igualdad, sin olvidar la crítica que la postmodernidad ha hecho de los grandes relatos
Teniendo en cuenta que una de las obras de la autora es
“Transmodernidad”, en la que habla de nuestra época como un momento
histórico en el que deberemos rescatar los retos emancipadores de la
Modernidad, pero asumiendo las críticas muy acertadas de la
Postmodernidad, podemos entender que aplique este mismo esquema respecto
al feminismo. Rescatemos los retos de un feminismo ilustrado, que aún
no se han cumplido plenamente, tales como la libertad emancipadora y la
igualdad, sin olvidar la crítica que la postmodernidad ha hecho de los
grandes relatos, que trataban de explicar el mundo y su realidad con una
confianza acrítica y absoluta en la Razón. La razón, que gran delirio
después de Freud. ¿Era la razón más fuerte que la libido? ¿O la
consciencia más potente que el inconsciente? El ‘Dios ha muerto’ de
Nietzsche suponía ya un antecedente de aquella crítica a los grandes
valores y relatos que habían sustituido al concepto de Dios: la Razón,
la Ciencia, la Revolución, el Estado, etc. Sin embargo, el prefijo
‘post’ supone el final de algo, su decadencia sin futuro. De ahí que la
autora proponga el de ‘trans’, abierto a un más allá de. Por eso afirma
que “frente al viejo transfeminismo, necesitamos un feminismo
transmoderno”.
Con los excesos del género, el eje de las reivindicaciones se
desplaza de los derechos al deseo, ya que, supuestamente, el género
determinaría el sexo, que no es más que una ‘performance’, negando así
la identidad, el cuerpo, el sexo y la naturaleza misma. Llegados a este
punto, tendremos que debatir desde la teoría de la diferencia sexual,
real, de las mujeres. Una diferencia a partir de la cual podamos
conquistar una identidad no esencialista, un cuerpo vivido desde la
experiencia de mujer, un sexo real a la búsqueda de su propia sexualidad
y una naturaleza cuya negación equivale a un suicidio. Lo que sucede es
que en la civilización patriarcal la diferencia ha significado
desigualdad, pero la diferencia sexual tendría que devenir en afirmación
y reafirmación, más allá o más acá de la igualdad formal, cuyo
contrario es la desigualdad, no la diferencia. Y esto no significa en
absoluto admitir la biología como destino.
Rodríguez Magda nos propone en su libro, como tesis fundamental, un nuevo “feminismo postgénero” para desvelar las falacias del género,
para asumir la diversidad una vez resuelta la igualdad, para
desvincular los meros deseos de los derechos. El deseo de ser padres no
puede convertirse en el derecho a serlo a cualquier precio, como el
deseo sexual de los varones tampoco puede traducirse en el derecho a
comprar los cuerpos de las mujeres. Desde esta posición del feminismo postgénero
será más fácil dilucidar y construir el verdadero sujeto político del
feminismo, que se vislumbra como la tarea medular del feminismo de la
cuarta ola. Y con esta conquista volver a reivindicar el término
“mujeres”, que hasta ahora venía molestando en los círculos académicos y
políticos. Un feminismo postgénero que salvaguarde como sujeto político
el “nosotras, las mujeres”.