1/13/2018

Las rapadas del franquismo

Franquismo & Violencias machistas
CTXT

La dictadura también impuso un castigo de género: despojar a las mujeres y las niñas del cabello, un acto que iba acompañado de un ritual público de humillación

Solo quedan unas pocas fotografĂ­as de mujeres rapadas por los vencedores en la inmediata posguerra española. Un parco testimonio de un tipo de castigo que se dio de forma generalizada en casi todo el territorio, muchas veces hasta en pueblos diminutos, y que dice mucho de una Ă©poca, de un rĂ©gimen que nacĂ­a sobre la brutalidad sistemática y el intento de moldear una sociedad desde sus cimientos a partir de la derrota y la humillaciĂłn. ¿CĂłmo se dio esa represiĂłn en las mujeres? ¿Hubo diferencias determinadas por el gĂ©nero? Si estas imágenes de mujeres rapadas nos impactan, el acto de despojar a las mujeres y las niñas de una de las principales marcas de gĂ©nero venĂ­a acompañado de todo un ritual pĂşblico de humillaciĂłn.

Cuando eran detenidas se les obligaba a beber ricino, un poderoso laxante que provocaba diarreas, y se las paseaba por las calles para que defecasen mientras caminaban. En ocasiones, se las acompañaba de la banda del pueblo, o eran obligadas a cantar ellas mismas. Entre tanto, sufrĂ­an insultos y a veces pedradas y otras agresiones por parte de sus vecinos y vecinas. Se trataba de un castigo ejemplar para las mujeres que segĂşn los vencedores se habĂ­an salido de su papel “natural” al haber ejercido una polĂ­tica activa en el bando de los republicanos. La humillaciĂłn como correctivo social.

Una deshonra pĂşblica de carácter “instructivo”, que buscaba que toda la comunidad participase de la victoria ejerciendo de verdugo, o tuviese que fingir odio hacia esas mujeres que a veces eran amigas o vecinas, para dejar claro que tambiĂ©n estaban en el bando de los vencedores. Si la práctica del ricino la introdujo la Falange copiándola de los Fasci di Combattimento italianos –que la usaban tambiĂ©n contra hombres– los rituales pĂşblicos de humillaciĂłn provienen de una tradiciĂłn muy española: la Santa InquisiciĂłn.

Los herejes, las brujas, los falsos conversos condenados algunos siglos antes, o los indĂ­genas acusados de idolatrĂ­a en las colonias, tambiĂ©n eran deshonrados de la misma manera pĂşblica –con rapados incluidos– para buscar un impacto psicolĂłgico en la poblaciĂłn. Una de las principales finalidades del derecho penal del Antiguo RĂ©gimen consistĂ­a en su capacidad aleccionadora. AsĂ­, el franquismo como restauraciĂłn llegĂł vinculado a los principios reaccionarios a los que vino a proteger de la modernizaciĂłn que implicaban la RepĂşblica y la revoluciĂłn social y sus nuevos valores y propuestas de organizaciĂłn del mundo.

El castigo pĂşblico funcionaba aquĂ­ como advertencia hacia futuras disidencias femeninas. Sin embargo, el involucionismo franquista no será el Ăşnico en aplicar este tipo de penas de resonancias medievales. La Francia liberada se caracterizĂł por celebrar su victoria con la humillaciĂłn de las mujeres francesas que habĂ­an tenido amantes alemanes y, sobre todo, hijos “de sangre alemana”. De ellas sĂ­ nos han quedado abundantes imágenes, incluso en cine, que dan testimonio del castigo destinado a las que estaban llamadas a preservar la pureza de la patria ultrajada y que traicionaron “su destino biolĂłgico y nacional”. Discurso propio de la Ă©poca y de los distintos nacionalismos que desembocaron en la II Guerra Mundial.

 Mujeres para una revoluciĂłn

En la RepĂşblica, pero sobre todo en el magma de ideas que se produjeron en las culturas obreras que dieron lugar a la revoluciĂłn social, las mujeres tendrĂ­an un papel bastante diferente. El cambio de roles habĂ­a empezado antes, pero las ideas del igualitarismo radical le darĂ­an un nuevo impulso. Durante el periodo republicano se consiguieron algunas conquistas importantes. Se eliminĂł una parte de la legislaciĂłn discriminatoria que impedĂ­a participar a las mujeres en polĂ­tica y que mantenĂ­a su subordinaciĂłn en el trabajo y en la familia. Durante la guerra, y sobre todo durante la revoluciĂłn, las mujeres asumieron papeles hasta hace poco reservados a los hombres.

La agrupaciĂłn anarcosindicalista Mujeres Libres –que organizaba a las obreras pero en la que tambiĂ©n se les enseñaba a conducir para que pudiesen participar en las tareas de guerra– llegĂł a tener más de 20.000 afiliadas en octubre del 38. La imagen de la miliciana condensĂł simbĂłlicamente estas nuevas atribuciones de la mujer pĂşblica y luchadora, y por tanto, fue utilizada para demonizar y reprimir más duramente a las acusadas. En realidad, operará como fantasma, porque las milicianas fueron una minorĂ­a y se les expulsĂł del frente bastante pronto cuando el ejĂ©rcito se “profesionalizĂł” y relegĂł a las mujeres a la retaguardia. Sin embargo, esta será la acusaciĂłn más fuerte de la represiĂłn franquista. En diciembre de 1936 ya eran pocos los carteles propagandĂ­sticos republicanos que utilizaban el icono de la miliciana, que fue sustituido por el de la “madre combatiente”. Sin embargo, como explica Fernández Duro en “Las rapadas” (S.XXI,), “las milicianas encarnaron el modelo contrario al que el rĂ©gimen querĂ­a implantar”.

AsĂ­, la represiĂłn contra las mujeres revolucionarias o republicanas “buscaba enviar un mensaje de presiĂłn a toda la sociedad de cuál debĂ­a ser el modelo de conducta femenino”, uno que las colocase en el espacio privado que “les era propio”, como explica Maud Joly. En general, las “rojas” para el franquismo fueron aquellas mujeres que se habĂ­an comprometido en la defensa de la RepĂşblica o la revoluciĂłn, pero tambiĂ©n –y aunque faltan datos que cuantifiquen su relevancia– simplemente esposas e hijas de “rojos”, de vencidos. Las mujeres se convirtieron en una pieza más de la guerra, en un terreno de combate. Consideradas como extensiĂłn del hombre, las penas recayeron muchas veces sobre ellas tambiĂ©n.

 RepresiĂłn "generizada"

Naturalmente, el rapado del cabello y las purgas de ricino no fueron las únicas formas represalias. Ellas, como los hombres, fueron torturadas, recluidas en cárceles, forzadas a trabajar, fusiladas, enterradas en fosas comunes y sometidas a múltiples formas de exclusión social. El robo de bebés se convirtió en una práctica tan habitual que estuvo practicándose hasta prácticamente la llegada de la democracia. La victoria del campo nacional desató una violencia desmesurada pero no tan arbitraria como pueda parecer.

El plan era borrar la revoluciĂłn social, a buena parte de los obreros y obreras comprometidos con ella, exterminar su semilla y su memoria. Pero además, la represiĂłn tuvo condicionantes territoriales –muriĂł más gente en AndalucĂ­a y Extremadura que en otros territorios, por ejemplo–; condicionantes de clase, y por supuesto, de gĂ©nero. Como explica Arcángel Bedmar, además del rapado y el ricino, muchas mujeres eran obligadas a limpiar el cuartel de la Guardia Civil, la sede de la Falange o la iglesia del pueblo o les prohibieron llevar luto por sus allegados.

Las funcionarias –maestras, matronas, trabajadoras de correos– fueron expulsadas y se les prohibiĂł trabajar condenándolas a la miseria. Por supuesto, habĂ­a amenazas de agresiĂłn sexual, abusos y violaciones. AsĂ­ como tenĂ­an que soportar el asedio de quienes les solicitaban favores sexuales a cambio de gestiones para favorecer a familiares encarcelados.

Y en general las mujeres se enfrentaron a la violaciĂłn, una de las principales armas de cualquier guerra. El general Gonzalo Queipo de Llano –la máxima autoridad militar de Sevilla–, solo cinco dĂ­as despuĂ©s de empezada la guerra civil, decĂ­a en la radio: “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, tambiĂ©n a sus mujeres. DespuĂ©s de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que pataleen y forcejeen”.

Toda esta represión se articuló a partir de los discursos de sometimiento e invisibilidad de la mujer impuestos por el franquismo, y que barrieron los avances obtenidos en materia de ciudadanía femenina. Del rapado sistemático como forma de castigo, y pese a la extensión de su práctica, apenas ha empezado a hablarse hace poco porque el franquismo suprimió sistemáticamente tanto las conquistas de las mujeres como la memoria de la represión que hizo posible esta involución.

La Sección Femenina de la Falange se ocupó de lo demás, reeducando a las mujeres en el papel social que los vencedores de la guerra habían diseñado para ellas: el de reproductoras y esposas dóciles alejadas de las luchas sociales, para que incluso pudiesen servir de freno a la participación política de sus maridos.

Y cuando eso se fue rompiendo, cuando el miedo amainĂł y la sociedad ya era otra, cuando las mujeres –que nunca abandonaron las luchas– retomaron la primera lĂ­nea de batalla durante la oleada de conflictos obreros de los 60 y 70, volvieron a raparlas. Eso les sucediĂł a Anita Sirgo y Tina PĂ©rez, mujeres de mineros que participaron en las huelgas asturianas del 62, como parte de sus torturas en prisiĂłn.