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Por Orlan Cazorla y Miriam García Torres*
Integrantes del colectivo Mujeres de Frente

En el Centro Histórico de Quito existe una escuela feminista autogestionada que ha sabido adaptarse a la complejidad de las vidas de las mujeres. Magola Suárez, alumna de 63 años, lleva asistiendo dos años. Durante este tiempo ha aprendido a leer y a escribir, aunque para ella significa algo más. “Es escaparme de mi casa para tener un poco de libertad”, asegura. Desde el año 2004 la Escuela de Mujeres de Frente acompaña procesos de alfabetización desde la lógica de la educación popular inspirada en Paulo Freire, a través de un aprendizaje vinculado al propio contexto. Sin embargo, no se trata sólo de un espacio de estudio sino de un lugar de intimidad donde las mujeres tejen redes, se descubren unas a otras y crean relaciones de confianza. En este proceso, el objetivo de alcanzar el título oficial de primaria va perdiendo peso en favor de compartir experiencias y de abrir espacios de conocimientos mutuos.

Mujeres de Frente surgió como un colectivo de autoconciencia feminista que comenzó a visitar la cárcel de mujeres de El Inca, estableciendo diálogos con un grupo de internas. A través de estos intercambios lograban una mirada complementaria al mundo del que provenían, acercándose a los lugares de la exclusión y la marginalidad. Tras el indulto que se produjo durante el proceso constituyente de 2008, muchas fueron excarceladas. A partir de ese momento dejó de ser específicamente una escuela para mujeres internas y se extendió a otras que no habían vivido el proceso de la cárcel. A todas ellas les reunía el deseo y la voluntad de pensar metodológica y humanamente una escuela feminista. Es así como nace una escuela que mira de frente la vida.

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La flexibilidad como virtud

Cuantificar cuántas alumnas asisten en la actualidad a la Escuela no es sencillo. Hay momentos en los que acuden 30 mujeres y otros en los que se presentan 8. Todas ellas pertenecen a sectores populares. Algunas siguen ligadas a la cárcel y otras se dedican a la economía informal y al trabajo doméstico y de cuidados. Las alumnas, cuyas edades oscilan entre los 18 y 70 años, presentan absentismos parciales debido a las dificultades cotidianas a las que tienen que hacer frente para poder asistir: presiones familiares, trabajos de cuidados, etc. Gracias a una metodología personalizada, cuando regresan siguen en la continuidad de su proceso. “Creo que esta es la virtud femenina de esta Escuela. Se adapta a la comlejidad de las vidas y pedagógicamente lo hemos logrado”, sostiene Andrea Aguirre, una  de las once integrantes del colectivo que acompaña el proceso de aprendizaje. Con el fin de que las alumnas puedan compaginar el estudio con los trabajos que cotidianamente realizan, la Escuela funciona en dos jornadas a la semana con un turno de mañana y uno de tarde en horarios intensivos.

En esta flexibilidad la Escuela tuvo que improvisar también un espacio de cuidado de niños ya que las mujeres no tenían donde dejarlos. “Nos llegaron. Habíamos dicho que no, pero fue imposible y nos atravesaron el espacio”, afirma la pedagoga Pascale Laso. Este lugar, que ofrece distintas actividades y un refrigerio, no solo acoge a los hijos de las alumnas, sino que da cabida también a sus nietos y a otros niños cuyas madres, por ejemplo, están internas en la cárcel. “La mujer siempre viene con hijos y estos son responsabilidad invisible de las mujeres. Ahí descubres la estructura en la que están atrapadas”, añade Aguirre.

Valores de una escuela diferente
En el plano metodológico la Escuela se nutre de dos vertientes pedagógicas: la educación popular y la educación activa. A partir de estas corrientes se ha creado un programa pedagógico personalizado que las alumnas van siguiendo de forma autónoma en la medida de sus tiempos y sus posibilidades. Asimismo el material didáctico, que se elabora en la propia Escuela, se construye a partir de las historias de vida que las mujeres cuentan, y trata de adaptarse a estas particularidades reconociendo los cuerpos, las edades y las singularidades. “Eso le imprime también un carácter feminista, no todas somos hombres jóvenes de 20 años. En el mundo hay más cuerpos”, asegura Aguirre.


Tal vez esta peculiaridad sea una de las razones por las cuales las alumnas, a la hora de someterse al examen oficial, lo aprueban fácilmente. “Creo que el éxito pasa porque el conocimiento se da naturalmente, en el entender, en el descubrir”, añade. La Escuela tiene un acuerdo con el Consejo Provincial que ofrece la posibilidad de presentarse a la prueba para obtener el título oficial de primaria. Hasta la fecha son nueve las mujeres tituladas. Muchas, en especial las jóvenes, quieren seguir estudiando aunque las mayores consideran que el título es una meta suficiente.Otro de los valores de la Escuela es su doble dimensión, ya que abarca tanto lo singular como lo colectivo. Por un lado, permite a las mujeres aquello que históricamente se les ha negado, el espacio de la singularidad y de la soledad. “Ese lugar donde estoy yo conmigo misma haciendo algo a mi propio ritmo que me genera placer, conocimiento, sin que haya alguien diciéndome lo que debo hacer o alguien a quien debo cuidar”, concluye Aguirre. Y por otro lado, se promueve el valor colectivo a través de un intercambio de saberes inspirado en la educación popular, donde mujeres de sectores urbano-marginales y mujeres de clase media comparten, de manera horizontal, espacios de reflexión.

La alegría de seguir construyendo

Uno de los mayores retos que debe afrontar el colectivo es la necesidad de consolidar sistemas de autogestión que le permitan la autonomía de financiamientos externos. Si bien en el pasado recibió fondos de la Fundación Rosa Luxemburg, en la actualidad está tratando de generar estrategias sostenibles de autogestión.

Sin embargo, pese a las dificultades materiales, los logros son varios. La Escuela sigue construyendo un proceso de reflexión diario en el que “cada avance individual, cada compañera que aprende a leer y que se emociona con su lectura, es un gran logro”, afirma Laso. Pero si algo hay que destacar es la alegría. “Nos da alegría venir acá. Es un lugar amoroso en el que todas encontramos un espacio de acogida”.

Tania Cruz, integrante del colectivo, considera que en este recorrido más que un impacto de incidencia social o político se logra un efecto en la vida cotidiana. “Si acompañar un proceso en donde a una mujer se le abre un mundo y donde tú también aprendes en ese acompañamiento no es transformar la realidad, entonces no sé qué es. La Escuela da esa posibilidad”.
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*Miriam García Torres (@mirgartor) es educadora popular, ecologista y feminista. Consultora e investigadora independiente. Autora de mirgartor.wordpress.com