1/16/2014

General Tiempo, ese enemigo crudelísimo




Tomás Mojarro

Sigue aquí, mis valedores, el documento que me hace llegar la compañera Claudia Durán sobre sus experiencias con los miembros del Sindicato Mexicano de Electricistas, hoy en plena agonía o, cuando menos, en hibernación. El escrito:

“Es la esperanza la que ha mantenido el movimiento. La resistencia hizo eclosión aquel 11 de octubre en que los trabajadores en turno fueron arrojados de sus centros laborales. Nunca más se les ha permitido el ingreso a sus instalaciones, hoy custodiadas por policías. Para defenderse había que organizarse. Unos cuantos nos unimos al movimiento, pero la mayoría fueron desertando hasta quedar alrededor de 15 mil sindicalistas. El gobierno calderón-peñista tenía todo planeado y estudiado. Sabía que nos íbamos a concretar a las formas de resistencia que la burguesía dicta para la clase obrera: marchas, mítines, plantones, huelgas paradas, et al;  sabía cuáles serían las organizaciones sociales que se solidarizarían; quiénes y hasta dónde se limitaba la acción de los que mostrarían apoyo en las cámaras; quiénes y cómo apoyarían en el sector de los intelectuales. Todo.

Se tenía conciencia, así mismo, de que el sindicato no contaba con ningún medio de comunicación hacia el exterior; de que desde hacía varias décadas los cuadros sindicales habían suspendido su indispensable formación;  se fomentaban la corrupción, la ignorancia y otros vicios, por lo que la requisa no iba a ser tan complicada. Contra los sindicalistas más radicales y resistentes se eligió una estrategia político-militar infalible: el tiempo.

Hace ya casi un año de la fecha aquella del 2013. Por la mañana se montó una carpa grande con su templete. El aire que en la “suprema” se respiraba tenía un nombre:  “esperanza”, que de forma aviesa se adueñó de  todos los presentes, aun de los más escépticos, quienes estábamos conscientes de que no se debía confiar ni negociar con el enemigo. De todas formas, ya en la realidad, a lo largo de una táctica que se redujo a resistir y esperar, con todo y sus “asegures” se ha estado “negociando” con un enemigo que, congruente con sus principios apátridas, inhumanos y globalizantes, da margen a la ilusión para que a la hora de asestar el golpe éste resulte más contundente.

Es tal mezcla perversa de ignorancia y esperanza la que se expande y nos hace olvidar los principios elementales de la guerra, y aun que estamos en guerra, lo que nuestro enemigo nunca ha olvidado. Es por ello que el día señalado, mientras nosotros nos congregábamos para recibir el fallo favorable que razón y justicia nos otorgaban, de forma sorpresiva, en pleno día y a la vista de todos,  se presentó el General Tiempo y nos masacró no lejos de la plaza de la Constitución. Tan cruel y encarnizado resultó el enemigo que hasta la propia ciudad, con el bullicio de sus millones de habitantes, durante unos instantes cayó en un mutismo absoluto, un silencio que ningún ruido alteraba si no era el de nuestra propia respiración, en cuyo aliento arrojamos la esperanza. En ese momento, azorados los ojos y el cuerpo vencido, percibíamos que  sobre nosotros caía todo el peso del enemigo. (Increíble: algunos se alzaron de inmediato y recobraron la esperanza. ¡Que no huya lo único que poseemos como capital político!)

 De la masacre nadie se enteró,  no se enterró a los muertos, no se curó a los heridos, el mundo siguió ignorante de aquello atroz que había acontecido y ninguno de  los intelectuales pareció escandalizarse por esa injusticia”.

Es México.  (Esto sigue mañana.)

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