11/10/2008

Escoger pareja en el mercado de hombres y mujeres


La televisión nos presenta el mundo como un gran mercado. Y dentro de ese mercado nos encontramos nosotros como una mercancía más. En el paso universal del valor de uso al valor de cambio se produce la cosificación de las personas. En consecuencia, todos nosotros tenemos un valor de cambio, somos intercambiables, somos comprables, estamos en las estanterías como cualquier producto. Nos puede comprar un empresario para utilizarnos como a una máquina, o como a una computadora, y también nos puede comprar una persona del sexo opuesto para utilizarnos como un proveedor de bienes y servicios. Salvo raras excepciones, es de esta manera como lamentablemente se escoge a una pareja en la sociedad capitalista.

Tenemos un valor de cambio, y este valor de cambio es un valor social. Pero este valor social que tenemos no es el valor social que pudiéramos tener, por ejemplo, en una sociedad socialista, sino que es el valor social que tenemos en la actual sociedad capitalista y con el cual somos intercambiados como mercancías a favor del capital. Dentro de este escenario, la industria cultural, la cual depende de las corporaciones, es la encargada de promover y reforzar todos los días estos valores por medio de películas, periódicos, revistas, libros, y muy especialmente, a través de la publicidad y las novelas que transmiten por los medios de comunicación.
Los valores de la sociedad capitalista son el poder, el prestigio, el dinero, y el cuerpo de la mujer y el del hombre con patrones de belleza impuestos por la televisión, y, por debajo de todos estos, se encuentra el amor muy devaluado.
El patrón de belleza mediático es aquel que posee el fenotipo de los dueños del capital imperial, pero eso sí, estilizado en los gimnasios y modificado con la ayuda de cosméticos. Es el culto al cuerpo perfecto de los valores nazi-fascistas. La rubia y el rubio con lo ojos claros son quienes se encuentran en el tope de la pirámide. Los que no encajan aquí, son discriminados. Los blancos con ojos claros gozarán de mayores ventajas en las relaciones laborales, y en las relaciones de pareja. De esta manera, los medios se adueñan del imaginario colectivo, y la discriminación favorece la supervivencia del fenotipo imperial y su poder dentro de la sociedad.

Por ser el capitalismo una sociedad necesariamente machista y racista, el hombre tiene más valor social que la mujer, y el ario tiene más valor social que el africano, el amerindio, el indio, el asiático, el árabe, el persa. Sin embargo, como la mayor contradicción del capitalismo es el capital contra el trabajo, ya que el primero domina al segundo, entonces el dinero vale más que el fenotipo de la persona. De modo que, sin un africano tiene dinero vale más que un trabajador ario.

Pues bien, desde la infancia se es víctima de este bombardeo de símbolos, y ahora las personas tienen en la cabeza los patrones de belleza mediáticos. Inocularon en la mente de las personas los esquemas de selección de pareja. Cuando lo natural es que las personas se vean atraídas por su sexo opuesto con su propio fenotipo, con el propósito de garantizar la supervivencia de su etnia, y la diversidad, ahora las personas se ven inconcientemente atraídas por el fenotipo de quienes los dominan. Todo esto favorece al capital.

Pero las características que hacen atractiva a una persona no son solamente físicas, también es importante la forma de pensar. Mientras más alienada, más valor social tiene la persona. Ésta debe producir suficiente dinero como para poder consumir lo que diga la televisión. Si produce solo lo necesario para consumir las necesidades materiales reales, queda muy por debajo de aquel que emplea todo su tiempo para producir el dinero necesario para obtener bienes y servicios innecesarios que son creados por el mercado a favor del capital. De modo que, cuando escogemos pareja, inconcientemente lo hacemos con un criterio de selección que favorece a quienes nos dominan.

Por ejemplo, cuando un hombre compra un vehículo, lo hace principalmente porque las mujeres, a través de la publicidad y de las novelas, ven que un hombre las valora y las quiere en la medida que las transportan y las pasean en un vehículo último modelo. Igual pasa con los restaurantes. Las mujeres aprenden por la televisión que los hombres las quieren en la medida que las llevan a restaurantes. Así, mientras más gasta el hombre para darle gustos y comodidades a la mujer, en esa misma medida la mujer se siente valorada, “amada”. Y ni hablar cuando se antojan de un viaje de placer a los Estados Unidos o a Europa. De modo que los hombres tienen que pasar de 8 a 12 horas realizando un trabajo alienante, que los agobia, que no los satisface, para ganarse el dinero necesario para que las mujeres les hagan compañía. Igual pasa con la mujer. La mujer tiene que hacerse las tetas, vestirse a la moda, y maquillarse, solo para conseguir un hombre la represente y la acompañe a alcanzar las metas que le impone la sociedad capitalista.

Ya lo dijimos al comienzo de este artículo. El mundo es un gran mercado, y nosotros somos unas mercancías. En consecuencia, la sensación de enamorarse también se desarrolla con respecto a las mercancías humanas que están a nuestro alcance. Es un negocio como cualquier otro. El objeto —mi pareja— debe ser deseable desde el punto de vista de su valor social —definido por la televisión— y, al mismo tiempo, debo resultarle deseable, teniendo en cuenta mis valores y potencialidades manifiestas y ocultas. En este sentido, los que piensan y visten a la moda son mayoría y tienen un universo mayor de selección de pareja.
Erich Fromm, freudomarxista alemán-estadounidense, decía en el El Arte de Amar, que “dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio.
Lo mismo que cuando se compran bienes raíces, suele ocurrir que las potencialidades ocultas susceptibles de desarrollo desempeñan un papel de considerable importancia en tal transacción. En una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el mercado de bienes y de trabajo”. [1]

Todo un negocio. De modo que, no nos debe sorprender que la industria cultural edite libros de autoayuda para parejas, donde se aconseja a sus lectores que no discutan ni peleen, sino que “negocien” con su pareja. El lenguaje de la ideología capitalista está también de manera inconciente en los escritores al servicio del capital, y en las relaciones de pareja mercantiles al servicio del capital. Cuando dos personas se “enamoran” a partir de valores de intercambio, hablamos del “amor” como mercancía, hablamos del mercadeo del “amor”.
Amor entre comillas, porque no puede nacer el verdadero amor del interés material, ya que el interés y el amor son antagónicos. Igual pasa con los contratos matrimoniales. No puede nacer el verdadero amor a partir de los contratos matrimoniales. Y de esto saben bastante los anarquistas: no se puede amar a una persona que no es libre.

Sobre el amor del hombre moderno, Fromm nos dice que “nuestro carácter está equipado para intercambiar y recibir, para traficar y consumir; todo, tanto los objetos materiales, como los espirituales, se convierten en objeto de intercambio y de consumo. La situación en lo que atañe al amor corresponde, inevitablemente, al carácter social del hombre moderno. Los autómatas no pueden amar, pueden intercambiar su «bagaje de personalidad» y confiar en que la transacción sea equitativa”. [2]

Si los autómatas no pueden amar, como dice Fromm, entonces las hijas e hijos que vienen a este mundo no son producto del amor, sino producto de una empresa. Y esa empresa está al servicio del capital. La niña y el niño serán domesticados y disciplinados para producir plusvalía.

Ahora bien, cuando escogemos pareja nos podemos equivocar. Por ejemplo, si un hombre se antoja de una mujer que tenga el patrón de belleza mediático, lo más probable es que tenga que invertir más dinero en gimnasio, cosméticos, restaurantes, vehículos, y viajes. De igual manera si una mujer se antoja de un hombre con patrones de belleza mediáticos, lo más probable es que la trate como el mejor de los machistas.
Esto es así, sencillamente porque tanto la mujer como el hombre que tienen los patrones de belleza mediáticos, están siendo permanentemente promocionados por la televisión, amén de los halagos, piropos, y de las llamadas por teléfono que reciben a diario de parte del sexo opuesto para mostrar su valor social. Cuando eufemísticamente se habla de “conquistar a alguien”, lo que se está haciendo no es otra cosa que “negociando con alguien”.

Puro negocio. El verdadero amor, los verdaderos sentimientos, no se pueden negociar, pero sí se puede negociar el sexo, y también las emociones. De hecho, desde la infancia, las mujeres son más reprimidas que los hombres. Hoy en día, muchas de ellas suelen reprimir sus deseos, y sus emociones hasta tanto no tengan certeza de que están haciendo un buen negocio. Por ejemplo, es frecuente escuchar a los machistas decir que si se invierte en un buen restaurante es factible recibir sexo de una amiga que se encuentre bastante alienada por la televisión. Aquí ambos, hombre y mujer, son víctimas del sistema. La mujer tiene menos valor social que el hombre, por lo tanto, se ve obligada a administrar su cuerpo porque éste representa para ella, según la televisión, algo valioso que puede ofrecer en los acuerdos con los hombres. La represión emocional de la mujer, hace que, aludiendo a la ley de la oferta y la demanda, su sexo sea más demandado que ofertado, en consecuencia, el sexo del hombre es más barato que el de la mujer, y éste debe entonces exponerse más a la explotación, trabajar y producir más dinero para comprar compañía femenina. No el capitalismo no hay compañía gratuita.

Ya vimos como nosotros actuamos espontáneamente bajo las formas de comprar, vender, y valorar. Este esquema de pensamiento se hace más rígido en la medida que más nos adentramos en el campo laboral. Esto es, mientras más producimos dinero, y más consumimos necesidades creadas, más nos alienamos. De hecho, cuando uno es adolescente y aun se encuentra estudiando, las relaciones de pareja suelen ser menos mercantilistas que cuando estamos inmersos hasta los tuétanos en el gran mercado. La televisión trabaja la mente de las personas desde la infancia. Con los años aumenta la alienación. Ya a los 25 o 30 años de edad, estamos entrenados para mercadear lo que sea.

Pero no podemos ser tan pesimistas. Se puede abandonar el intercambio para aprender a amar. “Amar —dice Fromm— es fundamentalmente dar, no recibir.
(…) El carácter mercantil está dispuesto a dar, pero sólo a cambio de recibir; para él, dar sin recibir significa una estafa.
(…) Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad.
(…) Sin embargo, la esfera más importante del dar no es la de las cosas materiales, sino el dominio de lo específicamente humano.
¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él —da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza—, de todas las expresiones y manifestaciones de lo que está vivo en él. Al dar así de su vida, enriquece a la otra persona, realza el sentimiento de vida de la otra al exaltar el suyo propio. No da con el fin de recibir; dar es de por sí una dicha exquisita. Pero, al dar, no puede dejar de llevar a la vida algo en la otra persona, y eso que nace a la vida se refleja a su vez sobre ella; cuando da verdaderamente, no puede dejar de recibir lo que se le da en cambio”. [3]

Entonces, el amor es un poder que produce amor, y la impotencia es la incapacidad de producir amor. Sobre este particular, Marx nos dice: “Si te imaginas ahora a un hombre como hombre y su relación con el mundo como relación humana, podrán cambiar el amor sólo por el amor, la confianza sólo por la confianza, y así sucesivamente. (…) Si amas sin ser correspondido, es decir, si tu amor como amor no genera amor recíproco, si con tu manifestación vital como hombre que ama no logras ser un hombre amado, tu amor es impotente, es una desgracia” [4]

Marx habla de cambiar amor por amor. Sin embargo, se podría interpretar que amor por amor no es un intercambio como tal, ya que lo que se cambia es la dirección o el sentido, porque el amor es el mismo. Y es con este amor verdadero como realmente se puede superar el sentimiento de soledad y angustia que produce la separatidad. Porque tenemos conciencia de nuestra separatidad cuando nos separamos de nuestros vínculos primarios: el niño se separa de la madre y el ser humano se separa de la naturaleza.

Para concluir, amigas y amigos lectores, así como tenemos que combatir el hambre, proteger el ambiente, liberarnos del trabajo alienado, la revolución también tiene que producir una nueva educación sentimental. En otras palabras, tenemos que liberarnos del mercadeo del “amor”, liberarnos de la alienación del amor. Cuando ya no exista el salario y la explotación, entonces las relaciones de pareja no se harán por intercambio, el sexo será libre de pago, y nacerá el verdadero amor. El amor verdadero es un valor cultural necesario para superar el sentimiento de soledad. Porque se puede estar acompañado y sentirse solo, como cuando se mercadea el “amor”, y al contrario, se puede estar solo y sentirse acompañado, como cuando se está realmente enamorado y la persona amada está ausente.

[1] Erich Fromm, El Arte de Amar.
Ediciones Paidos Ibérica, S.A., Barcelona, 1988, pág. 15.
[2] Ibídem, págs. 87 y 88.
[3] Ibídem, págs. 31-33.
[4] Karl Marx, Manuscritos Filosóficos Económicos de 1844, Editorial Progreso, Moscú (sin fecha de edición).Tercer Manuscrito, pág. 116.

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