Miguel Concha
La Jornada
Con las elecciones del pasado 5 de junio,
para elegir a 60 por ciento de los miembros de la Asamblea
Constituyente de la Ciudad de México, concluyó una etapa de este
proceso. Con la votación para los representantes, para algunos habría
concluido la participación de la ciudadanía. Para otros, los resultados
electorales demandan la intervención más a fondo de todas las personas
que habitamos esta entidad, a cuyos aportes los representantes y
funcionarios deberán estar más atentos. Habrá también que interrogarse
por los resultados del proceso de comicios. Llama la atención la baja
participación de votantes en comparación con elecciones anteriores. Para
algunos, esto demuestra la faltad de interés ciudadano por la
existencia de una Constitución para la ciudad. Me resulta difícil
pensarlo, pues casi a diario sé, soy invitado o participo en múltiples
reuniones que diversas organizaciones realizan para analizar el proceso
constituyente, estructurar sus propuestas y diseñar sus estrategias para
que se incluyan en el texto constitucional. Otros dirán que la baja
afluencia fue un acto de rebeldía ante la decisión del Congreso de
reducir la capacidad decisoria de la población a sólo tres quintas
partes de los constituyentes.
Algunos más dirán que esta situación refleja igualmente el hartazgo
ciudadano ante los magros resultados del sistema de partidos, que
tampoco parece estar siendo superado por las candidaturas independientes
que, en esta circunstancia, no despertaron el entusiasmo civil. Quienes
salen en defensa de los partidos sostienen que éstos son necesarios en
todo sistema político, afirmación que no está en duda, aunque de lo que
sí hay fundada certeza es de que éstos de ninguna manera son suficientes
para encauzar la vida pública de una sociedad tan rica y compleja como
la que tenemos en la Ciudad de México. En medio de tan diferentes
argumentos, podríamos estar de acuerdo en que la Constitución es una
cuestión muy importante, como para dejarla sólo en manos de los
partidos. Lo real es que los miembros de la Asamblea serán quienes
tengan la decisión última sobre la cual regirá la vida pública de la
ciudad. Su composición está ya prácticamente definida. Conocemos el
número de diputados que corresponde a cada partido, con algunos
previsibles cambios de nombres de personas. El Congreso ya ha casi
también designado a todos sus representantes, los que dada su
designación a partir de su pertenencia partidaria vendrán a modificar la
correlación resultante de las urnas.
Está pendiente, sin embargo, conocer todavía las designaciones de los
ejecutivos local y federal, quienes tienen ante sí la disyuntiva de
reforzar las tendencias que los números ya reflejan o fortalecer la
presencia ciudadana en el proceso constituyente, con el fin de que se
pueda evitar el posible entrampamiento en que podría quedar el texto
constitucional. Dado que todas las decisiones de la constituyente deben
tomarse por las dos terceras partes de sus miembros, si no se modifican
las tendencias actuales que reflejan los números, los acuerdos solamente
serían posibles con la aceptación de tres de cuatro partidos, y la
decisión sería a cada paso cuál de los cuatro queda excluido. Menos
probable, aunque no imposible, es que los acuerdos no sean tomados por
las cúpulas partidarias, sino por las afinidades de los distintos
miembros del constituyente, toda vez que algunos partidos decidieron
incorporar entre sus listas a militantes sociales e intelectuales
independientes. De esta manera, existe la posibilidad de acuerdos entre
personas con independencia del grupo parlamentario al que nominalmente
pertenezcan.
Una situación así contribuiría a refrescar tanto el ambiente
político de la ciudad como del país, así como a construir una lógica de
acción sin monopolio partidario. Que esta posibilidad avance o no,
dependerá en mucho del reglamento interno del órgano constituyente. Éste
podrá servir para fortalecer la autonomía de los constituyentes o para
robustecer el control partidario sobre ellos, tema que no puede eludirse
en las deliberaciones ciudadanas. Cualquiera que sea la valoración que
se tenga de los motivos de la baja participación en las elecciones, no
puede eludirse el asunto de la legitimidad de la constitución
resultante, ni puede desconocerse que al respecto hay diversas
posiciones en la sociedad. Están quienes piensan que hay ilegitimidad de
origen, y que por tanto, sea cual sea el texto aprobado, no le
reconocerán validez. Otros, sin negar los problemas de origen, plantean
que el texto constitucional es ocasión de ampliar las libertades y
derechos de la ciudadanía, y que para ello habrá que presionar a los
decisores por medio de acciones cívicas, como una asamblea alternativa,
similar al papel que juegan en algunos países de Europa los gabinetes a
la sombra, para circular información y debatir los mismos temas que se
abordan en los espacios institucionales. Otros más se proponen acciones
para influir sobre los constituyentes, como foros, debates y actos
públicos de diverso tipo.
Por supuesto, las dos últimas modalidades no son excluyentes. Su
combinación podría potenciarse mutuamente en la conocida estrategia de
actuación
adentro y afuera. No creo que en su diversidad la ciudadanía deje de participar en las siguientes etapas, y antes de verla como una amenaza debemos verla como una oportunidad para tener una constitución reconocida por todos, y de legitimidad indudable, porque ello conduciría a tener una vida pública más rica y estable en la Ciudad de México. Demostraría también nuestro compromiso ciudadano con la democracia, consecuente con el principio de que leyes y gobierno son el poder instituido, y que es el pueblo nuestro único poder instituyente.
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