Cuando a finales del siglo pasado su partido conservador (de los demócratas cristianos) entró en una profunda crisis por donaciones y fondos secretos, no eran los hombres los que iban a limpiar el desorden. En este momento, lejos del poder gubernamental, los demócratas cristianos eligieron a Angela Merkel como su primera presidenta en la historia. Poco sabían los hombres alfa del partido, que esta doctora en física nacida en Hamburgo y crecida en el nororiente del país, no les iba ceder el liderazgo una vez que volvieran a subir las encuestas. Ella, con su estoicismo, su capacidad de compromiso, y su disposición a adaptar su programa político a las mayorías, había venido para quedarse, 16 largos años.
Angela Dorothea Merkel nació como Angela Kasner en 1954, hija de un pastor luterano y una profesora de Latín e Inglés. Poco después de su nacimiento, la familia migró a otro país: Alemania del este. En ese entonces estado con ideología socialista y satélite de la Unión Soviética.
El padre asumió un puesto en un pueblo rural en el nororiente del país. El régimen socialista reprimía a las Iglesias y sus representantes y le prohibió a su madre trabajar como profesora en una escuela.
Angela Kasner fue una estudiante muy buena y empezó sus estudios de física en la ciudad de Leipzig en 1973. Adquirió una maestría en física química y se trasladó a Berlín del este en 1978 con su entonces marido Ulrich Merkel. Luego de 3 años de matrimonio se divorció, pero siguió usando el apellido de su exesposo. Trabajó en el Instituto Central de Química Física de la Academia de Ciencias de la antigüa Alemania del Este ,y se doctoró en física química.
En 1985 conoció a su hoy esposo, el químico Joachim Sauer, quien raras veces forma parte de las delegaciones de esposas que recorren un programa aparte en las cumbres G20 y demás. Tampoco habla a los medios acerca de sus opiniones políticas. Prefiere la vida de científico y aparece en la escena pública en pocas ocasiones, por ejemplo, cuando acompaña a Angela Merkel a una de sus pasiones compartidas: el festival de ópera de Bayreuth.
Hasta la caída del muro, Merkel no fue políticamente activa o formó parte de la oposición política. Pero después de la llamada “revolución silenciosa” que llevó al final de la antigüa Alemania del Este, empezó a trabajar como vocera en el movimiento Despertar Democrático.
Este movimiento se unió al partido de los Cristiano Demócratas de la Alemania Federal (CDU, por sus siglas en alemán), el partido del entonces canciller Helmut Kohl, en 1990. Después de la reunificación de los dos Estados alemanes en 1990, Merkel se postuló como candidata directa para el parlamento alemán en el estado norteño de Mecklenburg-Vorpommern, y ganó su escaño con mayoría. Desde entonces, fue reelegida siete veces.
Su postura política siempre fue conservadora, marcada por el cristianismo. Angela Merkel nunca se consideró una feminista o luchadora por la igualdad entre mujeres y hombres, aunque ocupó el puesto de Secretaria de Mujeres un breve tiempo a inicios de los años 90.
En 2017, en una discusión pública muy rememorada en la cumbre W20, se les preguntó a las participantes quién en el escenario se consideraba feminista. La entonces directora del Fondo Monetario Mundial, Christine Lagarde, y la hija de Donald Trump, Ivanka, levantaron la mano. Angela Merkel no. “¿No es usted feminista?” le preguntaron, y en una de sus respuestas muy “merkelianas” explicó que tal vez había paralelas entre su carrera y el feminismo, pero que “no era activista como Simone de Beauvoir” por ejemplo, y que “no quería adornarse con plumas prestadas”.
Hasta el final de su carrera no definió el feminismo como una fuerza que busca la igualdad entre mujeres y hombres, sino “como un activismo que no era el suyo”. Merkel se posicionaba en contra del matrimonio para todas y todos, en contra de la inmigración y a favor de restringir el derecho al asilo político. En varios discursos, expresó que desde su punto de vista, las y los inmigrantes turcos en Alemania, en su mayoría musulmanes, se habían adaptado mal, y que la integración de esa parte de la población había fallado.
El Partido Demócrata Cristiano tenía entre sus bases políticas el neoliberalismo, la reducción del Estado social, la austeridad, la fe en tecnologías como la energía nuclear, y la oposición a derechos fundamentales de las mujeres como la interrupción del embarazo.
Apenas en 1996, Alemania penalizó la violación dentro del matrimonio. 138 diputadas y diputados de la CDU votaron en contra de la penalización. Angela Merkel y otra parte de su partido votaron con Sí, y junto con los partidos de la oposición se logró el cambio de ley.
A finales de los años 90, el CDU perdió las elecciones contra las y los social demócratas y tuvo que trabajar desde la oposición. Fue cuando el ex canciller Helmut Kohl tropezó con un escándalo de corrupción: su partido había recibido donaciones de más de dos millones de marcos (hoy serían más de 25.8 millones de pesos) sin declararlos.
Durante las investigaciones, Kohl se negó a revelar a sus donatarios, porque había dado “su palabra de honor”. El escándalo promovió su caída dentro del partido y el ascenso de Angela Merkel, quien en una editorial de un periódico se posicionó en contra de su antes mentor.
En este momento crucial para el CDU, se necesitaba de una persona limpia, sin lazos a los quehaceres de círculos influyentes del partido en los años 80 y 90, y se encontró en esta mujer del este de Alemania.
En ese entonces, Merkel no poseía las redes de apoyo dentro del partido como los poderosos gobernadores de estados (la Alemania federal está dividida en 16 estados), pero poco a poco trabajó para obtenerlas. En 2005, logró que el CDU la nominara como su candidata a la cancillería. El partido ganó las elecciones, pero por un margen muy pequeño y sin la opción de formar una coalición con el pequeño partido liberal, como deseaban muchas y muchos cristiano demócratas.
Justo después, Merkel se topó con el machismo arrogante que iba a enfrentar por muchos años más, tanto entre líderes de Estados como entre partidarios y opositores. En un debate televisado, el entonces canciller Gerhard Schröder, perdedor de las elecciones, exclamó:
“¿Cree usted en serio que mi partido aceptaría la invitación a una coalición con ELLA como cancillera?” Pues esto fue exactamente lo que pasó, y Gerhard Schröder pasó a la fila de hombres poderosos que Angela Merkel dejó atrás. Ella aguantó el debate con la mirada fija en el vacío, sin mirar al rival, sin defenderse o cuestionar, pero al final perduró.
Es una de las cualidades que tanto partidarios como oponentes alaban de ella: la capacidad de perdurar, de dar una y otra vuelta de debates, de quedarse en negociaciones de la Unión Europea en Bruselas hasta las seis de la mañana. Pero también la capacidad de buscar el compromiso, y de cambiar su postura política cuando era conveniente y le aseguraba el poder.
Así fue en el año 2011, en el accidente en la planta nuclear de Fukushima, Japón. El uso de la energía nuclear siempre fue muy debatido en Alemania, por la seguridad y los deshechos nucleares que se creaban. Pero el CDU era un firme promotor de las plantas nucleares hasta que el partido de los verdes ganó unas elecciones regionales muy importantes, justo después de Fukushima. Merkel cambió de opinión de la noche a la mañana y anunció el fin del uso de la energía nuclear en Alemania hasta el 2022.
De igual manera, el país trataría de hacer el cambio al uso exclusivo de energías regenerativas. Pasos como estos le ganaron el título de “cancillera del clima”, pero en realidad su partido supo frenar muchos esfuerzos por detener la emisión de gases de efecto invernadero. Un factor decisivo para ello, fue la influencia de la industria automotriz alemana.
Los gobiernos de Angela Merkel no fueron marcados por grandes proyectos de reforma, pero sí por varias crisis que tuvo que gestionar: la financiera del año 2008, que desembocó en la casi salida de Grecia de la Unión Europea; la migratoria del año 2015; y la actual por el coronavirus.
La crisis financiera abrió una vez más la brecha entre los países ricos del norte de Europa, que propagaban la austeridad, y los países no tan ricos del sur de Europa, muy endeudados, como Grecia, Italia y España. El Secretario de Hacienda alemán alegó que era culpa del mal gobierno greco que se habían endeudado tanto, y que las y los ciudadanos alemanes no podían pagar con sus impuestos para la fianza.
Mientras tanto, economistas argumentaban que el daño sería más grande para Alemania, dependiente de sus exportaciones, si dejaba a Grecia salir de la UE, porque se iban a romper los lazos económicos. Merkel fue una de las personas que negoció el compromiso de mantener a Grecia en la UE. Pero los países nórdicos, a cambio de sus créditos, impusieron reformas de austeridad muy duras para Grecia.
En 2015, las consecuencias de la guerra en Siria se hicieron sentir en Europa. Turquía, como país vecino, dejó pasar a un flujo cada vez más grande de personas refugiadas. Familias enteras se aventaban a cruzar el mar mediterráneo en barcos inflables y llegaban a las islas grecas. Largas caravanas emprendieron la marcha desde el sureste de Europa hacia el norte. Integrantes de la UE fueron muy hostiles contra las personas que cruzaron países como refugiadas, Hungría fue uno de ellos. En esa situación, Angela Merkel tomó una decisión que le ganó fama en todo el mundo: decidió no cerrar las fronteras para las personas que venían.
Fue entonces que se produjeron imágenes con trenes llenos de personas llegando a la estación de Múnich, donde las y los refugiados fueron recibidos con aplauso de alemanes que querían ayudar, las caravanas donde algunas personas levantaron pancartas con la imagen de Merkel exclamando que su destino era Alemania, o la selfie de un hombre sirio con la cancillera.
A ella no le gusta que la gente común se le acerque, “no le gusta el baño en la multitud”. Pero en este momento se dejó. Y se mantuvo firme ante las múltiples demandas en su propio partido conservador, y voces derechistas populistas, de introducir una política de mano dura contra las personas refugiadas.
Aún así, la imagen que se creó de la cancillera con los brazos abiertos, quien insistió “lo vamos a lograr”, no coincide con su actuar político. Pocas semanas después de la crisis, su partido restringió severamente las vías jurídicas para que las personas refugiadas trajeran a su familia cercana.
Un punto decisivo fue cuando en Año Nuevo de 2016, en la ciudad de Köln, un grupo masivo de hombres, muchos de ellos de África del Norte, agredió sexualmente a mujeres en la estación de trenes. Este evento fue instrumentalizado por los partidos de la derecha para agitar la opinión pública contra los refugiados, y el partido cristiano demócrata lo utilizó también. Desde entonces, en pocas ocasiones se aceptaban los pedidos de asilo de personas de Afganistán, y se crearon nuevos centros de detención para reenviar a personas refugiadas a los países europeos que habían pasado antes de entrar a Alemania.
La última crisis que Merkel tuvo que gestionar fue la pandemia del coronavirus. En este momento, la población se dio cuenta que era muy bueno tener una mujer científica como lideresa de Estado, una persona que entendía el peligro que proviene de un virus que no se ve, que entendía las curvas de crecimiento exponencial. Ella no manejaba amuletos de la suerte o “inyecciones de desinfectante”. “Esto es serio. Tómelo usted en serio también”, sugirió en un discurso televisado en 2020. Poco después, el país entró en lockdown. Por supuesto, el gobierno no evadió errores en la pandemia, pero el balance general está bien. Y a Merkel parece gustarle la idea de jubilarse pronto.
En un discurso pronunciado en julio de este año en la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos, dijo: “Entenderé que tengo tiempo libre. No aceptaré la próxima invitación de inmediato porque temo no tener nada que hacer y que nadie me quiera ya. En cambio, continuó, quiere tomarse un descanso.
“Y luego tal vez intente leer algo, luego se me cerrarán los ojos porque estoy cansada, luego dormiré un poco, y luego ya veremos donde aparezco”.
A finales de su cuarto mandato (Alemania no tiene restricción de mandatos), una mayoría de alemanas y alemanes quería un cambio e hizo que perdiera las elecciones el Partido Cristiano Demócrata. Pero al mismo tiempo, hasta rivales políticos confiesan: “la vamos a extrañar”.
Merkel, por su parte, demostró su versatilidad una vez más en septiembre 2021. En un debate con la feminista nigeriana Chimamanda Ngozie Adichie, sorprendió el público al decir: “la reina de Holanda me dijo que en el fondo se trata de que mujeres y hombres sean iguales en su participación en la sociedad y en la vida en general. Y en este sentido, hoy puedo decir afirmativamente que soy feminista”. Entre aplausos, añadió que todo el mundo debería ser feminista.
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