A mediados del siglo pasado México, en su calidad de país con economía débil, recurrió al proteccionismo de su mercado interno, y al cierre parcial o total de áreas completas a las importaciones y a la inversión extranjera.
Bueno, mientras el trumpismo reine en Washington se puede dar por difunta la idea clásica de David Ricardo (1772-1823), célebre economista y político británico padre de la teoría de las ventajas comparativas. El clásico sostenía que lo racional para maximizar el bienestar material de cada país y del sistema internacional en su conjunto era el libre comercio. Para ilustrar el punto acudió a un tratado comercial entre Inglaterra y Portugal, y según el cual cada país saldría ganando si echaba mano de sus ventajas comparativas: la aventajada e industrializada Inglaterra podía exportar textiles a Portugal, y éste último surtir de vinos y oporto a los ingleses pues si cada uno de ellos intentaba ser autosuficiente en ambos campos -el enfoque mercantilista- el resultado sería una pérdida neta para ambos.
En la práctica nunca ha habido un comercio global realmente libre. Inglaterra como el país más industrializado del siglo XIX naturalmente apoyó la teoría ricardiana porque le convenía por ser la mayor potencia económica del siglo XIX, pero los jóvenes Estados Unidos no la aceptaron, al menos no mientras estuvieran en desventaja frente Inglaterra. Incluso tras la I Guerra Mundial, cuando los ganadores netos fueron justamente Estados Unidos, pero estalló la gran crisis mundial de 1929, Washington reaccionó a la antigua y aprobó el acta proteccionista de 1930: la Smoot-Hawley Tariff Act firmada por el Presidente Herbert Hoover que, como Trump hoy, pretendió proteger a su país recurriendo a los impuestos a las importaciones. Finalmente, ese cierre relativo frente a la competencia externa no le sirvió de mucho como defensa frente a la crisis. Sólo el New Deal de Roosevelt -un programa que entre 1933 y 1938 aumentó notablemente el gasto público- y la demanda generada por la 2ª Guerra Mundial reactivaron la economía norteamericana.
A partir de la segunda postguerra y el inicio de la Guerra Fría (1947) y con Estados Unidos ya como el centro indiscutible del mundo capitalista, Washington se convirtió en campeón del “amor sin barreras” arancelarias y el libre flujo de capitales privados a través de las fronteras pues su ventaja en ambos campos era enorme. Conviene notar aquí que la libertad de movimiento de la mano de obra a través de las fronteras también era parte de la teoría económica clásica pero que nunca se planteó como política efectiva. Sin embargo, la contratación masiva de trabajadores mexicanos en Estados Unidos, documentados o no, sí se dio en ciertas zonas y actividades intensivas en mano de obra en el país vecino.
A mediados del siglo pasado México, en su calidad de país con economía débil, recurrió al proteccionismo de su mercado interno y al cierre parcial o total de áreas completas a las importaciones y a la inversión extranjera. Ese proteccionismo sí funcionó y fue legitimado ética y teóricamente por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), por el “nacionalismo revolucionario” por sus buenos resultados económicos iniciales: un crecimiento promedio del PIB del seis por ciento anual a lo largo de varias décadas.
Muchos factores pusieron fin en los 1980s al llamado “milagro mexicano” entre ellos la corrupción en su administración, pero, sobre todo, la debilidad del mercado interno y la incapacidad del capital nacional para abandonar su zona de confort y exportar manufacturas. La crisis de ese modelo económico proteccionista coincidió e influyó en otra crisis de igual o mayor magnitud, pero de orden político: la del sistema autoritario priista, donde un proteccionismo electoral ilegal pero efectivo impedía mediante la cooptación y la represión que se expresara de manera democrática el creciente pluralismo de la sociedad.
El surgimiento en los 1980 de una corriente democrática dentro del PRI encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, y el subsecuente y evidente fraude electoral de julio de 1988, combinados con las limitaciones del modelo económico, llevaron a que el Presidente Carlos Salinas optara por dar un gran viraje al proyecto económico y político heredado para ganar tiempo en un esfuerzo por mantener al presidencialismo autoritario reforzándolo con una alianza abierta con una fuerza de derecha: la del PAN. En ese contexto la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte o TLCAN en 1992 significó un auténtico glasnost o apertura económica para usar a la terminología de Gorbachov en la URSS, pero sin su respectiva perestroika o apertura del sistema político.
Hoy cuando la economía mexicana ya funciona según el diseño de los “padres fundadores” del neoliberalismo dependiente mexicano -integrada como nunca a la economía norteamericana- la dirigencia política de Estados Unidos encabezada por Donald Trump sorprende a México y al mundo con un inesperado y dramático vuelco en su proyecto económico nacional y global pues ha anunciado que se propone retornar al proteccionismo y levantar un gran muro arancelario para “liberarse” de la “competencia desleal” de las importaciones baratas. Busca así concentrar sus energías en un gran proyecto de reindustrialización generado enteramente por la iniciativa privada para devolver a la sociedad norteamericana a la supuesta época dorada de la segunda postguerra mundial, cuando Estados Unidos dominaba a Occidente, y abundaban los empleos bien remunerados y dignos.
Sea cual fuere el resultado del trumpismo y de su proyecto MAGA (Make America Great Again), en esa utopía de derecha pura y dura, el Tratado vigente entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) podrá seguir funcionando por un tiempo, pero desde ahora ya carece de vitalidad y de viabilidad. Ante su dependencia económica de una potencia que repentina y unilateralmente abjura de sus compromisos internacionales México está obligado a generar el proyecto económico y político alternativo y de largo plazo donde la integración de nuestro país a la economía norteamericana deje de ser el leitmotive. El Plan México de Claudia Sheinbaum es ya el punto de partida pero en tanto mapa de ruta debe asegurarse un apoyo social masivo y activo, y deberá ser más específico para convertirse en la bandera de auténtica movilización social. El bienestar de los mexicanos y la reafirmación de la soberanía nacional frente a la gran potencia imperial y vecina poco confiable dependen de ello.
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Lorenzo Meyer
Lorenzo Meyer Cossío. Es historiador y politólogo especializado en las relaciones internacionales y en los procesos políticos de México. Obtuvo su licenciatura y doctorado en Relaciones Internacionales en el Centro de Estudios Internacionales (CEI) de El Colegio de México(Colmex), y un posdoctorado en Ciencia Política por la Universidad de Chicago. Es autor, coautor y editor de más de 30 libros de referencia sobre historia y política de México. Tiene distinciones nacionales e internacionales como las de Profesor Emérito del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, Profesor Emérito de El Colegio de México y Premio Nacional de Ciencias y Artes de México en 2011.
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