Un tanto por la andanada de sangre que inunda los medios de comunicación y otro más por el transcurso de las campañas electorales, pero el caso es que en la opinión pública ha quedado relegado a segundo plano un escándalo de corrupción que podría manchar la “honorabilidad” de la banca mexicana –eufemísticamente llamada así, aunque sea propiedad de extranjeros desde hace años–.
Y es que ha trascendido que al menos cuatro instituciones financieras están siendo investigadas por la Comisión Federal de Competencia Económica por una posible colusión en la intermediación de los valores de deuda emitidos por el Gobierno Mexicano. El mercado de estos bonos es equivalente a unos 400 mil millones de dólares y de corroborarse, podría significar que el gobierno mexicano ha estado pagando, por su deuda, tasas de interés superiores a las que existirían en condiciones de competencia perfecta; y dado que éstas sirven de referencia a todo el sistema financiero, esto implicaría que el conjunto de la economía habría estado erogando pagos por réditos por encima de lo normal.
Esto no parece ser algo novedoso en una economía capitalista en la que hasta la moral y la ética se cosifican en aras de la maximización de las utilidades. Marx escribiría que la burguesía “enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar”.
En la historia del capitalismo, múltiples escándalos han puesto en evidencia la ausencia de ética en el comportamiento de grandes corporaciones internacionales. Casos como los de la información financiera falsa que proporcionó Enron durante muchos para poder conseguir crédito, la corresponsabilidad de la firma Arthur Andersen en la adulteración de los estados financieros de la propia compañía energética y los préstamos hipotecarios otorgados por el banco Bear Stearns a miles de deudores sin estudios de riesgo financiero, son sólo algunos que dan cuenta de la debilidad moral del sistema capitalista.
Sin embargo, ¿qué hace diferente la posibilidad de que la banca mexicana se vea envuelta en este hipotético caso de colusión y de perversión ética? Sin duda alguna, el asunto se agregaría al del inmoral FOBAPROA que benefició con recursos públicos a cientos de empresas y banqueros afines al régimen, así como a una lista de personajes que han amasado grandes fortunas con el tráfico de influencias y su cercanía a la clase política.
Si en un país del mundo ha quedado desnudado el hecho de que el “poder público viene a ser pura y simplemente, el consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”, tal como lo diría el ya citado filosofo alemán, Carlos Marx, es en México. La visión romántica del empresario innovador, capaz de correr riesgos y revolucionario de las formas de organización de la producción, está alejada de la realidad del pequeño grupo de burgueses que se concentran en las altas esferas económicas del país.
En México, las grandes fortunas de los empresarios más poderosos no serian explicables sin la intervención del aparato público estatal como el gran orquestador de un sistema inmoral de beneficios y estímulos que han pervertido la idílica competencia perfecta que describirían los economistas clásicos.
Por ello es que este caso de posible colusión de los intermediarios financieros de la deuda soberana del país, no sólo es una muestra del permanente riesgo moral que hace proclive a la clase capitalista a asumir comportamientos ilegales; sino también un pequeño bocadillo de un guiso aderezado con corrupción, que bien podría llamarse burguesía a la mexicana.

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