En 1973, Salvador Allende, presidente socialista de Chile, fue asesinado en el Palacio de la Moneda, por el golpe de Estado que dio lugar a la dictadura de Augusto Pinochet. Debido a la persecución y represión en contra del movimiento popular, México recibió a ciudadanía chilena exiliada, entre los que estaba la primera dama, Hortensia Bussi.
A Hortensia Bussi se le debe reconocer más allá de un papel de «primera dama» o viuda, sus viajes por el mundo permitieron conocer las violaciones a derechos humanos vividas en Chile; ella al igual que las mujeres chilenas se convirtieron en parte de la resistencia contra el régimen militar.
Durante las campañas de Salvador Allende, Hortensia colaboró como parte de su equipo y tuvo un acercamiento con los trabajadores, mujeres, jóvenes y niños del país. En 1970, su esposo asumió la presidencia y ella se convirtió en la primera dama. El mandato de Salvador Allende en la historia de Chile fue recordado por ser el primer gobierno socialista latinoamericano y democrático que estuvo marcado por reformas sociales y económicas orientadas a distribuir la riqueza en el país. Por lo que, se enfrentó a diversos sistemas multipartidistas de oposición.
De acuerdo con la filósofa Fernanda Navarro, quien acompañó a Hortensia en sus viajes por el mundo, en entrevista con La Jornada, el primer destino que visitó fue Estados Unidos, lugar que estuvo relacionado con los “golpistas chilenos” y considerado como el “país enemigo”.
El día del golpe de Estado, la casa de Hortensia fue bombardeada por aviones de la fuerza aérea y más tarde tuvo que trasladarse a Valparaíso para enterrar los restos de su esposo. “No me van a ver llorar” declaró Hortensia en su documental refiriéndose a ese día. Después gritó “Aquí enterramos a Salvador Allende, presidente de Chile”, en medio de un entierro que estaba transcurriendo en silencio y a escondidas.
Fue hija del oficial de marina, Ciro Bussi Aguilera, y de Mercedes Soto García. Después de la muerte de su madre, “Tencha”, como solían decirle de cariño, ocupó un papel importante para sus hermanos, ya que al ser la mayor procuró su bienestar. A una edad temprana, se mudó a Santiago para estudiar como profesora de Historia y Geografía. Conoció a Salvador durante el terremoto de Chillán en 1939 y se casaron en 1940. Más tarde tuvieron tres hijas: Carmen Paz, Beatriz e Isabel.
Algunos de sus allegados comentaron en el documental “Tencha”, dirigido por Carmen Luz Parot, que Hortensia fue una mujer culta, inteligente, políglota, de carácter “fuerte” y adelantada a la época. Dentro de sus intereses albergaba los libros literarios y una buena conversación con café. Además, fungió como anfitriona durante comidas conde invitaban a los actores, pintores, intelectuales y políticos del país en donde impartía sus opiniones.
México recibe a Hortencia Bussi
De acuerdo con el artículo ‘Los anfitriones del exilio chileno en México, 1973-1993’ de Claudia Fedora Rojas Mira, antes del golpe de Estado, ya existía una estrecha relación entre ambos países que inició con intercambios culturales hasta trascender con la visita de Luis Echeverria a Chile y de Salvador Allende a México.
Además, el gobierno mexicano ya había realizado esfuerzos de acercamiento con ayuda humanitaria en el terremoto de Chile en 1971, el apoyo en la III Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, y un préstamo económico para el país. Sin embargo, ambos países compartían el deseo de la transformación social y el antiimperialismo.
A partir de este episodio en la historia de Chile, varios estados de los cinco continentes decidieron refugiar a ciudadanas y ciudadanos chilenos, entre los que destaca México con una política de solidaridad que ya se había consolidado en los años sesenta.
El asesinato del presidente Allende, conmovió a la población mexicana y provocó un rechazo por la Junta Militar. Los exiliados chilenos llegaron a la Ciudad de México por medio de dos vías: el aislamiento diplomático la Embajada de México en Santiago y su expulsión después de permanecer prisioneros en la cárcel o campos de concentración.
Sin embargo, en el caso de Hortensia Bussi, el presidente Echeverria solicitó al embajador Gonzalo Martinez Corbalá también se enviará un avión para traerla junto con otras personalidades de la izquierda chilena, según documentó el escritor mecano José Agustin en su libro Tragicomedia mexicana II.
Según información del Archivo General de la Nación, cuando Hortensia llegó a México fue recibida por funcionarios del gobierno mexicano en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México junto a otros exiliados. Además, los acogieron en el Salón Oficial en donde se atendían asuntos diplomáticos en presencia de líderes de gobiernos estatales, partidos políticos y de la iglesia católica.
Después dió una conferencia de prensa agradeciendo los esfuerzos del presidente Echeverría y del embajador Gonzalo Martinez por la bienvenida y el recibimiento de los exiliados chilenos. También comentó el episodio en el Palacio de la Moneda y la muerte de su esposo Allende.
“Hoy termina mi exilio, un exilio injusto e inhumano” declaró Hortensia a las televisoras de Chile el 28 de septiembre de 1988. La población la recibió con flores y pancartas donde le daban la bienvenida a la primera dama. A pesar de su historia de lucha, es poca la documentación que se tiene sobre su trabajo político alrededor del mundo, lo que no ha permitido que sea olvidada en la historia.
La memoria de las mujeres chilenas y el «Nunca+»
En la víspera de la conmemoración del golpe militar en 2023 contra Salvador Allende en Chile, la columnista Lucía Melgar, recordó en un texto cómo miles de mujeres de negro, iluminadas con velas, rodearon el palacio de la Moneda en un acto simbólico de memoria, defensa de la democracia y repudio a la política de terror que por más de 15 años enlutó al país. La memoria viva encarnada en mujeres de distintas generaciones fue un recordatorio de los daños de la brutalidad militar sobre los cuerpos, el espíritu y la palabra.
Es también una advertencia contra la mentira, la distorsión de la historia y el olvido selectivo en estos tiempos de noticias falsas y discursos extremistas polarizantes.
Al impacto del silencio alrededor de la Moneda, siguió esa misma noche el poder de la palabra colectiva, en denuncia y rechazo de los crímenes de la dictadura: “Nunca+ la palabra silenciada”, “Nunca+ cuerpos torturados”, “Nunca+ mujeres secuestradas y violadas”, “Nunca+ niñas robadas”, “Nunca+ cuerpos torturados”, “Nunca+desaparecidos ni ejecutados”, “Nunca más búsqueda sin respuesta”.
Estas y otras exclamaciones, que sintetizan el miedo y el dolor, el acallamiento y la fragmentación social de decenas de miles de personas exiliadas, torturadas, asesinadas, desaparecidas; el desgarramiento de familias mutiladas y poblaciones aplastadas, el trauma de una sociedad amordazada y desmovilizada, resuenan con particular vehemencia hoy en un país donde 30 años de democracia no han bastado para suturar heridas y divisiones, donde persiste cierta admiración por el caudillo local y la ultraderecha ha ganado seguidores.
En un mundo donde resurgen (o han cobrado fuerza) voceros neofascistas que ofrecen falsos paraísos a los insatisfechos de la democracia, donde líderes iluminados reproducen, como en los años 70, promesas de “salvación” contra la incertidumbre y la desesperanza del presente, es preciso recordar que el gobierno militar transformó a jóvenes conscriptos de 18 años en verdugos de otros jóvenes, impuso la tortura como profesión a cientos de personas, salpicó ciudades y campos de centros de detención y muerte, justificó la saña y la deshumanización contra sus “enemigos”, así estigmatizados por apoyar a un régimen legítimo, por defender sus ideas y el derecho a vivir en libertad.
Contra las versiones que restan importancia a la intervención estadounidense y resaltan, en cambio, la visita de Castro a Chile en esos años de guerra fría, es importante recordar que el propio embajador de EU reconoció (después) que Nixon quería “hacer chillar” la economía chilena y que, ya en dictadura, Kissinger se encargó de frenar cualquier queja por la violación masiva de derechos humanos. El manto de impunidad sobre quienes favorecieron y apoyaron el golpe, sobre Pinochet y los agentes del terror, no debe confundirse con justificaciones históricas. El peso de esos crímenes sin castigo forma parte del legado envenenado de los regímenes dictatoriales en América Latina: los anhelos de justicia quedan siempre en el aire.
Aunque la justicia poética y la verdad sin reparación no basten, la persistencia y la esperanza desesperanzada de quienes vivieron esos años de miedo y angustia resuenan en viejas y nuevas voces.
Contra el militarismo, la impunidad y el discurso engañoso, canciones, novelas, documentales y obras artísticas hilan memoria y verdad. Nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia responsabilidad ante el autoritarismo, la mentira y la manipulación del presente y del pasado.
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