6/12/2009

Michael Moore y el caso de la General Motors: ¿Se avecina el fin del capitalismo?


Pedro Prieto y Manuel Talens
Rebelión y Tlaxcala

“El arma de la crítica no puede reemplazar a la crítica de las armas,pero se hace revolucionaria cuando se apodera de las masas.”Karl Marx, Introducción a la Crítica de la Filosofía Hegeliana del Derecho Estatal

Introducción: El hombre que opina demasiado

El pasado mes de octubre de 2008, tras la victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales de su país, Michael Moore publicó una
carta sonrojante para pregonar su felicidad. Uno de nosotros la tradujo, pero le añadió un epílogo con el objetivo de marcar distancias. En aquel epílogo se leía lo siguiente: “Michael Moore es un autor muy querido en estas páginas. Básteme decir que sus diatribas contra las canalladas de todo tipo que comete su país alcanzan aquí cifras espectaculares de lectura. A mí, personalmente, me parece un personaje simpático, ingenioso, buen cineasta comprometido y mediano escritor, pero siempre me deja con la sensación de no llegar al fondo en sus análisis políticos, pues por muy a contracorriente que parezca su obra y por muy a la izquierda que se lo sitúe en la farándula usamericana, creo que fuera del ámbito imperial no pasaría de ser un lúcido socialdemócrata.”

Aquella descripción nos sigue gustando. Además, sus películas son refrescantes y divertidas y tienen la ventaja de fustigar situaciones que en su país son moneda corriente, mientras que en el resto del mundo producen vergüenza. Sobre todo porque no es normal que en el vergel de la democracia, de la libertad, del nosotros el pueblo y demás vaguedades, a uno puedan fácilmente descerrajarle un tiro en un mal día, y todo a causa de esa cuarta enmienda que permite comprar un pistolón a quien le apetezca (a muchos allí les apetece); o negarle a una anciana atención médica en un hospital por el hecho de ser pobre. A Michael Moore no le gustan esas cosas. Por eso las condena con imágenes. Tampoco le gustó nunca el tramposo de George Bush y no dudó en ridiculizarlo en una película. Más tarde, para sacarle de nuevo los colores, organizó una caravana de ayuda a Nueva Orleans cuando el Katrina. Es un buen tipo.

Pero escribe demasiado y a veces habla por hablar, como cuando en su libro
¿Qué han hecho con mi país, tío? [Dude, Where’s My Country, 2005] se le ocurrió “designar” a la presentadora de televisión Oprah Winfrey como candidata ideal para llevar al país a la tierra prometida desde el Despacho Oval. No estamos bromeando, vayan y lean. Eso es lo que tiene opinar de cualquier cosa: las carencias terminan por salir a la luz, porque no es posible saber de todo. Pero a Michael se le perdonan, es como el pariente gordinflón que uno tiene en la familia y que a veces se pasa de gracioso. Los sitios web de izquierda alternativa se lo rifan.

Hace unos días volvió a opinar de lo que no sabe. En Rebelión, cuando leímos el original inglés, “
Goodbye, GM”, hubo apuestas sobre cuánto tiempo pasaría antes de que en algún lugar apareciese en español. Ganó la apuesta que vaticinó 48 horas, pues eso es lo que tardó La Jornada en traducirlo: “Adiós, General Motors”.

Con todos los respetos, nosotros dos creemos que el bueno de Michael se equivoca en las fabulaciones que allí cuenta y eso es lo que trataremos de explicar a partir de este punto y aparte

El Imperio en el corazón

Moore inicia bien su relato. El certificado de defunción de la General Motors le sirve para hacer un recorrido por los cien años de historia de este emblema del capitalismo. Y no oculta su alegría por el acontecimiento: “…me siento rebosante de –me atrevo a decir– júbilo”. Es normal, ninguna persona bien nacida debería morir sin asistir al batacazo de al menos un enemigo del pueblo. Añade luego otros tres párrafos introductorios y, a partir de ahí, entra en faena. Pero esta vez ya no se trata de tirar cohetes por la llegada de Obama, sino de darle consejos de política económica: “…solicito que se preste honrada y sincera consideración a las sugerencias siguientes…”.

Y comienza recordando el pasado, cuando en 1942 el presidente Roosevelt transformó la industria automovilística en armamentista y la General Motors se puso a construir aviones, tanques y ametralladoras. Y entonces a Michael se le escapan un par de afirmaciones que invitan a reflexionar: “Todo el mundo participó. Los fascistas fueron derrotados.” Vaya, vaya, nuestro hombre no se sale ni un milímetro de la línea oficial, según la cual aquella guerra fue contra el fascismo, no un juego a cuatro bandas de poderes imperiales, cada uno de ellos con sus propios intereses bien calculados. Cualquiera diría que se ha creído el sofisma de que su país entró en la contienda para salvar la democracia. Como si el auténtico enemigo de Roosevelt hubiera sido Hitler, no Stalin. La verdad es que a Usamérica le salió tan bien la jugada que luego pudo escribir la historia a su medida y Michael ni siquiera la pone en duda. Pero, en fin, pelillos a la mar, no es este detalle el que nos interesa aquí, por mucho que demuestre que el corazón de todo inconformista usamericano guarda siempre un rinconcito donde el Imperio dormita agazapado.

Michael Moore, que trabajó en la industria del automóvil antes de hacer cine, se muestra inquieto por el futuro de las gentes de su pueblo, Flint, situado en el epicentro del otrora poderosísimo sector de la industria automotriz, hoy casi convertido en aldea fantasma. Y empieza a enumerar su lista de consejos al presidente Obama: “No pongan otros 30 mil millones de dólares en las arcas de GM para fabricar automóviles. Usen ese dinero para mantener empleada a la actual fuerza de trabajo –y a la mayoría de los que han sido despedidos– para que pueda construir los nuevos modos de transporte del siglo XXI. Que el trabajo de conversión empiece ahora mismo.”

La única forma de salvar a General Motors es dándole muerte - Foto Ap

¿Una crisis económica?
Aquí arranca la primera distorsión. Michael Moore se resigna a que su gobierno haya tirado al retrete una cantidad ingente de dinero. Pero le parece inaceptable que Washington repita el mismo farol en esta jugada de póquer industrial y la General Motors siga fabricando más de lo mismo: automóviles con motor de combustión. Cabría entonces preguntarse –él no lo hace, pero nosotros sí–: ¿De dónde carajo provienen esos 30 mil millones de dólares? ¿Acaso existen? Es evidente que cuando alguien controla la máquina de imprimir papel con curso legal, la existencia de ese dinero es un hecho, ya se trate de billetes verdes, de bonos del Tesoro, de pagarés o del aval del Estado. Así que reformularemos la pregunta: ¿Acaso esos 30 mil millones de dólares representan alguna riqueza tangible? La respuesta es que no, son puro humo.

Según cálculos recientes, la suma de las
deudas federal, estatal, municipal, corporativa y privada de ese país asciende a más de 48 billones de dólares, es decir, a cuarenta y ocho mil millones de millones (sí, con 12 ceros después del 48). Por pura curiosidad, dado que al común de los mortales le resulta difícil imaginar cuánta guita es eso, añadiremos que, depositados como un multikilométrico fajo de billetes de 1000 dólares a lo largo del espacio en línea recta, los 48 billones alcanzarían para cubrir la distancia entre Nueva York y Los Ángeles… y aún sería posible seguirles el rastro por sunny California hasta Tijuana. Ésa es la deuda de Usamérica, la que por contrato tiene que pagar con intereses. Cada persona de ese país –mujer, varón, niño o anciano– nace y vive con una deuda de 183.000 dólares a las espaldas.

Artículo relacionado: “Adiós, General Motors” (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=86861).
Pedro Prieto es editor del sitio web
www.crisisenergetica.org. Manuel Talens es miembro de www.rebelion.org y www.tlaxcala.es.


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