4/22/2017

De opinión pública, trolls y perpetuación de la violencia


El límite entre “una humilde opinión” y la vulneración del otro

lasillarota.com

Hace unos días leí que lo que está de moda ahora no es el debate sobre algún tema particular, sino el linchamiento público en el espacio digital: acosar a alguien en sus redes sociales de manera privada y pública hasta que desista de su opinión, la niegue, guarde silencio, o se retire de dicho espacio por tiempo indefinido. Lo curioso es que esto lo leí en un contexto de defensa al derecho de cierto personaje misógino (a quien ni queremos nombrar para no alimentar más su protagonismo cínico) a “emitir su opinión”, en este caso, respecto a las mujeres que han sobrevivido a una violación. Entonces, la pregunta que se lee por todos lados, y que se escucha en las conversaciones comunes con amistades y familiares es: ¿Y dónde queda la libertad de expresar una opinión?

Para intentar responder a tan decepcionante cuestionamiento (disculpen ustedes, pero en mi humilde opinión, es decepcionante que temas como la existencia del acoso o la violación tengan que ponerse a debate, cuando deberíamos ya estar gestionando acciones para erradicarles) habrá que tratar de definir, sin irnos a complejidades conceptuales-teóricas y por puro sentido común, que la opinión sería el conjunto de ideas o juicios que se tienen respecto a una persona o situación específica. La libertad de expresar esta opinión es uno de los derechos humanos protegidos por la Declaración Universal de 1948 y por las leyes democráticas de un Estado.

Esto supone, a la sazón, que cualquier persona tiene derecho a expresar su opinión sin ser objeto de censura o acoso: libertad de expresión, le llaman. No obstante, si la opinión incluye información falsa, incompleta, descontextualizada y mal intencionada, sí puede ser sancionada o enfrentar algún tipo de cargo si se le demandara social o legalmente. “¿Y dónde queda mi derecho a opinar?” preguntan tristemente los trolls violentos que minimizan cualquier expresión de indignación que ponga en peligro sus privilegios.

Si nos vamos a lo legislativo tenemos que, las opiniones que incitan a la violencia, promueven el crimen, estimulan actos discriminatorios y hacen apología del odio, es decir, opiniones que le dicen a los violadores que está muy bien lo que hacen, que están en su derecho, que lo que hacen es normal, que se ha hecho siempre y se va a seguir haciendo. Eso, aquí y en cualquier lugar donde haya el mínimo de humanidad, sentido común, reglamentos y leyes, excede los límites de la libertad de expresión a la que tanto aluden.

Por supuesto que las personas tenemos derecho a pensar distinto, a expresarlo, a cuestionar aquello en lo que no creemos o que no coincide con lo que sabemos-conocemos, y no vivir acoso u ofensas por ello. Pero ojo con la intención de estas opiniones o cuestionamientos que en todo caso, tendrían que ser para enriquecer un punto de vista y no para humillar, minimizar, ridiculizar y burlarse del mismo.

Si hay algo positivo en el acceso, un poco más democrático, a la libre expresión por medio del uso de plataformas digitales y redes sociales, es que el espacio público, ahora digital, tiene la posibilidad de politizarse, ser crítico, abrirse al debate, la deliberación y la comunicación. No obstante, este acceso también nos muestra los puntos débiles de nuestra sociedad, nos damos cuenta de qué es lo que importa, lo que indigna, lo que da risa o no es tomado en serio, cuál es el pensamiento y discurso imperante respecto a ciertos temas, y cuáles son las maneras más normalizadas de violencia, segregación, expresiones de racismo, sexismo y clasismo que vienen de la idea de que “el otro”, “la otra”, son seres inferiores por cuestiones de raza, género, clase, capacidades u otras condiciones de existencia.

Las expresiones “sólo es mi opinión” o “¿dónde queda mi derecho a opinar?” se han convertido en la manera más común de violentar, deslegitimar e invalidar cualquier postura que no favorezca al violentante. En los casos específicos de posturas públicas frente al acoso sexual y la violación, no es difícil detectar el rechazo a las experiencias que son narradas por quienes realizan una denuncia, su descalificación y desprecio como algo que no es importante y la necesidad de exponer públicamente lo mal que está esa manera de pensar, de existir, de vivir. Aquí es donde esa tan nombrada libertad de expresión se desvirtúa en acoso, violencia y revictimización en contra de quienes se han atrevido a denunciar o manifestar su desacuerdo o experiencia respecto a la violencia de género.

Cuando un personaje, comunidad, grupo o sujeto se encuentra situado en una posición privilegiada en cuanto a género, raza, clase, así como acceso a la información y a la opinión, y desde esa postura se dedica a descalificar lo que no es igual o la experiencia en la que no se reconoce, gracias a sus privilegios, está violentando. A estos actos, habrá respuestas de indignación, sin duda alguna, y déjenme decirles que eso no es un linchamiento (toda vez que para quien agrede no significa un castigo), sino una expresión genuina de las personas que consideran su dignidad afectada.

La invitación entonces, no es necesariamente a cambiar sus posturas, ni a quedarse atrapados en la espiral del silencio. La invitación es a que, antes de emitir una opinión, y si es que en verdad busca comprender, debatir y enriquecer sus reflexiones respecto a un tema, usted se informe y se sitúe en la experiencia de las y los subalternos. El llamamiento es a dejar de revictimizar a quienes viven uno o varios tipos de discriminación o violencia y son más vulnerables a sufrir crímenes de odio. La impresión que usted da cuando defiende actos y argumentos de odio es que las personas denunciantes mienten o exageran, y que su experiencia no vale porque no es como la de usted.

Deje de defenderse de ellas como si la denuncia de estas expresiones y actos de odio fuera peor que el abuso, acto, crimen o expresión en sí. Deje de villanizar y equiparar el acto de denunciar y mostrar indignación con el acto de violentar o linchar. Deje de justificar las opresiones y pregúntese en qué parte de esas estructuras de poder se encuentra usted. No para darse golpes de pecho y culparse, sino para reconocer las problemáticas de raíz, movilizar conciencias, trabajar en otras maneras de luchar contra todo aquello que nos divide y nos aleja más de ser sujetos activos y generadores de los cambios sociales que tanto necesitamos en lo individual y en lo colectivo. Y luego, entonces, abrir el debate, la deliberación y la comunicación.


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