12/25/2008

Lo que el 2008 nos dejó


Ricardo Rocha
Detrás de la Noticia

No fue un buen año

Mientras el mundo cambia, aquí seguimos aferrados a un esquema que en 26 años nos ha dado un raquítico crecimiento

No fue un buen año. Algunos dirían que para el olvido. Pero eso no será posible. Habrá mucho que recordar aunque sea ingrato. Esta semana intentaré un ejercicio de reflexión crítica sobre lo mucho de amargo y lo poco de dulce que nos dejó el 2008 que termina. No pretende ser un recuento exhaustivo. Acaso un rescate del olvido de algunos de los acontecimientos que nos marcaron.
Para empezar, el catarrito del doctor Carstens. Que ejemplifica toda la displicencia insensible con que el gobierno calderonista fue sorprendido por una crisis económica largamente anunciada y apresuradamente minimizada. Y es que, aun en el entendido de que era inevitable, está claro que sus efectos pudieron ser atenuados y que podríamos haber paliado algunos daños mayores. Si se hubiera actuado a tiempo. Pero no fue así. El país ha estado en vilo y el gobierno demasiado ocupado con su guerra al narco como para advertir una crisis que crecía incesantemente en el horizonte. Sin atender a los signos, más que evidentes, nos dejamos atrapar en una tormenta perfecta. La mejor muestra de insensatez es que todavía hoy, a estas alturas, el gobierno ha sido incapaz de presentar un plan de choque, una estrategia y mucho menos una gran convocatoria económica y política para hacer frente a los tiempos más aciagos de las décadas recientes. Por eso nos embarga una sensación de pérdida en el año que se va y una desgracia anticipada en el umbral del que viene.
Tal vez por esas zonas de oscuridades refulge todavía más un acontecimiento impensable hasta hace poco: el todavía más poderoso país de la tierra elige a un presidente negro. Y lo hace no a pesar de haber generado la crisis, sino porque allí se engendró la crisis. De tal manera que asistimos no sólo a una quiebra de hipotecarias, bancos y gigantes empresariales sino a un quiebre del modelo económico y a un cambio brutal de paradigmas. Así, la elección de Obama significa también el hartazgo ante un modelo de neoliberalismo a ultranza, de capitalismo salvaje y de dictadura del mercado. Un modelo que —dicho incluso por los mandamases del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional— ya no se sostiene. Que rompió sus propios límites. Y que explotó con sus mismas y gigantescas burbujas de especulación. Por eso, al votar por Obama en Estados Unidos —y virtualmente en buena parte del mundo— se optó no sólo por un candidato carismático sino por la posibilidad de la diferencia. Y ciertamente el mundo occidental está ya revisando ese modelo caduco y el propio Obama conforma un gobierno innovador donde seguramente habrá más Estado y menos mercado.
Pero, mientras el mundo cambia afuera, aquí adentro seguimos aferrados a un viejo esquema neoliberal que en 26 años nos ha dado un raquítico crecimiento promedio de apenas 2.5% y que en lo único que ha sido eficiente es en la producción de cada vez más pobres. No se ve por ahora ni el menor intento por revisar a fondo nuestro modelo económico para atrevernos a buscar una alternativa mexicana propia.
Por desgracia, quienes debieran empujar estos cambios se encuentran demasiado ocupados en sus batallas internas. Este año que termina la izquierda mexicana vivió una de sus etapas más autodestructivas. El partido que supuestamente la representaba se desgarró en unas elecciones marcadas por las trampas y las sospechas. Así que ahora los convocantes de multitudes andan sin membrete, mientras los solitarios ocupan el edificio, disponen de los dineros y gastan en anuncios donde aparecen muy modositos.
Ni ellos ni ningún otro partido tiene prisa por el país. Lo único que les preocupa es el reparto de cuotas para la rebatinga que viene. Pero de algo más de lo que nos dejó el 2008 y lo que nos depara el 2009 me ocuparé en próximas entregas. Por lo pronto, reciban por favor mis más sinceros votos por una Navidad muy feliz.
La guerra contra el narco es una historia mal contada
Es tal el caos de la violencia que lo más destacado del año son las frases de dos ciudadanos agraviados
La guerra contra el narco es una historia mal contada. Como si empezaras con el último acto y concluyeras con el primero. Por eso nadie cree la versión oficial de que vamos ganando cuando testimoniamos cada día un nuevo baño de sangre por las balaceras entre narcotraficantes con policías y tropas. Cuando son incesantes las ejecuciones masivas, los levantones y los descabezaderos en todo el país. Cuando el mapa de esta violencia irracional —antes focalizado en algunas zonas— se extiende ahora a todo el territorio. Cuando todavía hace poco los soldados le meten cuatro balazos por la espalda a una mujer por pasarse un retén en Escobedo, Nuevo León. Menos peor que cuando los militares mataron a una familia completa en Sinaloa.
Cómo creer que vamos ganando si todos los órganos policiacos y de justicia están infestados de empleados del crimen organizado que trabajan oficialmente como jefes en la Procuraduría General de la República y en la Secretaría de Seguridad Pública federal. Si quienes se encargan de capturar a los capos de la droga se ocupan en realidad de darles los pitazos sobre las operaciones en contra de ellos. Si cuando los llegan a detener, aunque sea por casualidad, los dejan escapar rápidamente. Si los agentes encargados del combate al secuestro no sólo son cómplices de los criminales, sino de plano ejercen de secuestradores.
Cómo creer que vamos ganando si la famosa Operación Limpieza se limita hasta ciertos niveles del organigrama y ya no más arriba por decreto presidencial. Si esa limpia que se pretende hoy debió haber sido al principio como requisito fundamental para una batalla en serio. Y no ahora que todo está podrido. La obra de teatro patas pa’rriba.
Una guerra sin honra en la que en el mismo año que se va hizo su aparición un elemento inédito: el terrorismo. Y es que las granadas de Morelia estremecieron no sólo la plaza el 15 de septiembre, sino todo el andamiaje institucional en esta contienda absurda en la que nadie sabe dónde están los buenos pero sí dónde están los malos. En ambos bandos, por supuesto. Por esto tantas versiones contradictorias sobre los bombazos. Ninguna convincente sobre los responsables. Aunque ahora también circulan otras francamente estremecedoras y perversas sobre los verdaderos autores intelectuales.
Es tal el caos de la violencia que lo más destacado del año son las frases de dos ciudadanos agraviados por una delincuencia cada vez más cruel e impune. Primero, el empresario Alejandro Martí, cuyo hijo fue secuestrado y muerto en un crimen en el que participaron agentes oficiales y que generó tal corriente de furiosa opinión pública que obligó a un Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad. Un acto en el que el bombo y el platillo se acallaron ante la frase atronadora de Martí: “¡Si no pueden, renuncien!”.
Inmediatamente después, otro drama mediático en el que la frase recordable es todavía más contundente: “¡Eso es no tener madre!”, expresada por el ex director de la Conade y también empresario Nelson Vargas. Un hartazgo verbal dirigido a la ineptitud de las autoridades que durante más de un año fueron incapaces de un solo avance en el caso del secuestro de Silvia Vargas Escalera, una joven llena de bellas promesas y cuya vida fue truncada por una aparente impericia de sus captores. Como si ahora se necesitaran criminales expertos.
En suma, un año manchado por la sangre y sumido en la amargura. En el que lo único rescatable son nuestras todavía no perdidas capacidades de indignación y asombro.

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