11/03/2011

Semana de muertos


Carmen Boullosa

1. PORTAZO NOBLE A LA SUEGRA:

Justo al salir de un elevador del MOMA, hay un Georgia O’Keefe que representa la puerta de la casa de campo de los Stieglitz, su familia política. Es la puerta de la casa de la suegra. A Georgia O’Keefe no le gustaba visitar esa casa. Su marido era Alfred Stieglitz, gran fotógrafo, y excepcional coleccionista –su papel como promotor del arte “nuevo” es único, fundó y mantuvo la icónica galería 291 (imprescindible recordar ligados a ésta, y a su revista, a Marius de Zayas, el veracruzano, y a Paul Haviland, el parisino, y también traer a la memoria que sin ellos no sería posible imaginar al MOMA) (estos días el Met exhibe la colección de Stieglitz, por cierto).

Al representar la puerta de acceso a la casa de la suegra, Georgia O’Keefe honra la tradición en orlas pintadas sobre el vano -era una casa antigua-, y explora nuevos territorios artísticos en las formas severas y los colores uniformes del lienzo.

Imposible rastrear en esta pintura alguna seña del desagrado. Todo lo contrario: nos abre, con serenidad, caminos a una nueva manera fértil de entender el arte, y por lo tanto de percibir la vida. El color, la armonía, la tensión invisible, el rechazo a seguir la moda o un patrón. De su “sentimiento”, de lo que la casa le provocaba -o ignorándolo-, la genial O’Keefe creó una obra radiante, única.

¿Cómo es posible que esta artista haya construido en donde hubo una pequeña mala pasión personal esta joya de arte universal? ¿Por qué no descartó simplemente la casa de los parientes políticos “detestables”, borrándola de la memoria?

En lugar de levantarles un monumento de rencor o burla, o de externar su desagrado, la artista reelaboró.
¿Metáfora del trabajo artístico, o lección de convivencia? Las dos. Tal vez con ella es posible empacarlas juntas.

2. YO SOY TU CALAVERITA

Escribe el poeta Aurelio Asiain en Twitterlandia-: “Yo soy la ofrenda”.

Su frase me trajo a las “calaveritas” de azúcar de la infancia, adornadas y con nuestro nombre, que viajaban del mercado hacia el altar de muertos. Lo usual una vez al año era comprarnos, junto con otros seres queridos (buscábamos en las calaveritas los nombres de hermanos y amigos), después nos poníamos como ofrenda a nuestros propios muertos, junto con comida, cigarros, juguetes, lo que los muertos hubieran apreciado en vida. Éramos parte de sus deseos. Eso nos honraba.

Hay algo de juego en esta tradición. Como en todo juego, hay una corriente profunda de verdad en el rito. No hay vivo que no se deba, se consagre de un modo o de otro a los muertos.

Por años me han obsesionado estas “calaveritas de azúcar”. Los prehispánicos no las elaboraban –no fabricaban azúcar-. El azúcar llegó con los esclavos negros. Los negros fueron muchos durante los años de la Colonia española. Los hemos borrado. Son nuestros muertos festivos, los que no se ven, los que no están, los que nos alimentan sin que les debamos nada a cambio. Los africanos no sólo nos dejaron las calaveritas: los tejianos y los gringos que nos veían como un país “oscuro”, estaban en lo correcto: México (por suerte) es tan indio como negro, tan de raíz prehispánica como africana, esto incluyendo a los disfrazados moriscos que no podían revelarse como tales.

Me ha intrigado durante años de mi vida adulta la combinación de ingredientes presente en las calaveritas: 1. los negros fueron un porcentaje importante de la población, y no están en nuestra memoria; 2. se colaron a nuestro pesar en un objeto que es considerado apócope de la mexicanidad: el azúcar es la negritud mexicana; 3. son el tzompantli que incorpora nuestro ingrediente africano, para bien: en lugar de clavarse en un muro con piel y cabello humano, decide ser parte de la fiesta.

Prueba de la riqueza de nuestra tradición varia, la calaverita de azúcar nos recuerda un ingrediente perdido. Nos trae un eslabón no sólo perdido sino ardiente.

Nos recuerda, también, que México se fundó como una patria antiesclavista. No sobra recordárnoslo.
Racista de nosotros mismos, tal vez explique algo nuestro presente.

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