7/03/2012

Esto no se acaba hasta que se acaba

Alejandro Encinas Rodríguez
  • (Candidato a senador por el Estado de México)
    La premisa básica de los sistemas democráticos modernos, parte de los principios de equidad, legalidad, transparencia, imparcialidad y certeza en los procesos electorales y sus resultados.
    La creación del Instituto Federal Electoral respondió a la exigencia social que, ante el agotamiento de un régimen autoritario donde el gobierno controlaba los órganos electorales, pugnó durante décadas por una verdadera apertura y democratización de las instituciones políticas del país.
    Las reformas electorales de los últimos años buscaron dotar de autonomía y fortalecer a las autoridades electorales y garantizar el ejercicio de los derechos políticos de los ciudadanos, entendiendo que la imparcialidad es el principio máximo en el diseño de instituciones electorales democráticas.
    Pese a estos avances, asistimos a un proceso que registra un vuelco a las viejas prácticas de control político sobre un amplio sector de la población carente de solvencia económica, que subordina su iniciativa a las prácticas clientelares del gobierno, y a la creciente ascendencia de las elites del poder que, a través de la manipulación de la información que emiten los medios de comunicación y del dinero, se han constituido en un metapoder por encima del gobierno y los ciudadanos.
    Los medios difunden su agenda de prioridades, generan información selectiva para impulsar lo que en psicología se llama, “ilusión de la verdad”, que es el cambio de la percepción a través de simulación y manipulación. Coloca marcas y productos en el mercado, convierte el debate político en mercadotecnia publicitaria, induce encuestas y programas de opinión, se erigen en gran elector al favorecer a un candidato sobre el que promueve encuestas y resultados antes de que ciudadanos voten y se cuenten los sufragios.
    Ese es el asunto que evidenció la irrupción de los jóvenes del Movimiento #Yo Soy 132, que, con imaginación rompieron el desencanto de las campañas electorales y evidenciaron cómo los medios de comunicación se han convertido en instrumento de reproducción de las relaciones de poder y de la pobreza cultural que alientan.
    De nueva cuenta las televisoras, erigidas en gran elector, proclaman como concluyentes los resultados de encuestas de salida definiendo un ganador, a la que se sumaron lastimosamente las autoridades electorales cuando no se llevaba ni la décima parte de las actas computadas, cuando falta la revisión de recursos de impugnación que acreditan graves anomalías en el uso desmedido de dinero y el desvío de recursos públicos, que de entrada desestima y que con seguridad dejará impunes al considerar que no serán determinantes en el resultado.
    De nueva cuenta el presupuesto público, que debería utilizarse en beneficio de los ciudadanos, se malversó en los procesos electorales; las dependencias gubernamentales se transformaron en promotores electorales violando la ley, ante la pasividad de las instituciones electorales que denotan una clara lejanía con los ciudadanos que reclaman una verdadera democracia en condiciones plenas de equidad.
    Como siempre, quienes se desgarran las vestiduras en la defensa de las “inmaculadas instituciones” se apresuran en querer finiquitar este proceso, sin que se computen correctamente los votos, se sancionen las irregularidades sean o no determinantes en el resultado y se rinda cuentas a satisfacción de los electores sobre la elección, pero deben tener claro: esto no se acaba hasta que se acaba.
    El Universal

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