2/16/2019

Virginia Woolf: entre lo propio y lo ajeno


María Teresa Priego

Que su escritura nos acompañe siempre. 

“Cada día contiene más de no-ser que de ser… Una gran parte del día no es vivida conscientemente. Caminamos. Comemos, vemos cosas, nos ocupamos de todo lo que hay que hacer; la aspiradora averiada, pedir la cena… En los días malos, la proporción en la textura de este no-ser, es bastante más fuerte”, Virginia Woolf.
“Al faro” (1927), la historia de una familia que comienza con un deseo de la madre: “¿Podremos visitar el faro?” Y a la manera de la escritura intimista las corrientes de consciencia fluyen sin que en términos de anécdota suceda demasiado. Y, sin embargo: la ambivalencia de la señora Ramsay hacia el señor Ramsay, las dudas de Lily la pintora: “¿una mujer puede ser pintora?”. Las fricciones negadas. Las emociones como corrientes subterráneas. La guerra. Como en Joyce. Como en Lispector o Duras. El viaje es sobre todo interior. “Mrs. Dalloway” (1925) y las doce horas de su vida mientras se prepara para una fiesta. “Las olas” (1931) y la complejidad de sus voces. Los críticos de Woolf insistieron en que su obra había sido influenciada por la introspección a la que convocan las teorías freudianas. En una carta ella responde: “No he estudiado al Dr. Freud ni a ningún psicoanalista. Creo que nunca he leído ninguno de sus libros: mi conocimiento es apenas de conversaciones superficiales. Entonces cualquier uso de sus métodos debe ser instintivo”.
Es posible. Y no es demasiado importante de todas maneras. Durante toda su vida Woolf intentó entender y entenderse. Sus crisis le provocaban un gran sufrimiento. Por periodos permaneció en hospitales. La mujer dueña de una habitación propia y de una escritura magnífica se extraviaba. No era dueña de sí misma. Una ella desconocida – por momentos - la ocupaba y la arrancaba de sí misma. Entre las más bellas fotos tomadas durante la vida de Woolf, amo una en particular: la de su mesa de trabajo que tomó la fotógrafa Gisèle Freund. Sólo la mesa y la silla. Su cuaderno. Su pluma. Sus flores. Ese lugar en el que hacía por ella misma: “lo que los psicoanalistas hacen por sus pacientes”. Como si alrededor de esa mesa sucediera lo fundamental en su vida: lo que le permitió mantener un poco sus pies en tierra más o menos firme. La escritura y el amor incondicional que compartió con  Leonard Woolf.
Es muy probable que el ensayo “Una habitación propia” (1929) sea la obra más leída de Virginia Woolf, escrito – en principio –  como una serie de conferencias que impartió en dos universidades femeninas de Cambridge y reivindicado junto a “Tres guineas” (1938) como una de las grandes obras pioneras de los feminismos. La célebre pregunta: “¿Qué hubiera sucedido si Shakespeare hubiera tenido una hermana maravillosamente dotada llamada Judith?” y la conclusión que la antecede: “Hubiera sido imposible, completa y enteramente imposible, que una mujer compusiera las piezas de Shakespeare en el tiempo de Shakespeare”. Es en este texto en donde Woolf analiza las circunstancias cotidianas de las mujeres entregadas a las labores de cuidados y a los ruidos de esos hogares que sostienen. ¿Qué se necesita para escribir? Una renta y “una habitación propia”. En lo personal, prefiero sus novelas.

Virginia Woolf

Adeline Virginia Stephen y su sensibilidad y talento excepcionales tuvieron derecho a esa renta y a esa habitación. Virginia tuvo derecho al silencio exterior y luchó contra el ruido de sus voces interiores que la acompañaron toda su vida. Nació el 25 de enero de 1882. Tan inquieta y disruptiva que sus hermanos la apodaron “La cabra”. Su padre el historiador Leslie Stephen era un hombre cultivado al que algunos biógrafos tratan de “despótico”, su madre Julia Stephen había sido modelo. Una linda casa, una inmensa biblioteca. Hermanos de los primeros matrimonios de su padre y de su madre. Más sus hermanos de padre y madre. Virginia se educó en su casa y a los nueve años comenzó a escribir un diario – que repartía – de las actividades familiares.
Julia murió de fiebre reumática cuando su hija tenía 13 años. El duelo arrastró a Virginia a su primera depresión. ¿Cómo fue realmente la relación con su madre? ¿Qué pensaba la hija de la manera en la que los mandatos de la época obligaron a vivir a su madre? Durante su infancia Virginia fue víctima de los abusos sexuales de sus hermanos George y Gerald, hijos del primer matrimonio de Julia. Es a estos episodios traumáticos que se atribuyen sus depresiones y sus disociaciones. La invasión de “las voces”. Se casó con el escritor Leonard Woolf (pertenecía al círculo de su hermano en Cambridge) y a partir de una pequeña imprenta que adquirieron juntos surgió la Hoghart Press (1917), donde Virginia publicó su obra en la más absoluta libertad. Escribió en The Guardian y The Times Literary Supmement artículos y crítica literaria. “Orlando” es el homenaje a su gran historia de amor con la también escritora Vita Sackville-West. Alguna vez el hijo de Vita dijo: “Orlando es la más larga y encantadora carta de amor de la literatura”.
“Estoy hecha de tal manera que nada es real hasta que lo escribo”. En marzo de 1941, Virginia Woolf murió de su muerte elegida: se cubrió con su abrigo, camino hasta el río, llenó sus bolsas de piedritas y se ahogó. Dejó una carta de despedida para su hermana adorada Vanessa Bell y otra para su muy amado Leonard. Su obra es exquisita. Muy fácil de conseguir en PDF. Que su escritura nos acompañe siempre. Su escritura y la valentía de sus constantes viajes interiores.

Carta para Vanessa Bell

Querida:
No puedes imaginarte lo mucho que me ha gustado tu carta, pero siento que he ido demasiado lejos en esta ocasión para que pueda volver. Es lo mismo que la primera vez: todo el tiempo oigo voces, y sé que no puedo superar esto ahora. Todo cuanto quiero decir es que Leonard ha sido sorprendentemente bueno cada día, siempre; no puedo pensar que alguien hubiera podido hacer más de lo que ha hecho él por mí. Hemos sido perfectamente felices hasta las últimas semanas, cuando el horror empezó. ¿Harás que esté seguro de esto? Siento que le queda mucho por hacer y que seguirá adelante, mejor sin mí, y que tú le ayudarás. Apenas si puedo pensar con claridad ya. Si pudiera te diría cuánto significaron tú y los niños para mí. Creo que lo sabes. He luchado contra esto, pero ya no puedo más.

Carta para Leonard Woolf                  

Querido:
Siento la certeza de que voy a enloquecer de nuevo. Siento que no podemos atravesar otro de esos tiempos horribles. Y esta vez no me recuperaré. Comienzo a escuchar voces y no puedo concentrarme. Así que voy a hacer lo que creo que es lo mejor.
Tú me has dado la mayor de las felicidades posibles. Has sido, en todos los sentidos, todo lo que alguien puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que llegó esta enfermedad. Y ya no puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. Ya ves que no puedo ni siquiera escribir esto con propiedad. No puedo leer.
Lo que quiero decir es que a ti te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirlo, aunque todo el mundo lo sabe. Si alguien hubiera podido salvarme sólo podrías haber sido tú. Todo se ha marchado de mí, salvo la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo.
No creo que dos personas puedan ser más felices de lo que nosotros fuimos.

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