El universo familiar y doméstico bajo
responsabilidad casi exclusiva de las mujeres pone en evidencia la
ausencia de derechos en un sistema social inequitativo. Se abren nuevos
desafíos para las políticas estatales y la regulación del mercado
laboral

La crisis de los cuidados

Por un lado, los progresivos cuestionamientos que se vienen
realizando en estos últimos años acerca del orden genérico tradicional
vigente y de los estereotipos de roles, desde diferentes ámbitos y
actores como movimientos sociales y académicos, plantean la necesidad de
prestar atención al cuidado como dimensión del bienestar de la
población por parte de los Estados y no como responsabilidad exclusiva
de las mujeres. Asimismo, algunos fenómenos demográficos como el aumento
de la esperanza de vida, el descenso de la mortalidad y de la
fecundidad, o epidemiológicos, como los cambios en las causas de
morbilidad y de discapacidades en la población, requieren del Estado una
respuesta pública en materia de cuidados. Por último, los cambios en
las configuraciones familiares ponen en evidencia que los modos
tradicionales de organizar socialmente el cuidado, deben ser puestos en
cuestión.
Nuevas ópticas en el universo familiar y laboral
Un fenómeno relevante de la actualidad que se duplicó en los últimos
25 años, son los denominados hogares mono parentales con jefatura
femenina. Cada vez más mujeres son las responsables exclusivas del
sostén económico del hogar, así como del cuidado cotidiano de sus
miembros (niños y adultos mayores).
El aumento a partir de la década del 90 de la participación laboral
de las mujeres contribuyó a que este tema adquiera relevancia, no sólo
en los debates acerca de la protección social, sino también en relación
al diseño de políticas vinculadas al fomento del empleo y de la
economía. Dado que el ingreso de las mujeres al mercado de trabajo
exigió modificaciones en el cuidado y la organización doméstica, demandó
equidad en la distribución de las tareas y los tiempos asociados a
ella. Sin embargo, las consecuencias que la división sexual del trabajo
tiene en las familias, continúa afectando principalmente a las mujeres,
en diferentes áreas de desempeño, como son la laboral, profesional,
económica y política. Es así que los diferentes grupos sociales
resuelven con diferentes estrategias y recursos las tensiones entre
trabajo y familia, más particularmente las tareas vinculadas al cuidado
de niños y niñas. Estos capitales simbólicos o materiales, pueden
provenir tanto desde el Estado, redes familiares, comunitarias, así como
desde diferentes actores y/u organizaciones.
En este contexto de mercantilización de ciertos servicios y por lo
tanto de su familiarización, cada familia según su nivel socioeconómico,
accede a una multiplicidad de posibilidades y por lo tanto desiguales,
de satisfacer las necesidades de cuidado. Las familias que poseen
mayores recursos económicos pueden cubrir sus necesidades en el mercado a
través establecimientos de educación de gestión privada (jardines
maternales, de infantes, escuelas primarias) y/o contratando
específicamente personas dedicadas a esta tarea (empleadas de servicio
doméstico, niñeras, cuidadoras de la tercera edad). En cambio, las
familias de ingresos escasos e incluso aquéllas que presentan
necesidades insatisfechas, recurren básicamente a la oferta de educación
de gestión estatal. En así que la educación pública, surge como una de
las principales estrategias decisivas para el cuidado de niños y niñas.
Por consiguiente, una política estatal ausente o deficitaria en tema de
cuidados, provoca la inmediata mercantilización o familiarización de
esta necesidad para estos grupos sociales.

En síntesis, la crisis de los cuidados señala una necesaria revisión
de los supuestos que sustentan la organización del mercado de trabajo,
las políticas estatales educativas, de protección, y las normativas
basadas en una división sexual del trabajo y en el modelo de la familia
nuclear tradicional heterosexual. Como decíamos, el factor positivo del
ingreso de las mujeres al mercado de trabajo exigió modificaciones en el
cuidado y la organización doméstica, así como demandó una distribución
más igualitaria en cuanto a las tareas y tiempos destinados a su
cumplimiento.
Sin embargo, la mercantilización de los cuidados y la familia, puso a
las mujeres nuevamente en el centro de la escena, en cuanto a la
responsabilidad de la resolución de esta necesidad. Esto es, finalmente
el sistema social y las políticas públicas reproducen y consolidan
nuevamente las desigualdades más básicas de género vinculadas a lo
económico y lo social. Si consideramos que el cuidado de los niños y
niñas en la temprana edad es en la actualidad uno de los elementos de
mayor peso para el acceso y permanencia de las mujeres en el trabajo
remunerado, las redes familiares y los servicios de cuidado públicos,
son claves para favorecer esos derechos.
Éste parece ser el peligroso panorama de la provisión del bienestar,
no sólo en Argentina sino en América Latina: el cuidado se resuelve en
la oferta privada con consecuencia no sólo para las mujeres pobres,
excluyéndolas del mercado laboral y del desarrollo personal, sino
también para los receptores del cuidado, especialmente la niñez.
Fotos: Sub Cooperativa de Fotógrafos y Colectivo Veinticuatro/Tres.
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