2/12/2022

Joven, delgada y guapa. La tiranía sexista en televisión

 pikaramagazine.com

June Fernández

La tesis doctoral de Naiara Vink, investigadora de la Universidad del País Vasco, demuestra la presión hacia los cuerpos de las presentadoras y reporteras. Seis periodistas vascas cuentan su experiencia para este reportaje.

Ilustración de Shu Otero para Argia.

“A los hombres se les exige profesionalidad. Punto. A nosotras también gustar”. Es una de las frases lapidarias que le han dicho las presentadoras y reporteras de informativos a las que ha entrevistado la periodista e investigadora Naiara Vink para su tesis doctoral. Vink ha demostrado con este trabajo de investigación lo que ha sentido en primera persona durante su carrera: que la tiranía estética heteropatriarcal condiciona el desarrollo laboral de las profesionales de la televisión.

Encendemos la televisión y aparecen todo tipo de cuerpos de hombres: jóvenes y mayores; guapos y feos; musculados, gordos y enclenques… En cambio, la mayoría de las presentadoras y reporteras parecen cortadas por el mismo patrón: son o aparentan ser jóvenes, delgadas, guapas y femeninas. Ese contraste tan evidente para los y las espectadoras no suscita, en cambio, demasiado debate dentro de las cadenas de televisión. “Es una norma que no está escrita, que todo el mundo conoce pero de la que nadie habla”, explica Vink. Sus entrevistadas empezaron hablando con resignación de esa ley como una inercia tan arraigada que no se puede cambiar. Pero, a medida que profundizaron en la reflexión, reconocieron que es injusta y frustrante.

Si bien la investigadora reconoce diferencias entre las cadenas públicas y privadas, insiste en que la predominancia de mujeres muy maquilladas, con tacones y ropa ajustada es generalizada y se justifica con el mantra de que “la televisión es imagen”. En tiempos en los que están de moda los guiños a la diversidad corporal como estrategia de marketing, las mujeres gordas siguen relegadas a espacios y roles determinados, como los espacios de humor.

Esta presión estética condiciona a las mujeres incluso antes de llegar a las redacciones. Vink realizó una encuesta a estudiantes de periodismo de la Universidad del País Vasco. Entre las personas que respondieron que no se veían trabajando en televisión, el cien por cien de quienes alegaron como motivo que no cumplen con el canon estético eran mujeres.

La trampa de la belleza

Estitxu Fernández Maritxalar fue una de las caras más conocidas de la televisión pública vasca entre 2000 y 2012. Saltó a la pequeña pantalla desde el bertsolarismo; al ver sus dotes de comunicación en la improvisación de versos, la televisión local navarra Tipi Tapa le propuso presentar sus informativos en 1998. Al año siguiente participó como invitada en el programa sobre bertsolarismo Bertatik Bertatik de ETB1 y se quedó como presentadora de distintos programas de entretenimiento.

“Al principio, con 22 años, no era muy consciente de qué pasaba con la imagen en televisión”, cuenta Fernández Maritxalar. “En Tipi Tapa solo se me veía de cintura para arriba; debajo de la mesa, llevaba vaqueros y botas de monte. Sentí esa presión cuando empecé a presentar programas sobre fiestas patronales y shows nocturnos como Sorginen Laratza. Me elegían la ropa, muy festiva y elegante, a veces con escote, siempre con tacones. Eso me desagradaba mucho”, continúa.

Conoce bien la trampa de la belleza de la que habla Vink en su tesis: “Las chicas guapas tienen la oportunidad de trabajar en televisión, pero tienen que demostrar que son más que una cara bonita. Siempre he oído ese tipo de comentarios respecto a otras presentadoras y me hacían daño. Yo no tenía el título de Periodismo, estudié Psicología, y además hacía un tipo de periodismo que no se consideraba serio. Así que el síndrome de la impostora era enorme”, explica la presentadora. En sus últimos años, antes de acogerse a una excedencia, le tocó presentar Deportes en los informativos. “Para entonces ya tenía mucha experiencia en televisión y una plaza fija que logré opositando, pero yo no era experta en ese ámbito, así que me sentí más pequeña que nunca”, narra. Recuerda de forma muy nítida las miradas de menosprecio, los comentarios maliciosos y la rivalidad entre las mujeres: “En la época en que empecé, casi todos eran hombres. Pensaba que yo me llevaba mejor con ellos, pero no era eso, sino que las mujeres bellas representaban una amenaza para mí, de la misma forma que yo era una amenaza para otras mujeres”.

Leire Madariaga [nombre inventado a petición de ella] es tertuliana y analista política en diferentes programas de televisiones y radios públicas. Ella también ha sentido el precio de encajar en el canon estético sexista: “Tus opiniones valen menos, porque te ven solo como una Barbie rubia. Tienes que hacer el doble para ganarte el respeto de los demás”. Recuerda un caso en Televisión Española: “Me consta que en la reunión del equipo de redacción de un magazine se valoraron distintas personas para ser tertulianas y la dirección descartó de entrada a una analista con un gran discurso porque era una mujer mayor, con canas y gordita. Quienes la conocieron insistieron, consiguieron darle una oportunidad y fue un auténtico descubrimiento”.

Las participantes en la tesis doctoral de Vink han contado también historias de mujeres que han sido relegadas a trabajos detrás de las cámaras por no cumplir con las normas corporales sexistas, algo que ha hecho mella en su autoestima.

Jasone Agirre fue reportera de los informativos de ETB desde 1999 hasta que logró un escaño en el Parlamento Vasco. Fue una de los fundadoras del Consejo de Redacción del grupo de comunicación público y ha sido miembro de su Comisión de Igualdad. “Es evidente que un buen físico da puntos en las pruebas de cámara. Un hombre guapo también tiene ventajas, pero el baremo es distinto con las mujeres”, reflexiona. Sin embargo, añade que las exigencias en torno a la imagen no tienen que ver sólo con la belleza y los estereotipos de género. Recuerda que a un compañero de trabajo con pinta de borroka [estética ligada a las juventudes de la izquierda abertzale] no le renovaron el contrato y que al cabo de unos años supo que ese había sido el motivo. “Cuando ocurrió, él sintió que si no contaban con él igual es que no estaba haciendo un buen trabajo”, lamenta. Añade también que a una joven con una estética “alegre” nunca la pondrán a cubrir actualidad política, sino el tráfico o las fiestas. Y encuentra otro ejemplo contundente: “Ha habido presentadores del tiempo que no eran guapos, pero las mujeres elegidas para ello siempre son bellas y delgadas”.

¿Nadie te obliga?

La periodista Ana Urrutia lleva desde 1999 presentando Eguraldia, el espacio dedicado al pronóstico metereológico de ETB2, además de distintos programas de entretenimiento. También es miembro del grupo feminista de EITB, una especie de lobby que han creado varias trabajadoras tanto de la redacción como de las productoras. “Seguimos igual que hace 20 años: un hombre maduro y gordo puede presentar un programa de prime time, algo que es impensable en el caso de las mujeres. Las presentadoras de información deportiva deben ser expertas en deportes, pero también tienen que ser bonitas, para atraer a la audiencia masculina. También en El Tiempo subyace esa idea de la mujer sexy que se mueve entre los mapas”, explica. Ella se acuerda de una excelente meteoróloga y comunicadora que no pasó el casting porque no estaba delgada.

Una de las ideas más repetidas en la tesis de Vink es que las mujeres tienen fecha de caducidad delante de la cámara. Urrutia, de 49 años, prefiere poner en valor la experiencia y la seguridad que le ha dado la edad en vez de sentirse amenazada por las jóvenes con las que coincide en la sala de maquillaje. “Tenemos profesionales excelentes de 50 a 60 años que deberían estar en el prime time, pero la dirección no apuesta por ellas”, lamenta.

Esta presentadora ha promovido una pequeña revolución dentro de EITB: negarse a seguir usando tacones y sustituirlos por deportivas o mocasines. “Cuando llegas a la televisión, el equipo de estilismo te explica que los tacones mejoran la imagen, que la ropa luce mejor. Mientras eres joven, el cuerpo lo soporta, pero luego notas el daño físico, en los tobillos, en las articulaciones de los pies… Además, la gente de la calle no entiende por qué llevamos tacones tan altos”, cuenta. Está orgullosa de su acto de rebeldía, porque ha animado a muchas colegas a empezar a pedir calzado plano. No ha sufrido represalias por parte de sus superiores, lo que le hace pensar que hay una parte de trabajo personal para atreverse a romper con esas normas no escritas.

Muchas de las periodistas entrevistadas por Naiara Vink aseguran sentirse más seguras ante la cámara cuando llevan tacones y maquillaje trabajado. Una reportera reconoce que hace directos de invierno sin abrigo porque prefiere pasar frío con tal de verse guapa. El sociólogo Pierre Bordieu desarrolló el concepto de violencia simbólica para explicar que la opresión no viene solo de fuera, sino que un mecanismo para perpetuarla es que termina siendo aceptada por una o uno mismo. Así lo entiende también la tertuliana Leire Madariaga: “Parece que tú eliges cómo vestirte o si decides hacer dieta. Pero no es una elección libre: sabes lo que busca la cadena y quieres cumplirlo”.

Urrutia identifica otra trampa: “El equipo de estilismo hace un trabajo único peinándonos, maquillándonos y vistiéndonos. Al principio, verte guapa y recibir halagos te da seguridad. Pero te vuelves esclava de esa estética. Nos transforman tanto que luego en la calle a la gente le cuesta reconocernos”. Después de una mañana surfeando, entró a una cafetería con la cara lavada y oyó a alguien comentar a su espalda: “¿Esa es Ana Urrutia? ¡Pero si en persona no vale nada!” Por ello, entiende que muchas compañeras terminen haciendo tratamientos estéticos como el bótox, pero ella tiene la firme determinación de envejecer con dignidad y aceptar su cuerpo, tanto en la pantalla como ante el espejo.

Una de las grandes frustraciones que expresan las periodistas de televisión en la tesis de Vink es que reciben más valoraciones sobre su imagen que sobre su desempeño profesional. Una reportera recuerda un directo muy duro sobre la violación grupal de San Fermín; la subdirectora del programa le envió un WhatsApp criticando su abrigo. Cuando esa misma periodista cubrió un temporal en Galicia, el jefe de redacción le ordenó por el pinganillo que se soltase la trenza para que se viera el efecto del viento. “Yo le dije que no, que precisamente la trenza estaba ayudando a que yo pudiese contar la información, que yo no era parte del atrezzo y que quiero trabajar cómoda”, expresa en el trabajo de investigación.

“Qué vestido tan bonito”, “te han maquillado mal”, “la pantalla te engorda”… Escuchar constantemente esos comentarios por parte de su entorno es una de las cosas que peor han llevado Estitxu Fernández Martitxalar y Leire Madariaga de trabajar en televisión.

Falta de voluntad y de transparencia

Una de las principales conclusiones de Naiara Vink es que ninguno de los planes de igualdad de las televisiones españolas que ha analizado en su investigación se menciona si quiera la cuestión de la imagen, pese a que es un asunto clave para garantizar un tratamiento informativo no sexista y velar por el desarrollo profesional de las mujeres.

En el III Plan para la Igualdad de Mujeres y Hombres del Grupo EITB (2019-2022) se puede leer: “Los medios de comunicación participan en la construcción de nuestra identidad e influyen en nuestra manera de ver el mundo y en nuestros valores más profundos. Respecto al género, nos ofrecen ideas de qué es ser hombre y qué es ser mujer, de cómo deben consumir, vestir, actuar, etc”. Pero ese mismo documento no contempla ni una sola medida para cumplir con esa premisa. Ana Urrutia denuncia que la dirección de EITB no está respondiendo a las demandas de formación del grupo feminista: “Los planes de igualdad se redactan de cara a la galería, pero no hay una intención real de transformar las estructuras de la televisión”.

Uno de los ejes de los planes de igualdad de las televisiones se refieren a la consolidación de condiciones laborales y de un entorno laboral no discriminatorio. Sin embargo, no contemplan una brecha sexista mencionada recurrentemente en las entrevistas realizadas por Vink: las mujeres tienen que dedicar mucho más tiempo a su imagen que los hombres. En concreto, un presentador de televisión suele pasar un cuarto de hora en peluquería y maquillaje, mientras que las presentadoras tardan más de una hora.

En el caso de las reporteras, ellas son responsables de su estilismo y tienen que pagar con su sueldo el vestuario, el maquillaje y los tratamientos estéticos. Jasone Agirre recuerda esta situación como una gran carga, que le sigue pesando también ahora que se dedica a la política. “La vestimenta y el maquillaje de las mujeres es más esclavo. Hasta hace poco, los hombres no hacían por su imagen más que meter una corbata en el bolsillo de la americana”.

Vink concluye en su tesis que la presión estética se relaja algo en la medida en que se consolidan las condiciones laborales de las trabajadoras. “Cuando eres joven y no tienes contrato de trabajo, lo aceptas todo. Escuché a una periodista con contrato eventual decir: ‘Yo vivo por mi imagen ‘”, coincide Agirre.

Otra de las conclusiones de la investigadora es que, pese a que los planes de igualdad suelen emplazar a incorporar la perspectiva de género en todos los contenidos y áreas del medio, también en el de las productoras que se subcontratan, la falta de recursos sirve de excusa para no incluir al personal de estas empresas proveedoras en las medidas concretas. Tanto las periodistas que han participando en su tesis como las que hemos entrevistado para este reportaje opinan que esa falta de control favorece que la tiranía estética sexista se acentúe en las contrataciones y actitudes cotidianas de las productoras audiovisuales.

Agirre aboga por abrir una reflexión colectiva que permita explicitar, con transparencia y sin sesgos sexistas, qué importancia tiene la imagen en los procesos de contratación de profesionales, ya sea dentro de la redacción o en las productoras. “¿Qué aspecto es el adecuado en un medio público? ¿Apostar por las deportivas puede reforzar la frescura y la identificación? Tenemos que pasar de las normas no escritas a redactarlas”, propone. En la misma línea, Vink señala la necesidad de que las políticas de igualdad aborden cuestiones concretas: “¿Por qué las periodistas no pueden echarse solo polvos de maquillaje, como los hombres? ¿Por qué tienen que estar peinándose mientras ellos hacen periodismo?”.


¿Qué pasa en las cadenas alternativas?

Ekhiñe Atorrasagasti es presentadora y responsable de contenidos y comunicación de la televisión vasca Hamaika TB. “En ese campo de juego patriarcal que es la televisión, hemos logrado romper con muchas reglas”, afirma. Uno de los principios característicos de su cadena es que todos los miembros del equipo trabajan delante y detrás de la pantalla. Esa apuesta contrasta con una intuición de Atorrasagasti que Vink ha corroborado en su tesis: que en las televisiones convencionales son más los hombres presentadores de informativos que alcanzan el rol de editores, mientras que a muchas mujeres se les impone el rol de busto parlante. “Es muy diferente leer en el pronter lo que ha escrito otro que escribirlo tú misma. Yo he tenido la oportunidad de dirigir contenidos y de formar los grupos de trabajo de mis programas”, añade la periodista de Hamaika TB.

En esta cadena se respeta la libertad de que periodistas, colaboradores y colaboradoras aparezcan en pantalla con el aspecto que elijan. “Es cierto que los hombres se echan unos polvos y ya está. En las mujeres es más variable. Yo solo me maquillo los ojos; otras compañeras se pintan los labios”. Por falta de recursos, no tienen personal dedicado a estilismo, peluquería y maquillaje. “Nosotras asumimos esas tareas. Esto ha suscitado interesantes debates internos: si mejorar la iluminación puede servir para prescindir del maquillaje, pero también sobre si estamos infravalorando el trabajo de esos sectores laborales, invisible y feminizado”.

Incluso en un medio alternativo y profeminista resulta difícil liberarse totalmente de la tiranía estética, reconoce: “Cuando una se mira en el espejo, dependiendo del estado emocional, afloran ciertas inseguridades. Si a esto le añades la exposición que supone la televisión, se multiplican los miedos y los malos ratos. Has trabajado bien los contenidos, pero te sientes mal porque tienes pelos en el bigote o porque has engordado”. También le preocupa que esa presión estética sea uno de los motivos por los que cuesta encontrar a mujeres que quieran participar como colaboradoras.

“La misoginia es una lluvia ácida. Tenemos la sensación de que estamos protegidas por trabajar en un medio alternativo, pero ese sirimiri es muy corrosivo”, concluye. Y termina señalando un reto: pensar cómo se puede cuidar la resaca emocional que deja el trabajo delante de la cámara.

Erreportaje hau Argian argitaratua izan zen lehen aldiz.


Nota de la autora. Este reportaje fue publicado originalmente en la revista ARGIA, en euskera.
Lo publicamos gracias a la licencia Creative Commons, traducido y adaptado por la propia autora.


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