4/25/2024

Cómo votar el Plan C

“La izquierda se ha impuesto una tarea que no es ganar la presidencia de la República solamente sino ganar también la mayoría calificada en el Congreso para, desde ahí, poder reformar al poder judicial”.

Fabrizio Mejía Madrid

Según la más reciente encuesta de Enkoll para la Presidencia de México, 72% ya no cambiará su voto. El efecto del primer debate aumentó el rechazo en casi diez puntos por Xóchitl Gálvez, de 39 a 48% que declaran que nunca votarían por ella. Su rechazo efectivo ya está en 59%, es decir, unos 24 millones de personas jamás cruzarían su nombre en la boleta. A la pregunta de si lo mejor para el país es que siga gobernando Morena, los encuestados respondieron, después del primer debate, que sí en un 63%, cuando en febrero eran 59%, es decir, aumento cuatro puntos. Por nivel socioeconómico, la encuesta de Enkol desmiente como ya se ha hecho, aquello de que sólo los pobres votan por la izquierda. 

Entre los sectores de más altos ingresos, Claudia tiene un respaldo del 51%, así como entre las tres categorías de las clases medias, en los que alcanza resultados, entre el 55 y 58%. No así Xóchitl que tiene un pequeño repunte en el último escalón socioeconómico, es decir, entre los que tienen una jefa o jefe de familia que sólo tiene estudios de primaria. De todos modos no es significativo porque Xóchitl sólo alcanza ahí un 34%. Maynez logra en el sector más privilegiado y con edades entre 18 y 27 su mejor resultado, 12%. Pero, entre las clases medias, tiene un vergonzoso 7% y baja hasta llegar a 4%. En la categoría generacional, no hay nada más que decir: Sheinbaum logra sus mejores porcentajes con los que tienen entre 18 y 27, pero también uno muy bueno entre los que tienen entre 27 y 43 años de edad.

Lo que deja en claro la encuesta de Enkol es que el debate ayudó a definir mucho más la certeza de los votantes sobre lo que quieren para el país: que siga la transformación con Claudia Sheinbaum. Es por eso que su votación efectiva es del 60%, 27 puntos sobre el segundo lugar, el PRIAN. Esto quiere decir, aproximadamente, que Claudia obtendrá cerca de 11 millones de votos más que Xóchitl. Siguen ahí los 30 millones de votos conseguidos por AMLO hace seis años.

Pero la izquierda se ha impuesto una tarea que no es ganar la presidencia de la República solamente sino ganar también la mayoría calificada en el Congreso para, desde ahí, poder reformar al poder judicial y avanzar en la ruta de la soberanía energética, la austeridad republicana —es decir, la de los gobernantes, no la de los gobernados—, y la redistribución de la riqueza generada por todos, vía impuestos a los más ricos, programas sociales a los vulnerables, e infraestructura para todas las regiones del país. Para ello, necesita, ya hemos dicho en estas videocolumnas, tres millones de votos más que López Obrador en 2018.

El Plan C parece más cerca que nunca y eso ha comenzado a generar cierta inquietud entre los votantes de la izquierda: ¿Hay que repartirle a los aliados, el PT y el Verde, algunos de nuestros votos? ¿Lograrán estos partidos desvalidos tener diputados y senadores que puedan ayudar en la transformación? La respuesta general es no. El PT y el Verde no necesitan votos de caridad, porque ya dentro de las listas de candidatos de la coalición de Morena, están incluso sobre representados. Morena les otorgó 80 diputaciones de mayoría, lo que quiere decir que les dio la oportunidad de hacer crecer sus electorados en el territorio usando la aprobación del Presidente. Pero hasta ahí. Ellos tendrán que hacerse de sus votantes propios y, si no, desaparecer porque, si todo sale bien, la nueva reforma electoral prescindirá de los pluris.

A nivel local, en presidencias municipales y algunas alcaldías de la Ciudad de México, se ha jalado al priismo descontento pensando que eso neutraliza al prianismo militante. Es una táctica que todavía está por arrojar algún tipo de resultado, habida cuenta de la propia experiencia del movimiento con Lilly Téllez, Germán Martínez, y Mario Di Constanzo. No se sabe cuántos de ellos traicionarán o no. Lo que está claro es que, para ganar el Plan C, se necesita que se resquebraje el viejo sistema de partidos, que el PRI desparezca y que Acción Nacional quede reducido a su expresión más recalcitrante, la de la ultra derecha yunquista. Por lo tanto, el trabajo del Plan C no le toca a los electores, sino a la dirigencia de Morena que ha tenido que tragar mucho sapo para quitarle bases al PRI y al PAN.

Pero volvamos a cómo votar. En diputados, el voto masivo por Morena no afecta a los demás partidos de la coalición, ni el resultado de la mayoría calificada. En el senado, hay 12 estados en que no se va en alianza electoral y ahí quizás valga la pena que los electores voten por PT para obtener los senadores de minoría. Esos estados son: Baja California, Campeche, Chiapas, Hidalgo, Oaxaca, Querétaro, Tabasco, Tlaxcala, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora y Tamaulipas. Así que, básicamente, la idea es votar todo Morena, salvo para el senado, si usted vive en cualquiera de esos 12 estados que enlisté.

Pero dejemos los números por un momento. Realmente lo que importa es organizar al movimiento de insurrección democrática a un nivel superior. ¿Por qué lo digo? Porque, pongamos que no se logra la mayoría calificada en el Congreso, que nos quedamos a 40 diputados de alcanzarla. Ahí se tienen sólo dos opciones, que no están contrapuestas: negociar con quien quede como bisagra, que puede ser el Partido del Movimiento Ciudadano, y movilizar al pueblo para presionar por la aprobación de las nuevas leyes y reformas constitucionales. Claudia lo sabe por la experiencia en el movimiento estudiantil: es mejor negociar adentro con una plaza llena afuera. Lo es también para el movimiento porque así está pendiente de lo que se negocia en las cámaras de diputados y senadores. 

El movimiento de la 4T debe mantenerse vigilante. Ya lo hemos escrito en otros momentos: “Morena, como partido, debe usar este mensaje de abajo hacia arriba para revisarse y rectificarse como institución, para no encerrarse en su propia jerarquía burocrática o en la concentración de la autoridad que, inevitablemente, va generando una lógica que la aleja del movimiento. Ahora, cuando hablamos de movimiento, no necesariamente hablamos de todos sus electores. Éstos están divididos en dos tipos: los que apoyan de una forma identitaria, moral, por lo que debe ser lo público; y los que son leales porque los resultados son palmarios y, en algunos casos, como la economía, espectaculares. 

El electorado de Morena no es tan práctico como el de los otros partidos —me beneficia, lo voto—, sino que apoya por un propósito que lo trasciende: la purificación de la vida pública, el humanismo mexicano, la soberanía nacional. Como estado de ánimo, ese es el obradorismo. No son sólo los morenistas ni tampoco sólo los que votan por ella. Es un objetivo final, bueno, deseable en sí mismo. Una forma de pertenecer al país dominada por la recuperación de las virtudes públicas. Veo un partido que pueda convocar al obradorismo cuando se necesite para reafirmar la mayoría en una decisión presidencial”. Los veo, a los obradoristas, a las afueras de la Suprema Corte de Justicia, en el Zócalo si Estados Unidos nos vuelve a agredir comercialmente o pretende dañar a nuestros migrantes. Los veo afuera del Palacio de San Lázaro y del Senado de la República no permitiendo los retrocesos.

Contar con un movimiento que precede al partido es una ventaja que pocos países de América Latina tienen. Contar con un partido donde todas las versiones de la izquierda conviven también es un caso único en una América Latina donde hay tres, cuatro y hasta seis distintas posiciones, cada una con su partido. En Chile, eso no permitió que se conservara la mayoría para aprobar una nueva Constitución. En Bolivia, las divisiones han generado parálisis. En Ecuador, permitieron el ascenso del neoliberalismo más burdo y torpe. Lo mismo podemos decir de Argentina. En México tenemos a todas las fuerzas de izquierda dentro del obradorismo, un estado de ánimo que antecede a la propia formación de Morena. No debe aminorarse si no se consigue el Plan C. Todo lo contrario, esa deberá ser la llamada para movilizarse en cada estado y región para forzar las reformas que vienen. El Plan C no se termina con la elección, si acaso empieza desde ahí.

Lo que Claudia Sheinbaum ha logrado en estos meses de precampaña, intermedio y campaña es organizar al partido, evitando a toda costa su división —por ejemplo, cuando se presentaron las amenazas de Ebrard, Monreal, y Mier— y delineando lo que será el obradorismo a partir de proyectos concretos qué defender frente a una élite que tiene todavía mucho poder económico y mediático. Pero no sólo. Ahí están los votantes del PRIAN, que si bien están a 27 puntos de distancia, existen como obstáculo aspiracionista, racista, clasista, patriarcal, regionalista, que seguirá viviendo en una burbuja en la que el país se sigue destruyendo y hay una dictadura de los pobres que se dejan comprar con derechos sociales. 

Esos 13 millones no van a desaparecer, no se van a exiliar a Argentina, ni a Ecuador. Y lo que tenemos que vislumbrar es la lucha política que viene y que no se resuelve con una mayoría calificada en el Congreso. Viene desde mucho más abajo y está mucho más a la izquierda de lo que parece. Y debemos estar preparados para las batallas que empiezan el 2 de junio para defender lo alcanzado y empujar fuerte hacia la profundidad de las transformaciones. No es una tarea exclusiva de los representantes electos, sino que tiene. Un poderosos componente de política nacional-popular.

Hay, pues, dos instancias del obradorismo: el que vota por la continuidad de la transformación y el que estárá contenido en los representantes en cámaras federales, locales, gubernaturas, presidencias municipales, regidurías. La correa de transmisión entre ambas es la idea de los principios éticos y de los compromisos políticos pero, en el caso de Morena, se añade el hecho inesperado de que la irrupción en la política de los excluidos les brinda a estos una identidad. El obradorimso son las demandas convertidas en planes de gobierno y políticas públicas junto con un movimiento que las vigila. 

Es un movimiento que está forjado por tres características: la indignación moral contra la corrupción, un nuevo arriago republicano muy lejano del viejo nacionalismo revolucionario, y un sentimiento anti-oligárquico. 

La indignación moral viene de la pérdida de la confianza en casi todas las instituciones, incluyendo los medios masivos de comunicación, el aparato de justicia, los organismos autónomos que sirven a los intereses extranjeros, y el descaro de los que siguen mintiendo sobre la situación nacional. 

El nuevo arraigo o sentido de pertenencia al país está definido por la participación política, sobre todo el debate a partir de Las mañaneras, y eso se debe extender hacia un conocimiento más puntual de las inciativas constitucionales y aún a las políticas públicas. Y, finalmente, el tercer componente, el sentimiento anti-oligárquico es una defensa de que no se les vuelva jamás a excluir de los asuntos públicos o, como en los sexenios panistas, de la idea de que formamos parte de México. Cualquier señal de que se utiliza al partido sólo como un vehículo electoral para una élite política, será condenado. Cualquier señal de que el diputado, senador, gobernador, alcalde se desvié de lo que está comprometido a lograr, en beneificio personal o de un grupo político, será también condenado.

Vivimos el tiempo del juego de los reconocimientos sociales y de las deshonras públicas. Se han reconocido, por ejemplo, a los migrantes. Se ha deshonrado, por ejemplo, a los “intelectuales” del neoliberalismo. Eso no sólo es posible porque Andrés Manuel lo dice desde las mañaneras, es un efecto de la atmósfera cultural que ha cambiado para siempre lo que se entiende por política, por confrontación pública, por honra y deshonra. Es quizás uno de los cambios más significativos que han ocurrido en estos años. Han cambiado las formas de legibilidad institucional. Esto que suena tan complicado, en realidad no lo es: la forma en que desde el poder se entiende a los pobres, a los trabajadores, la soberanía nacional, y las regiones del país ha cambiado sustancialmente. De ser un país que aplaudía “el porte” de Peña Nieto, ansiaba viajar a Orlando, vivir aislado del mundo en un departamento exclusivo, y despreciaba todo lo demás, al país del arraigo republicano donde pertenecer al país es hacer y hablar de política, donde está a la vista la desigualdad y también el conflicto social. Honra y deshonra tienen un componente nacional-popular y antijerárquico, como en la versión más radical de la democracia, en la que todos somos, aunque sea en la forma de entendernos, de leernos, iguales.

Eso es lo que habrá que crecer y consolidar. No todo es el Plan C y sus cálculos. Queda todo lo demás, el resto amplísimo, de la democratización de la democracia mexicana.

Fabrizio Mejía Madrid

Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

https://www.sinembargo.mx/24-04-2024/4491995

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