6/05/2024

Las cadenas que no nos quitaron


Viri Ríos

Esta semana la analista Denise Dresser comentó, en relación con los resultados de la elección, que le daba tristeza saber que la mayoría de los mexicanos “volvieron a colocarse las cadenas que les habíamos quitado” (sic).

Dresser piensa que ella y otros activistas de los noventa cambiaron la ley para impedir que el gobierno cometiera abusos, para transparentar el ejercicio del poder público, dar voz a los vulnerables y castigo a los corruptos. En su narrativa, los mexicanos llevábamos casi 30 años viviendo sin cadenas, sin yugo hasta… el domingo pasado.

Me parece que Dresser comete dos errores conceptuales graves en su análisis: equiparar un gobierno mayoritario con uno autoritario y uno dividido con uno democrático. Con frecuencia también comete la equivocación de creer que el objetivo de los contrapesos es excluir los mandatos populares, cuando en realidad, su objetivo es limitar las pulsiones antidemocráticas.

https://www.milenio.com/opinion/viri-rios/no-es-normal/las-cadenas-que-no-nos-quitaron

Pero quizá no hay una imprecisión más grande en el pensar de Dresser que su romantización a ultranza de la transición democrática mexicana.

Nuestra transición dista mucho de ser el momento en el que Dresser y sus colegas nos liberaron. La transición fue en realidad un acuerdo entre élites político-partidistas afines a distintos grupos empresariales que negociaron una salida pactada de la autocracia neoliberal priísta que ya era insosteniblemente impopular.

La salida de la autocracia no empoderó a un movimiento popular de base, simplemente debilitó institucionalmente el poder del PRI para manufacturar mayorías artificiales. De hecho, la ironía más anticlimática de nuestra transición es que ésta no habría sido posible sin el desbordado financiamiento ilegal por parte de un puñado de empresarios amigos de Fox.

Por eso, con la llegada del PAN los empresarios se enriquecieron sin recato. En un hecho que pasará a la historia como el periodo más repulsivo de la desigualdad mexicana, del 2000 al 2018, el 1% más rico de México pasó de quedarse con el 12% del ingreso nacional a tener el 30%. En dicho periodo, como ha documentado el World Income Database, entre 176 países, muchos de ellos autocracias, no hubo uno solo, ninguno, donde el poder económico se enquistara tanto como en la flamante democracia electoral mexicana.

A Dresser y a algunos activistas de la época la transición democrática sí les quitó las cadenas. A diferencia del PRI autócrata que los excluía y no les permitía influir en la toma de decisiones, la democracia electoral PAN-PRIista les permitía expresarse, asociarse, y hasta diseñar y dirigir instituciones de primer nivel en ciertas áreas regulatorias de su interés. Para la mayoría de los mexicanos la llegada del PAN simplemente supuso cargar cadenas nuevas.

No tengo duda de que la historia mexicana habría sido abismalmente distinta si la transición democrática mexicana hubiera empoderado a Cárdenas en vez de a Fox. A diferencia del PAN, el PRD era un partido que proponía una democracia incluyente que distribuyera el poder económico en favor de los trabajadores y los más vulnerables. Es decir, el PRD proponía una democracia liberal, entendida de forma amplia, como aquella que incluye a todos con derechos iguales. El PAN, en cambio, solo proponía una democracia electoral. Los empresarios obviamente prefirieron financiar las ideas del PAN y el resto es historia.

El voto que en una avalancha le dio el triunfo a Sheinbaum no supone la construcción de una mayoría autoritaria o artificial. Por el contrario, los mexicanos se volcaron a las urnas para empoderar a un gobierno que los incluyó con el mandato de que los incluya más.

El mandato de Sheinbaum no es encadenar a Dresser. El mandato es construir una democracia que le quite las cadenas a todos. Y para eso, debido a las características del poder enquistado de nuestro país, se necesitan mayorías legislativas. 

Lo contenido en este texto es publicado por su autora en su carácter exclusivo como profesionista independiente y no refleja las opiniones, políticas o posiciones de otros cargos que desempeña.

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