1/30/2025

Trump y la tragedia de no saber reírse de uno mismo, según Nate White


Por: Alejandro Massa Varela 

El escritor británico Nate White entregó a la opinión pública una explicación de por qué Donald Trump es una especie de inteligencia artificial que solo busca groserías ante el pedido de las masas de un chiste. El humor es ingenio, creatividad, perspectiva, sabiduría, humanidad.

Donald Trump se sigue topando con enemigos retóricos desde su regreso a la Casa Blanca el pasado lunes 20 de enero. Una semana después de que la obispa episcopal de Washington, Mariann Edgar Budde, apelara a su piedad cristiana y, también, a su razón, el escritor británico Nate White no le concede esta última virtud ni tampoco la del sentido del humor. ¿O es que saber hacer reír y saber convencer son una misma fineza?

Hablar de “finezas” en teología se refiere a las maneras graciosas en que Dios nos beneficia. Para algunos escolásticos cristianos, el sacrificio de su Hijo por la especie humana, su encarnación como un hombre sencillo, pobre, migrante, incluso posiblemente feo, o su presencia real en la eucaristía y en el sagrario, son las mayores finezas. Para la poeta y también teóloga novohispana Sor Juana Inés de la Cruz, la mayor de todas es dejarnos ser libres. Esto en filosofía lo entienden muy bien los mejores exponentes del liberalismo político, más aún cuando saben persuadir no solo mediante conceptos abstractos, sino gracias a una fineza como lo es el buen humor, el chiste que no nos pone sobre los demás, sino sobre los males.

White se describe simplemente como un bebedor de café y un budista, es decir, alguien fiel a un disfrute y un apoyo cotidiano, y alguien que comprende la relatividad casi cómica de todo lo importante e impermanente, por la que vale la pena no solo tomar café, sino saber compartirlo y compartir todo lo posible. También se define como un liberal “rawliano”, es decir, afín al pensamiento de John Rawls, y como un británico, aceptando esto como postura ante Trump, porque como afirma su compatriota actor y escritor Quentin Crisp:

Los británicos no esperan la felicidad. Durante todo el tiempo que viví allí tuve la impresión de que no quieren ser felices, sino tener razón. 

Llevar la razón puede convertirse, no obstante, en una forma de felicidad. No cuando se intenta aplastar a los demás, sino solo cuando uno puede reírse de quien no se ríe y hace daño a otros, de quien, en todo caso, goza de que los demás no lo entiendan ni siquiera en los términos de una buena broma que, para serlo, debe ser compartida.

Queda para la inteligencia una felicidad que viene de saberse moralmente superior al tirano que ya no se atreve a burlarse de sí mismo ni cuestionar nada. Esta felicidad es la de la libertad que exige la compasión budista, la piedad cristiana y la claridad política de liberarse liberando a los demás, por lo menos de sus resistencias mentales. White por eso mismo se adhiere al pensamiento de Rawls. Profesor en la Universidad de Harvard y famoso por su libro de 1971 Una teoría de la justicia, es considerado quizá el más brillante filósofo moral y social de los Estados Unidos. Afortunadamente murió en 2002, bastante antes de que Trump tuviera éxito en convertir al Partido Republicano o GOP en una plataforma personalista. 

https://pijamasurf.com/2025/01/trump_esa_tragedia_segun_nate_white_de_no_saber_reirse_de_uno_mismo/

En su obra, Rawls afirma la fineza de la libertad en la diferencia y rechaza el utilitarismo tradicional que califica la idoneidad de las instituciones sociales en base a la mayor cantidad de beneficios por sobre los daños posibles que producen. Este enfoque no tendría en cuenta las diferencias entre los individuos, por lo que algunos podrían ser “sacrificados” para servir a buen resultado general. Para el filósofo estadounidense, unas condiciones deben ser no iguales, sino justas para todos. Cada miembro de la sociedad debería ser un “implementador activo” de su propio plan de vida, con el derecho a recibir bienes básicos y seguridad:

El sentido de la justicia es una continuidad del amor a la humanidad.

La óptica de Rawls es el perfecto opuesto del proyecto de Trump y del movimiento MAGA. Pero lo más desconcertante para White es que este egoísmo llega a un nivel de empobrecimiento humano tal que atenta contra algo tan liberador como puede serlo saber reírse de uno mismo y, así, saber hacer reír a los demás, brindarse por entero a través de la inteligencia activa, que sobrevive a las imposiciones gracias a la gracia entendida como lo gracioso y como lo gratuito. Por eso Trump no puede ser ni cristiano ni budista ni liberal ni captar el humor británico de Rowan Atkinson, Stephen Fry, Graham Norton o Miranda Hart.

En Pijama Surf te compartimos en español el gracioso texto de Nate White sobre Trump que, como el sermón de Budde, se ha viralizado, en su caso, por ser divertido: 

¿Por qué a algunos británicos no nos gusta Donald Trump?

A Trump le faltan ciertas cualidades que tradicionalmente valoramos.

Por ejemplo, no tiene clase ni encanto ni frialdad ni credibilidad ni compasión ni ingenio ni calidez ni sabiduría ni sutileza ni sensibilidad ni conciencia de sí mismo ni humildad ni honor ni gracia; todas cualidades, curiosamente, con las que su predecesor, el señor Obama, fue generosamente bendecido.

Así que, para nosotros, el marcado contraste pone de relieve de manera vergonzosa las limitaciones de Trump.

Además, nos gusta reírnos. Y aunque Trump puede ser risible, nunca ha dicho nada irónico, ingenioso o mínimamente divertido ni una sola vez, jamás. No lo digo retóricamente, lo digo en sentido literal: ni una sola vez, nunca. Y ese hecho resulta especialmente inquietante para la sensibilidad británica: para nosotros, la falta de humor es casi inhumana.

Pero con Trump, eso es un hecho. Ni siquiera parece entender lo que es un chiste: su idea de un chiste es un comentario grosero, un insulto analfabeto, un acto casual de crueldad.

Trump es un troll. Y como todos los trolls, nunca es gracioso ni se ríe; solo cacarea o se burla. Y, lo que es más aterrador, no solo profiere insultos groseros y sin sentido, sino que también piensa en ellos. Su mente es un algoritmo simple, parecido a un robot, de prejuicios mezquinos y maldad instintiva.

Nunca hay una capa subyacente de ironía, complejidad, matices o profundidad. Todo es superficial. Algunos estadounidenses podrían considerar esto como algo refrescante y sincero. Bueno, nosotros no lo creemos. Lo vemos como algo que no tiene mundo interior ni alma.

En Gran Bretaña, tradicionalmente nos ponemos del lado de David, no de Goliat. Todos nuestros héroes son valientes perdedores: Robin Hood, Dick Whittington, Oliver Twist. Trump no es ni valiente ni desvalido. Es todo lo contrario. Ni siquiera es un niño rico mimado ni un gordo y codicioso. Es más bien una babosa blanca y gorda. Un Jabba el Hutt privilegiado.

Y lo peor es que es lo más imperdonable de todo para los británicos: un matón. Esto es, excepto cuando está entre matones; entonces, de repente, se transforma en un compañero llorón.

Hay reglas tácitas para este asunto –las reglas de decencia básica de Queensberry– y él las rompe todas. Golpea hacia abajo –algo que un caballero no debería, no querría, no podría hacer jamás– y cada golpe que lanza es por debajo del cinturón. Le gusta especialmente dar patadas a los vulnerables o a los que no tienen voz –y las patea cuando están en el suelo.

Así que el hecho de que una minoría significativa –quizá un tercio– de los estadounidenses observen lo que hace, escuchen lo que dice y luego piensen..."Sí, parece mi tipo de hombre" Es un asunto que genera cierta confusión y no poca angustia para el pueblo británico, dado que: se supone que los estadounidenses son más amables que nosotros, y en su mayoría lo son.

No hace falta tener un ojo especialmente agudo para los detalles para detectar algunos defectos en el hombre. Este último punto es lo que especialmente confunde y consterna a los británicos, y a muchas otras personas también; sus defectos parecen bastante difíciles de pasar por alto.

Después de todo, es imposible leer un solo tuit o escucharlo decir una o dos frases sin mirar fijamente al abismo. Convierte la falta de arte en una forma de arte. Es un Picasso de la mezquindad; un Shakespeare de la mierda. Sus defectos son fractales: incluso sus defectos tienen defectos, y así sucesivamente hasta el infinito.

Dios sabe que siempre ha habido gente estúpida en el mundo, y también mucha gente mala. Pero pocas veces la estupidez ha sido tan mala ni la maldad tan estúpida. Hace que Nixon parezca confiable y que George W. parezca inteligente.

De hecho, si Frankenstein decidiera crear un monstruo compuesto enteramente de defectos humanos, crearía un Trump. Y un Doctor Frankenstein arrepentido se arrancaría los cabellos y gritaría angustiado: "¡Dios mío, ¿pero qué es lo que he creado?!"

Y si ser un idiota fuera un programa de televisión, Trump sería la serie completa.

Imagen de portada: Donald Trump, Fine Art America.

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