10/08/2008

Memorial de Tlaltelolco, 1968


CONTEXTO

Por Carolina Velázquez


México DF, 7 oct 08 (CIMAC).- Veinte años después del movimiento estudiantil de 1968, la campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas fue intensa. Recorrió toda la República Mexicana y a ella se sumaron los ecos del ex presidente Lázaro Cárdenas, su padre, y varios partidos para integrar el Frente Democrático Nacional (FDN).

En la contienda electoral de 1988 también participó como candidata una mujer, Rosario Ibarra, quien a partir de la desaparición en 1975 de Jesús Piedra, su hijo, militante de la Liga 23 de septiembre, se había convertido en una luchadora social al frente del grupo Eureka, integrado por otras madres de desparecidos políticos durante el sexenio de Luis Echeverría con la Guerra Sucia.

Es un año marcado por la rebelión cívica, señala Francisco Pérez Arce en su libro “El Principio, 1968-1988: años de rebeldía”, editado en 2007 por Itaca, quien como historiador y protagonista directo en las filas del sindicalismo democrático y del movimiento social de estas dos décadas cuenta.

“El momento en que ya es evidente que la rebelión electoral está en curso es en el mes de mayo, cuando Cárdenas hace un mitin en la Ciudad Universitaria. Es un acto multitudinario, inusitadamente alegre y entusiasta, que se lleva a cabo en la explanada de Rectoría, en el mismo lugar donde veinte años antes el rector Javier Barros Sierra izó la bandera a media asta en señal de duelo porque el gobierno había violado la autonomía”.

Después de las votaciones del 6 de julio de 1988, tres ex candidatos de diversas creencias políticas --Rosario Ibarra, José J. Clouthier y Cuauhtémoc Cárdenas— denunciaban, juntos, el fraude electoral.

La antesala de este movimiento que más tarde tomó otros derroteros fue 1968, el principio de veinte años de rebeldía “que sacudieron a México” y de una profunda transformación de la sociedad y el Estado, sostiene Pérez Arce, quien en su libro sigue el rastro del acontecer luego del movimiento estudiantil: el sindicalismo democrático de los años 70, las guerrillas urbanas y rurales, la insurgencia magisterial y los movimientos urbanos populares, en sus filas participaron miles de mujeres.

Para el autor de El principio… muchos factores nacionales, inconexos entre sí, estaban en la cocina del movimiento del 68, a ellos se sumó un ingrediente de ánimo internacional: la irrupción de los jóvenes en la historia, con sus expresiones libertarias, sus críticas a la vida burguesa y la sociedad de consumo, sus batallas por la igualdad entre las razas, contra la discriminación de la población negra en Estados Unidos y la guerra de Viet Nam, por la liberación femenina y la libertad sexual.

“Veinte años fueron el principio del final de un régimen. En estas dos décadas (1968-1988) el régimen fue derrotado culturalmente por una sociedad que salía de su letargo. Pero las batallas que dieron sus sectores de vanguardia no fueron suficientes para destruirlo de golpe. Lo sacudieron, lo evidenciaron, pero fue sólo el principio de una caída que se dio como en cámara lenta en todo el final del siglo”, opina.

Y sostiene, de las jornadas de lucha estudiantil del 68 contra el autoritarismo de un régimen –asambleas, mítines, volanteo, pintas, manifestaciones, denuncias— surgirían numerosos cuadros de la oposición de izquierda en todas sus vertientes: obrera, campesina, guerrillera, intelectual, artística, pero sobre todo en la sociedad hay “un discurso crítico que arraiga en la mentalidad de amplios grupos que cambian su actitud ante las instituciones del Estado”.

Del 2 de octubre, última etapa del movimiento, Pérez Arce retoma en el epígrafe el poema de Rosario Castellanos “Memorial de Tlaltelolco”, escrito luego de la masacre:



La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.


Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
para que nadie viera la mano que empuñaba
el arma, sino sólo su efecto de relámpago.


¿Y a esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que mata?
¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?
¿Quién? ¿Quiénes?


Nadie. Al día siguiente, nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo.


Y en la televisión, en la radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un
minuto de silencio en el banquete.
(Pues prosiguió el banquete.)


No busques lo que no hay: huellas, cadáveres
que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa,
a la Devoradora de Excrementos.


No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
Más que aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangre con sangre
y si la llamo mía traiciono a todos.


Recuerdo, recordamos.


Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.


Recuerdo, recordemos
Hasta que la justicia se siente entre nosotros.

08/CV/VR

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