Las barreras
infranqueables. El cine israelí contemporáneo sorprende continuamente
por su gran diversidad temática y una apertura crítica que contrasta con
las posturas de cerrazón e intransigencia ideológica que comúnmente se
atribuyen a las autoridades ultraconservadoras de la nación hebrea.
Abierto a la discusión y a posiciones heterodoxas en el tema del
conflicto árabe-israelí, el mejor cine judío ha sabido también desplazar
su campo de intereses a cuestiones de orden moral, político y religioso
(Kadosh, Amos Gitai, 1999), y, de manera sorprendente, al tema de la diversidad sexual (Solos contra el mundo/The bubble, Eytan Fox, 2006), mismo que suele abordar de manera polémica y desprejuiciada.
En el reciente festival internacional de cine judío en México destacaron títulos como El juicio de Vivian Amsalem, de Ronit y Shlomi Elkmbetz (presentado antes en la Cineteca Nacional), y el documental Intersex, una
radiografía muy perspicaz de la condición de las personas nacidas
hermafroditas que luchan por afirmar su identidad cuando sus padres o
las autoridades intentan decidir, en su lugar, el género que habrán de
tener el resto de sus vidas. Son muchos otros los títulos israelíes que
llegan a nuestro país a cuentagotas.
La maestra de kínder (2014), segundo largometraje del
israelí Nadav Lapid, quien enderezara una crítica lapidaria al sistema
judicial judío en su debut fílmico, Policía en Israel (2011),
propone una mirada perturbadora a la relación de una maestra de kínder y
su párvulo Yoav (estupendo Avi Shnaidam), niño prodigio de cinco años
capaz de crear poemas y ba-ladas a partir de misteriosos trances de
inspiración. Los temas de esas piezas literarias (la entrega amorosa, el
presentimiento de la muerte, la violencia de una faena taurina) nada
tienen que ver, evidentemente, con la experiencia del infante. Surgen
aparentemente de la nada y hacen de Yoav una suerte de personaje poseído
o vidente infantil que, una vez transcurrido el trance poético, retoma
su vida ordinaria de juegos y placeres inocentes. Todo su entorno social
es, sin embargo, la materia que más interesa al cineasta, y se trata de
un entorno privado totalmente de inocencia.
Nira (Sarit Larry), la maestra de Yoav, mujer casada, madre de
familia y a su vez poetisa sin gran reconocimiento, descubre
paulatinamente la posibilidad de estimular el talento innato del infante
y asiste, libreta en mano, a sus trances de inspiración, explotándolos
en beneficio propio, una operación que abandonará muy pronto, subyugada
ya por entero por el inexplicable genio de su alumno.
Como se ve, el punto de partida de la profesora dista mucho de
ser desinteresado o generoso. El fantasma de la mediocridad que percibe
en muchos de sus colegas poetas, y en su creación propia, alimenta su
fascinación por la genialidad sin esfuerzo (una suerte de síndrome
Salieri ante el prodigio inalcanzable, como lo planteara el Amadeus de
Milos Forman, en 1984, al describir el caso de Mozart y su rival
secreto). De hecho, la cinta hace una referencia al genio precoz del
músico austriaco, aunque por fortuna no insiste en las comparaciones.
Lo que sí expone de modo severo el cineasta es el alto grado de
incomprensión y desdén de una sociedad israelí materialista hacia la
creación poética, tomando como emblema de dicha actitud al padre de
Yoav, un hombre práctico que desprecia las artes ociosas y los oficios
improductivos. El contrapunto de ese pragmatismo es el tío del niño
prodigio, a su vez poeta sin mayor lustre y redactor mal pagado en los
diarios. Una figura escarnecida por su propio hermano como la de un
hombre mediocre y fracasado. La idea del padre es evitarle al hijo un
futuro semejante, alejándolo primero de la influencia para él negativa
de la maestra bien intencionada, para encaminarlo después al ideal de
éxito pragmático que él mismo encarna.
La ambigüedad moral y los grandes trazos narrativos en que incurre el
cineasta abonan, paradójicamente, en esa misma actitud prejuiciada al
mostrar una sesión de poetas aficionados, vociferantes y
caricaturizados, que se muestran incapaces de valorar el genio del poeta
niño, aduciendo manipulación y dolo en la empresa de la maestra,
transformando todo su esfuerzo en la deliberada explotación circense de
un pequeño freak iluminado.
El punto de vista del cineasta parece, en definitiva, ser muy
distinto. Por encima de la ambigüedad moral inherente en un tema tan
delicado, lo que prevalece es el señalamiento de una sociedad patriarcal
sin paciencia para todo lo que es diferente. A su modo, tanto el niño
como la maestra son los parias irrecuperables en una triunfante sociedad
de consumo, y la poesía, como muchas otras artes en ese contexto, un
oficio de inspiración misteriosa y cometido inútil. Esa visión
desencantada y crítica confiere a la cinta su definición más distintiva.
Se exhibe en la sala 9 de la Cineteca Nacional, a las 13 y 20:30 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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