la hora del Armagedón.
Con el fin de afianzar su posición social en la sociedad estadunidense, los padres de Paul procuran enviar a sus dos hijos a una prestigiada escuela privada, aunque sus ingresos apenas alcanzan para asegurarle esa educación de élite a sólo uno de ellos, el primogénito Ted (Ryan Sell), dejando a su hermano menor en un plantel público donde tendrá la posibilidad de convivir con alumnos de clases sociales poco privilegiadas y compañeros de origen racial diferente al suyo. Su amistad con el afroamericano Johnny será así el punto de partida para que Paul llegue a cuestionar los abusos de una institución escolar drástica, pero también los de su padre Irving Graff (Jeremy Strong), hombre un tanto déspota, y la condición de su madre Esther (Anne Hathaway), a menudo sometida a las veleidades del patriarca doméstico. El único lazo afectivo sólido que mantiene el joven en esa familia es con su abuelo cómplice Aaron Rabinowitz (Anthony Hopkins), un hombre reducido por la enfermedad y la vejez a muy poca actividad, aunque dueño todavía de una gran lucidez que le permite ofrecer a su nieto orientaciones valiosas para sus primeras incertidumbres de adolescencia. La más significativa, tal vez, será la comprensión, para esa conciencia púber, de la semejanza entre una vieja discriminación antisemita (padecida por el propio Aaron y su descendencia), y el desdén racista que Paul advierte ya en el trato que recibe su amigo Johnny en la escuela y en su entorno social. En algún momento el chico advertirá también la paradoja existente entre sus pretendidos privilegios de hombre blanco y su condición de paria social en tanto judío en una sociedad intolerante, así como el difícil dilema moral, tal vez inevitable, de tener algún día que adaptarse a ella.
La descripción realista del ámbito doméstico en que se desenvuelve Paul combina humor e ironía (a cargo del veterano Hopkins) con un toque de sensiblería en la comunicación intergeneracional, y una deriva romántica con un guiño al cine de François Truffaut ( Los cuatrocientos golpes, 1959), en escenas que aluden a la pequeña delin-cuencia del protagonista y a ese vacilante inconformismo suyo que tendrá su definición moral definitiva en una dura prueba de lealtad hacia su amigo Johnny. Hay una fina observación sicológica en este retorno de James Gray, cineasta siempre atractivo y camaleónico, al tono intimista de sus primeras realizaciones.
Se exhibe en la sala 9 de la Cineteca Nacional a las 21 horas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario