12/07/2025

Huelga de capital

 sinembargo.mx 

Mario Campa

“En mis empresas, por ningún motivo haremos nuevas inversiones en México”, amenazó Ricardo Salinas Pliego a través de X. “Primero hay que sacar al régimen comunista de Morena”, sentenció el magnate a la par que retuiteaba al nieto del dictador español Francisco Franco. Días antes y en reacción a la sentencia adversa de la Suprema Corte, Grupo Salinas criticó lo que considera una justicia "amañada y selectiva" que genera incertidumbre y mina la confianza de la inversión de cara a la discusión del T-MEC. TV Azteca, brazo mediático del Grupo, propagó el relato del patrón. En definitiva, si camina, nada y grazna como huelga de capital, entonces es una huelga de capital.

La jugarreta es de sobra conocida en el tablero político mundial. Desde la claudicación ideológica de la socialdemocracia europea, todo el espectro partidista busca fomentar la inversión mediante la promulgación de reformas pro-empresariales. El manual de los negocios y el consenso en las alturas dicta que el Presidente en turno insta la creación del empleo privado, a la vez que impulsa agresivamente acuerdos comerciales que favorezcan a las corporaciones, recorta los impuestos corporativos y elimina regulaciones. Para atraer capital de vuelta desde los paraísos fiscales, los candidatos presidenciales seducen con promesas de estabilidad y confianza.

Los empresarios ejercen habitualmente influencia sobre los gobiernos al controlar los recursos —empleos, crédito, bienes y servicios— de los que depende la sociedad. Una huelga de capital puede manifestarse en despidos, desinversión o denegación de préstamos. A veces, basta una simple amenaza de acción creíble, junto con la promesa de ceder una vez que el gobierno gire de rumbo. Cuando la presión es gremial, a través de las patronales, la efectividad de la agresión aumenta.

Una de las huelgas de capital más infames fue la de grupos extremistas chilenos en complicidad con el gobierno de Nixon contra Salvador Allende. Lejos de haber sido un evento espontáneo, fue una trama organizada meticulosamente para asfixiar la "vía chilena al socialismo". Según documenta Mario Amorós en su libro Entre la araña y la flecha: La trama civil contra la Unidad Popular, esta ofensiva fue orquestada por la élite económica (encabezada por figuras como Agustín Edwards y gremios empresariales como la SOFOFA), quienes financiaron y coordinaron un boicot sistemático para "hacer chirriar la economía". Esta estrategia alcanzó su punto álgido con el paro de octubre de 1972, un cierre patronal masivo liderado por los dueños de camiones y el comercio, que buscaba paralizar al país cortando la cadena de suministros. Amorós detalla cómo esta sedición económica, alimentada por financiación millonaria desde el exterior (incluyendo fondos de la CIA) y apoyada políticamente por la Democracia Cristiana y el Partido Nacional, creó deliberadamente las condiciones de caos, escasez y mercado negro necesarias para justificar la intervención militar y derrocar al gobierno constitucional.

México también ha padecido casos tangibles. Un ejemplo “duro” o coordinado fue la huelga de capital durante los sexenios de Echeverría y López Portillo. Operada principalmente mediante la fuga masiva de divisas y la contracción de la inversión privada como protesta a la expansión del gasto público, llevó a la discreta creación, en 1975, del Consejo Coordinador Empresarial (CCE). Esta entidad nació como un frente unido de defensa de intereses de la cúpula patronal (destacando el Grupo Monterrey) para confrontar al Ejecutivo. La tensión culminó en 1982 con López Portillo, cuando la desconfianza empresarial derivó en una fuga de capitales tan agresiva —descrita por el presidente como un "saqueo"— que precipitó una crisis de balanza de pagos y motivó la nacionalización de la banca como una contraofensiva ante lo que el gobierno interpretó como un boicot económico deliberado.

En tiempos de tranquilidad, las huelgas de capital se asemejan mucho a la corrupción. Un ejemplo “blando” o descoordinado es cuando Ricardo Salinas Pliego amenazó a los gobiernos de Michoacán y Sinaloa con mudar la franquicia, primero del Club Atlético Morelia a Mazatlán FC y después (en presunta venta) al Atlante de la Ciudad de México. Ante una discontinuidad de subsidios disfrazados de publicidad gubernamental, favores fiscales y remodelaciones a los estadios, Grupo Salinas apretó primero el botón amarillo de la amenaza y después el rojo de la desinversión, no sin antes haber obtenido rentas durante años de los gobiernos estatales.

Hoy día, Grupo Salinas dobló la apuesta mediante una huelga de capital poco creíble como mecanismo de extorsión. Por un lado, es inconvincente que la inversión para renovar sucursales de Elektra o Banco Azteca pare durante los cinco años restantes del sexenio; la depreciación deterioraría los negocios vigentes. Por otro, una desinversión real sería en todo caso precipitada por las presiones de liquidez que enfrentan ahora mismo las empresas del Grupo por las demandas de los acreedores y del fisco, y no por un acto deliberado de protesta. Finalmente, el desplante político de Ricardo Salinas Pliego está lejos de contagiar simpatías con pellejo propio en juego, y parece más el berrinche esquinado de un niño reprendido.

En ciertos momentos, la desinversión empresarial, sumada a las demandas de reformas gubernamentales, constituye una huelga de capital consciente con potencial influencia en los nombramientos políticos, la legislación y las políticas. En otras ocasiones, la amenaza de desinversión, el mero indicio de una caída en la confianza empresarial o la creación de empleo basta para lograr dichos objetivos. El problema para Grupo Salinas es que mientras el dueño tenga pretensiones políticas directas, su legitimidad estará menguada y la red de alianzas encadenada a la suerte electoral. Ricardo Salinas Pliego, hábil en los negocios chuecos pero torpe en la praxis política, olvida que la credibilidad democrática no se compra a meses sin intereses, ni mucho menos se puede embargar como una licuadora impagada. Su ensayo de huelga de capital, acaso útil —en el mejor caso— para granjear rentas, es inefectivo para la política de masas. En definitiva, el magnate pendenciero cometió un error capitalizable para sus rivales, que de día frotan sus manos por el obsequio y de noche toman nota de la pulsión antidemocrática de una ultraderecha enrabiada.

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