Desde las heridas provocadas por custodios y perros entrenados, hasta la soledad de una celda inundada por las aguas negras de la prisión, la historia de Israel Vallarta revela vidas que la justicia mexicana destruyó y el espíritu que no pudo someter
Juan Carlos Rodríguez / El Sol de México
Debajo de la barbilla, Israel Vallarta tiene una cicatriz del tamaño de una nuez, producto de un puñetazo que le propinó Luis Cárdenas Palomino, cuando se negaba a repetir el guion que el jefe policiaco le obligaba a decir ante las cámaras de televisión, aquel 9 de diciembre de 2005.
El cuerpo de Israel Vallarta Cisneros es una bitácora viviente del suplicio que vivió en las últimas dos décadas, víctima de una detención extrajudicial, el montaje de un secuestro y un proceso viciado que lo mantuvo más de 19 años en prisión.
Antes de las tomas que Televisa transmitió en vivo desde el rancho Las Chinitas, hubo dos “ensayos”. El primero se frustró porque Israel Vallarta se rehusó a decir que él había secuestrado a las tres personas que estaban en la supuesta casa de seguridad.
Antes de recetarle el uppercut, Cárdenas Palomino le ordenó a Vallarta que sacara la lengua. El objetivo era golpearlo en la mandíbula y provocarle una automordida, con la idea de que el dolor y la sangre lo doblarían y al fin terminaría por inculparse.
Vallarta reaccionó a tiempo, alcanzó a meter la lengua, pero no pudo esquivar el golpe ni evitar la herida que le dejó el anillo que en ese momento portaba el entonces director general de Investigación Policial de la AFI.
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En el antebrazo derecho, Vallarta tiene una cicatriz de dos centímetros cuadrados que se hunde cuando abre y cierra la mano. Entre las primeras cosas que pensó hacer al salir de la cárcel fue operarse esa marca en la piel, pero después lo pensó mejor y decidió conservarla como símbolo de su resistencia ante la adversidad.
La cortada se produjo durante un ataque que recibió en 2007, mientras estaba recluido en el Reclusorio Oriente de la Ciudad de México, por parte de dos custodios que se disfrazaron de reclusos para amedrentarlo y evitar que siguiera con su batalla legal en busca de demostrar su inocencia y desenmascarar a los que urdieron el montaje del plagio.
Durante la emboscada, uno de los custodios intentó picarlo con una navaja, pero Vallarta logró meter el antebrazo derecho y el arma se quedó incrustada. Al verlo malherido, los atacantes huyeron y Vallarta acudió a la enfermería para recibir atención. El personal médico se negó a curarlo.
"Lo mejor que me dejó la cárcel es que encontré a un Israel que quizás en otras condiciones nunca habría conocido: un hombre resiliente, agradecido con Dios, consciente de sus errores y con ganas de ser una mejor persona cada día"
No fue tanta la negligencia, como la corrupción: la intervención médica hubiera derivado en un reporte oficial por el uso de arma blanca, lo que legalmente hubiera propiciado una notificación al Ministerio Público y el inicio de una investigación penal. La dirección del penal prefirió dejar a su suerte a Vallarta antes que meterse en problemas legales.
Sin otra alternativa, Vallarta tuvo que buscar la forma de parar la hemorragia con los pocos recursos que tenía en su propia celda. Un compañero suyo le dijo que tenía aguja, hilo y alcohol, por lo que tomó la arriesgada decisión de suturar la herida con su poco hábil mano izquierda.
Quemó la aguja con un encendedor, se puso un trapo en la boca e hizo un par de dolorosas puntadas. La recuperación fue tortuosa, pero al final consiguió la cicatrización. El problema fue que la torpe costura unió parte del músculo con la piel y ahora, cada que mueve los dedos, la cicatriz se frunce.
En la ingle izquierda, Vallarta tiene malformaciones en la piel a consecuencia de la mordida de un perro de raza Rottweiler que lo atacó en el módulo de máxima seguridad del Reclusorio Oriente.
Eran cerca de las 11 de la noche del 7 de febrero de 2007, cuando el jefe de custodia, Miguel Ángel Vargas Campos, con quien Vallarta había tenido diferencias por sus críticas a la mala atención médica que recibían los internos, lo obligó a salir de su celda. El vigilante iba en compañía de un enorme perro negro con orejas cafés.
Al ser llevado a un pasillo cercano, Vallarta estaba descalzo y en calzoncillos. Sin informarle el motivo para sacarlo de su celda, el custodio le pidió subir los brazos y colocarlos sobre una reja. Una vez en esa posición, el vigía emitió un silbido y el animal se abalanzó sobre el reo.
A una segunda orden del custodio, el perro dejó de aprisionar el costado de Vallarta, sin desgarrarle la piel, pero sí hundiendo los colmillos y triturando el músculo con una fuerza bestial. “Tú eres brigadista de la Cruz Roja, ¿no? Pues cúrate solo”, le dijo el vigilante antes de abandonarlo.
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Este 8 de diciembre se cumplen 20 años de que Israel Vallarta y Florence Cassez fueron retenidos por agentes de la AFI en la salida a Cuernavaca para posteriormente ser llevados al rancho donde se realizó la puesta en escena.
Este 9 de diciembre se cumplen 20 años de que el programa Primero Noticias de Televisa transmitió en vivo el montaje de un operativo de la AFI para detener a una supuesta banda de secuestradores, lo que derivó en la aprehensión de Cassez y de varios integrantes de la familia Vallarta, en un proceso que ha exhibido la corrupción que priva en el sistema de justicia en México.
A dos décadas de distancia, con las huellas de la tortura en el cuerpo y tras siete mil 175 noches soñando con recuperar su vida, Vallarta se muestra como un hombre sereno, sin sed de venganza, con ganas de aportar su experiencia para mejorar la impartición de justicia y con la certeza de que la familia es la mayor riqueza del ser humano.
Israel Vallarta es trasladado por elementos de la extinta AFI / Foto: Cuartoscuro.com
“Por supuesto que recibí muchos abusos, muchas humillaciones, todo tipo de pérdidas. Por supuesto que odié y muchas veces me quise quitar la vida”, dice Vallarta en entrevista con El Sol de México.
Y agrega que, con el pensamiento, “despedazó” a todos aquellos que le hicieron daño: funcionarios públicos, policías, custodios, fiscales, abogados, periodistas que alteraban la realidad y hasta familiares que traicionaron su confianza.
"Hubo momentos en que flaqueé, sí, quise quitarme la vida y despotriqué al cielo; insulté a Dios, porque él permitía que me pasara todo lo que vivía en prisión, por todo lo que había sufrido mi familia"
Pero después de que sació su mente de esas venganzas imaginarias, llegó un punto en que en lugar de preguntarse “por qué” le cayó tal maldición, comenzó a preguntarse “para qué”. Ese cambio de enfoque, comenta, le dio algo de serenidad para enfrentar la desgracia y confianza en que la justicia llegaría, así fuera 20 años después.
“Cuando yo decidí hacer a un lado mis deseos de venganza, se me abrió un panorama diferente, empecé a sentir una paz muy distinta que yo jamás había sentido en la vida. Lo mejor que me dejó la cárcel es que encontré a un Israel que quizás en otras condiciones nunca habría conocido: un hombre resiliente, agradecido con Dios, consciente de sus errores y con ganas de ser una mejor persona cada día”, relata.
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Con 55 años, Vallarta recobró su libertad el pasado 31 de julio, luego de 19 años y ocho meses de estar preso sin sentencia, y después de que la jueza Mariana Vieyra Valdés determinara “falta de fiabilidad en el material probatorio por la arbitrariedad de la autoridad”.
La juzgadora también tomó en consideración el fallo emitido en 2013 por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, según el cual “existió una escenificación ajena a la realidad, lo que se tradujo en un efecto corruptor del proceso”.
Habitante de un modesto departamento en la colonia Portales, Vallarta vive ahora con Mary Sainz, la activista por los derechos humanos con quien se casó hace ocho años, mientras estaba recluido en el penal de máxima seguridad de El Altiplano. Entre los dos tienen cinco hijos de sus primeros matrimonios, y son abuelos de una pequeña que sueña con ser bailarina.
El departamento de Israel y Mary no tiene comedor, pues buena parte de la estancia sirve como almacén provisional de las carpas, las mantas y los carteles que durante años cargó la mujer para realizar manifestaciones públicas por la libertad del hombre con quien hoy suma fuerzas para luchar contra los abusos de la autoridad.
El pequeño departamento también sirve de archivo para alojar los voluminosos legajos de su caso. Entre carpetas, folders y oficios, hay una pequeña libreta color verde donde Vallarta escribió algunos pensamientos mientras purgaba una condena que nunca existió formalmente. Israel se anima a compartir uno de sus escritos:
En la quietud de mi celda me refugio,
pensando en elevar mi alma al cielo.
Este lugar, que para muchos es sepulcro,
para mí es la manera de emprender el vuelo.
La cárcel. ¿Qué es la cárcel para que yo calle?
Nadie podrá encarcelar mis pensamientos.
Soy libre y mi volar se asemeja al de las aves.
El cuerpo está cautivo, sí,
pero mi fe no ha muerto.
La búsqueda de mi “yo” ha terminado.
Soy libre al fin,
ya no esconderé más mis alas.
Las aves del lugar con quienes vivo rodeado,
si quieren, solo si quieren,
puedan acompañarme a las montañas.
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Pero Israel Vallarta no es de acero. Se le quiebra la voz y los ojos se le humedecen cuando se acuerda de sus padres, al rememorar esos pasos lentos de sus viejos cuando lo iban a visitar al Centro de Arraigo, al Reclusorio Oriente o al penal de El Altiplano, donde fueron objeto de robos, burlas y malos tratos.
"Yo lo que podría decirle a García Luna es: ‘Abraza a Dios, arrepiéntete de lo que has hecho y ponte en paz con Dios. Pide perdón a todos los que hayas ofendido"
—¿Qué es lo peor y lo mejor que te dejó la cárcel? —, le pregunta el reportero.
—Lo peor es que no tuve la suerte de llevar mi duelo de manera correcta cuando falleció mi mamá, en 2011; mi padre, en 2017, y mi hermano mayor, Jorge, en 2022. Lamento haberme perdido la crianza de mis hijos y verlos ahora como los adultos que son. No vi el embarazo de mi hija ni el nacimiento de mi nieta—, responde.
Israel Vallarta estuvo en prisión poco más de 19 años tras el montaje del caso Florence Cassez
“Es como haber estado en un coma, pero más macabro”, dice Vallarta, pues escuchaba y veía todo, sin poder hacer nada ante la persecución y tortura de sus hermanos y sobrinos. Pero lo mejor es que me ayudó a encontrar al Israel que yo no sabía que existía dentro de mí”.
—Ahora que has recuperado la libertad, ¿qué momentos cotidianos te hacen apreciar la vida de una manera que antes no conocías?
—Hoy vivo cada día como si fuera el último de mi vida; todos los días agradezco a Dios lo bueno y lo malo, lo poco o mucho que me pueda dar. Agradezco la vida, mi trabajo, las cosas que me rodean, el poder abrazar a los que se me acercan, ya sean familiares, amigos o gente nueva que estoy conociendo.
“No sabes cómo disfruto cargar a los bebés. No sé por qué, pero ahora, cada que puedo, pido permiso para cargar a un bebé. Y pasa algo muy curioso: he notado que las criaturas que están inquietas, se tranquilizan en cuanto los cargo o incluso se duermen en mis brazos. Eso no me pasaba ni con mis hijos”, comenta.
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A mediados de los años 90, cuando faltaba una década para que ocurriera el torbellino jurídico que le trastornó la vida, Israel Vallarta tuvo una gran variedad de empleos, entre ellos una fábrica de bolsas de plástico inyectado, donde era encargado de mantenimiento. Desde esos días encaró desafíos que pusieron a prueba su capacidad de salir adelante.
Los dueños de aquella empresa eran dos italianos: Mario, al frente de la operación, y Eduardo, encargado de la administración. Como en ese tiempo los pedidos aumentaban, los empresarios decidieron adquirir una nueva máquina de manufactura alemana para elevar el volumen de producción.
Vallarta indeleble
El equipo llegó con puntualidad, pero los fabricantes olvidaron enviar las herramientas que se requerían para su instalación. Como los accesorios tardarían un mes en llegar, los dueños aprovecharon para tomarse unos días de vacaciones y dejaron al jefe de talleres como encargado.
Con lo que no contaban los italianos es que la persona que dejaron como responsable era afecto al alcohol y a la vida social, y aprovechó la ausencia de los dueños para darse la buena vida.
Mientras tanto, los pedidos se agolpaban y el taller no se daba abasto. Sin la presencia de los dueños y dada la negligencia del encargado, Vallarta tomó la decisión de instalar la máquina nueva, aun sin contar con el instrumental.
Tomó los manuales de la máquina, los tradujo del alemán al español y procedió a elaborar sus propias herramientas. “Nos van a correr”, le dijo uno de sus compañeros de trabajo al ver la osadía de Vallarta. “Tú no tienes por qué correr riesgos. Si quieres, puedes irte y yo me encargo de echar a andar este aparato”, respondió Israel.
Al poco tiempo, los italianos volvieron de vacaciones y se emocionaron al ver que la máquina estaba en marcha y produciendo bolsas a gran velocidad. “¿Cuándo llegaron las herramientas?”, preguntó Mario, quien después se maravilló al ver que el más humilde de sus empleados había fabricado los instrumentos y puesto en marcha la máquina.
"No pienso irme del país, no pienso esconderme, yo sigo dispuesto a demostrar mi inocencia"
Esa habilidad para subsistir en aguas turbulentas fue la que, años después, le ayudó a Vallarta a sobrevivir a escenarios extremos.
Israel Vallarta conserva la biblia que le regaló su madre con versículos subrayados que le ayudan a mantener intacta su fe / Foto: Cortesía: Israel Vallarta
En octubre de 2007, los custodios del Reclusorio Oriente le ordenaron a Vallarta acudir a los juzgados, pero en el camino se desviaron a una zona de dormitorios y lo recluyeron en la estancia 10 del pasillo cuatro, un lugar inhóspito que solían utilizar para someter a quienes no accedían a pagar extorsiones dentro del penal.
Vallarta fue metido en un cuarto de tres metros de largo por cuatro de ancho, sin ventanas ni luz. Al cerrarse la puerta, le era imposible ver la palma de su propia mano. No tenía cama, mesa ni silla, sólo el orificio de donde alguna vez estuvo un retrete y por donde brotaba el drenaje que los custodios vertían para inundar la celda.
Desnudo, incomunicado y en ocasiones con una comida al día, Vallarta se enfrentó durante 28 días a su mayor prueba de supervivencia. Sin posibilidad de recostarse para dormir y con el agua del caño cubriéndole los tobillos, tuvo que desarrollar la habilidad no sólo de tolerar el hedor y el frío, sino de dormitar de pie y con la frente apoyada en uno de los muros.
“Hubo momentos en que flaqueé, sí, quise quitarme la vida y despotriqué al cielo; insulté a Dios, porque él permitía que me pasara todo lo que vivía en prisión, por todo lo que había sufrido mi familia, pero siempre hubo una lucecita que yo veía en el fondo de mi alma. Se llama fe y, gracias a Dios, continúa germinando”, exclama.
Se le lanza, entonces, a Vallarta una provocación. Se le pide imaginar que tiene 30 segundos para estar frente a Genaro García Luna, cara a cara, sin cámaras ni abogados. No lo puede golpear, sólo hablar. “¿Qué le dirías”, se le pregunta.
El día de su detención y del montaje televisivo, García Luna era el director general de la Agencia Federal de Investigación (AFI). A él se le atribuye la idea de detener a la pareja Vallarta-Cassez e implicarlos en un secuestro televisado con el fin de limpiar la imagen de la institución y sembrar en la opinión pública la idea de una agencia eficaz contra el crimen.
Vallarta indeleble
Vallarta responde: “Lo único que le diría es que no pierda la fe ni la esperanza. Si él quiere, mirando hacia adentro y siendo humilde ante el todopoderoso, puede encontrar respuesta a todas sus dudas. Yo no le diría que es un mal ser humano, que es un hijo de tal por cual, porque no nada más me hizo daño a mí, se lo hizo a miles de familias mexicanas. Creo que es bastante peso, como para que yo todavía llegue y le escupa la cara”.
Y prosigue: “Yo lo que podría decirle a García Luna es: ‘Abraza a Dios, arrepiéntete de lo que has hecho y ponte en paz con Dios. Pide perdón a todos los que hayas ofendido, y si cambias desde el fondo de tu ser, en algún momento, Él te va a liberar de esas cadenas de pudrición que traes por dentro, y después, quizá después, puedas regresar a tu casa, con tus hijos, con tu familia”.
Israel Vallarta es confianzudo. A los pocos minutos de conversación, le dice “mi estimado”, “mi hermano” o “mi querido” a cualquier persona que acaba de conocer. Sonríe con facilidad, viaja en Metro y porta con orgullo un reloj que le compró su hijo con el primer sueldo que recibió.
Originario de la colonia Progresista, en la alcaldía Iztapalapa, Vallarta aprendió de su padre el oficio de la mecánica y la habilidad para arreglar transmisiones automáticas. Ahora, después de salir de prisión, Vallarta sueña con estudiar la carrera de derecho penal y dedicar su vida a la defensa de los derechos humanos de las personas que, como él, están privadas de su libertad a pesar de ser inocentes.
Israel Vallarta
Israel Vallarta sostiene que es más fuerte su deseo de transformar desde el amor antes que buscar venganza / Foto: Eyepix Group
En compañía de su inseparable Mary, cada viernes viaja al penal de El Altiplano para visitar a un hermano y a un sobrino que permanecen presos, a pesar de que, igual que él, fueron detenidos de manera ilegal por agentes de la AFI que irrumpieron en sus casas y negocios, e incriminados de secuestros que no cometieron.
Cuando Israel ingresó a la cárcel, los teléfonos inteligentes no se habían comercializado de manera masiva, las redes sociales comenzaban a popularizarse y las aplicaciones digitales estaban en pañales. Hoy, dos décadas después, Vallarta sufre al manipular el WhatsApp, no tiene cuentas de Facebook ni Instagram y se muestra poco diestro al buscar videos en YouTube.
Mary confiesa que lo ha sorprendido trapeando el piso del baño con las manos y en cuclillas, tal como lo hacía cuando le tocaba hacer el aseo en el penal. Todavía son frecuentes las noches en que Israel se despierta de manera abrupta en las madrugadas pensando en que no tardan en llegar los custodios para el pase de lista.
Desde que abandonó la prisión, familiares y amigos le han dado todo tipo de consejos, desde esconderse y guardar silencio, hasta cambiar de residencia y salir del país. Pero Vallarta no piensa huir. “No pienso irme del país, no pienso esconderme, yo sigo dispuesto a demostrar mi inocencia”.
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Vallarta asegura que no piensa huir, a pesar de que familiares y amigos le aconsejan hacerlo ante la posibilidad de que lo vuelvan a encarcelar / Foto: Omar Flores / El Sol de México
De hecho, Vallarta se ha planteado el escenario de volver a prisión, en caso de que quienes lo acusan decidan volver a torcer las leyes. Incluso llamaría a los medios de comunicación para que atestigüen.
“Espero en Dios que no ocurra, pero si así fuera, regresaría a la cárcel con convicción, más no con satisfacción, porque yo sé que sería por un corto tiempo nada más, porque soy inocente y sé que mi libertad va a continuar, la de mi espíritu, la de mi mente, esa no se va, esa no le permito a nadie que la vulnere”, expone.
—¿Es más fuerte la sed de venganza, la sed de justicia o la sed de transformar?
—Para mí es más fuerte el deseo de transformar desde el amor, desde el cariño, desde la comunicación, antes que vengarme o aplicar la justicia por propia mano. Estoy totalmente convencido de que lo mejor es aplicar las leyes.
Antes de terminar la conversación, se le pide a Vallarta compartir otra de las reflexiones escritas en la libreta verde. El autor pasa algunas hojas, aclara la garganta y lee:
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Necesito acortar la lejanía, cambiar el paisaje. Necesito lavarme, necesito justicia, necesito unir el rompecabezas de mis sentidos perdidos.
Necesito ser yo, dejar esta máscara, hablar como yo, con el tono de siempre.
Necesito sentirme perdido y encontrarme.
Necesito que me digan ‘papá’ y abrazar a mis hijos; necesito cambiar las lágrimas de mis seres queridos y escuchar sus risas.
Necesito volar, volar y volar, sentir que conduzco mi nave por donde yo decida.
Necesito que se abran estas rejas y olvidar, olvidar y olvidar, aunque esto sea imposible.
Juan Carlos Rodríguez
Reportero con tres décadas buscando historias incómodas. Me gusta la política, analizar el desempeño gubernamental y la data. Salsero, cruzazulino y paparazzi de mi familia. Amo las biografías y los documentales.
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