3/20/2012

El Congreso partidocrático


Por José Antonio Crespo



Las curules de representación proporcional cumplen ciertas funciones en los países donde existen; por un lado, equiparar porcentaje de votos con porcentaje de curules, reflejando más fielmente la representación ciudadana. Pero también, buscan incorporar especialistas en diferentes ramos para nutrir las distintas comisiones, gente que quizá no domine el arte de arengar en la palestra pública, por lo que les resulta difícil ganar en distritos de mayoría. El problema en México, donde al parecer todo lo que tocamos lo desvirtuamos, es que las curules de representación proporcional no se distribuyen a especialistas y profesionales, sino a esposas, familiares, compadres y se usan para pagar favores o otorgar otros nuevos. Por lo cual suele ocurrir que en tales listas de partido aparezcan personajes absolutamente intrascendentes o peor aún, impresentables. En los tres partidos hemos visto eso, lo que refleja una vez más que, antes que hacer ofertas dignas al electorado, su prioridad es satisfacer sus intereses particulares.

Es uno más de los muchos abusos y burlas que suelen recetar los partidos a sus “representados”. Y lo hacen porque con nuestro voto les damos –así sea de manera involuntaria o inconsciente– nuestro visto bueno, nuestro permiso implícito para que cometan esos y otros atropellos. Y es que el voto tiene al menos dos dimensiones; A) la primera, en la que todo mundo repara, sirve para designar al partido que quiere verse más representado en el Congreso. Es la forma en que participamos para la composición del Congreso y la posible marcha legislativa. B) La segunda dimensión del voto es que otorga legitimidad no sólo al partido por el cual se vota, sino a todo el sistema de partidos. Pero en virtud que no contamos aún con mecanismos de control ciudadano (reelección consecutiva y revocación de mandato) que los partidos nos han escatimado una y otra vez, dicha legitimación por medio del voto se convierte en una autorización implícita, un visto bueno, un cheque en blanco, un permiso involuntario pero efectivo para que los partidos hagan lo que se les ocurra, desde darse financiamiento público millonario, salarios elevadísimos, viajes de lujo aunque innecesarios, bonos y compensaciones sin fin. Y por eso también pueden poner en sus listas de partido a quien se les ocurra, sea cual sea su perfil o trayectoria. Podemos después quejarnos de sus abusos y arbitrariedades, pero los cometen con el aval implícito de quienes les otorgaron su voto (a cualquier partido) que se traduce en una base de legitimación a toda la partidocracia. Al fin que ellos saben que a la siguiente elección iremos de nuevo presurosos a las urnas a darles un nuevo aval, haigan hecho lo que haigan hecho (o deshecho). No nos quejemos después. La culpa no es del indio… (dice el racista refrán).

Así por ejemplo, el PRI, el más opuesto a la reelección consecutiva, ha manejado argumentos que contradice con sus listas; presenta viejos lobos mientras afirma que es importante renovar cuadros permanentemente y dar paso a las nuevas generaciones (entonces la reelección no consecutiva también tendría que prohibirse); sostiene que con reelección consecutiva los poderes fácticos tendrán gran influencia, cuando justo a través del PRI se fortalecen las famosas telebancadas (que incluye a Arely Gómez, militante por veinte años que el PRI quiso hacer pasar como persona apartidista para integrar al IFE). Dice el PRI que de cualquier manera el elector no pone atención a su diputado, pero cuando lo pone en los que van por representación proporcional, y no los desea, no puede hacer nada para evitarlos (salvo votar por otro partido, donde también predominan los impresentables).

Además, el problema con la representación proporcional es que va unida al voto de mayoría (contamos con una sola boleta para ambas pistas), de tal manera que si uno opta por un candidato que le resulte atractivo en su distrito, al mismo tiempo estará dando su aprobación a los primeros lugares en la lista del partido, sean quienes sean e independientemente de que tengan expedientes negros. ¿Cómo podría uno votar por el candidato uninominal sin avalar la llegada al Congreso de los impresentables de la lista de partido? En nuestro sistema eso es imposible. Convendría por tanto volver a la doble boleta; una para el candidato de mayoría y otra para representación proporcional. Y también está la opción de listas abiertas, donde el electorado elige el orden en que se integrarán los de representación proporcional. Entonces los impresentables desaparecerían de las listas, o no ganarían.
cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE.

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