Esta semana que termina, el Congreso mexicano ha votado afirmativamente la reforma a la compañía petrolera estatal, PEMEX, y pronto empezará la rebatiña para repartírsela. Ese es el futuro que espera a los países que los Estados Unidos, en la reconformación de su poder en América Latina, ha aglutinado en la Alianza del Pacífico.
México se constituyó en un referente mayor para América Latina cuando, en los albores del siglo XX, una revolución agraria y nacionalista puso las bases de la nación moderna mexicana.
La Revolución Mexicana de 1910 tuvo varias vertientes, la más radical de ellas seguramente la agrarista de Emiliano Zapata, que con profundas raíces en los sufridos campesinos desposeídos, luchó por una reforma agraria que diera tierra a quien la trabaja.
La institucionalización de la revolución, después de 1917, encaminó el proceso hacia otros rumbos, sobre todo cuando el aparato gubernamental fue copado por grupos de la burguesía nacional, corporativos y mafiosos que, a través del PRI, se mantuvieron en el poder prácticamente todo el siglo XX.
A pesar de ello, en México prevaleció un nacionalismo que le hizo tener voz propia en el concierto latinoamericano. Este se expresó en distintos espacios: en las artes, por ejemplo, en donde a través del muralismo creó un espacio simbólico asociado a los explotados, la lucha por su liberación y “lo propio”. Igual pasó en la música, con autores como Silvestre Revueltas, o en la literatura.
En la década de 1930, en el período presidencial de Lázaro Cárdenas, ese nacionalismo llevó a la nacionalización del petróleo y, posteriormente, a la creación de la compañía petrolera que manejó su producción y comercialización, PEMEX.
Ésta se constituyó en todo un símbolo de un México que, a pesar de estar a la par de los Estados Unidos, mantenía posiciones propias, dignas, muchas veces desentonantes con el dictum del imperio. Un caso relevante fue la decisión que tomó respecto a Cuba, cuando la OEA la expulsó de su seno, y todos los países latinoamericanos, sumisamente, rompieron relaciones con ella. En esa ocasión, solo México mantuvo su postura de no romper relaciones, y mantuvo vínculos cordiales con la Revolución Cubana.
En el año 2000, el largo monopolio del poder político ejercido por el PRI fue roto por su eterno rival, el derechista PAN. El arribo al poder político del PAN constituyó una ruptura, pero también la continuidad de un proceso que ya venía experimentándose en el país desde mediados de la década de 1980.
Fue una continuidad porque se subió al carro de la implementación del modelo neoliberal que ya había iniciado el PRI, y que había tenido como uno de sus momentos estelares la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Estados Unidos y Canadá, y que entró a regir a partir del 1° de enero de 1994.
Fue una ruptura porque, hecho a un lado el PRI, que por sus raíces históricas seguía guardando algunos pruritos nacionalistas, se entronizó en el país un gobierno abiertamente de derecha, que dejó de lado las tradicionales posturas pro latinoamericanistas y nacionalistas.
El camino que, en la década del 90 tuvo un momento estelar con la firma del TLCAN, se profundizó, y en ese camino que, como todos los que lo han seguido en el mundo, lo llaman “de modernización”, se encontraron con PEMEX.
PEMEX se transformó en objetivo fundamental. Para poder “modernizarlo”, es decir, privatizarlo y distribuírselo entre los buitres que lo rondan hambrientos por el botín que significa, hicieron, también igual que en todas partes del mundo en donde se han privatizado estas grandes empresas nacionales, todo lo posible por hacerla ineficiente y quebrarla. De esa forma se justifica la necesidad de entregarla a quienes sí van a saber sacarla del hoyo en el que se encuentra.
Ha sido un proceso largo que está conociendo sus momentos finales. Esta semana que termina el Congreso mexicano ha votado afirmativamente la reforma a PEMEX, y pronto empezará la rebatiña para repartírsela. Es una vuelta de tuerca más que incluye otras reforma que van en el mismo sentido. Todavía no se han apagado los ecos de las protestas de los educadores que fueron, también, reformados.
Quien lleva a cabo estas reformas es una alianza entre el PRI y el PAN, cuyas cúpulas partidarias constituyen, en la práctica un solo gran partido que está entregando al país al mejor postor.
Ese es el futuro que espera a los países que los Estados Unidos, en la reconformación de su poder en América Latina, ha aglutinado en la Alianza del Pacífico. Póngase atención y se verá que lo mismo hace, cada quien en función de sus particulares circunstancias, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Colombia o Perú.
Claro está que la oposición a estas medidas ha sido muy grande en México, y seguramente crecerá en el futuro. A ese país le esperan años turbulentos.
Rafael Cuevas Molina / Questión Digital
No hay comentarios.:
Publicar un comentario